Capítulo treinta y ocho

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Los días se convirtieron en semanas

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Los días se convirtieron en semanas. Las semanas en meses. Y después de un mes y medio de estar saliendo oficialmente con el diablo no tan diabólico —Solo en la cama—, podía confirmar que me tenía enamorada.

Habíamos hecho muchas cosas juntos, como ir a cenar a la casa de su abuelo, que nos recibió con un manjar de pescado, tal como Thomas me lo había descrito. También fuimos a almorzar varios domingos a la casa de mis padres. Mi padre ya lo había aceptado, había dejado de estar en el período de prueba. Mi madre lo quiso desde el primer momento, así que ella estaba encantada cada vez que la visitaba. Serena no volvió con Cody y de pronto me encontré escuchando los consejos de amor que Thomas le daba a mi hermana menor. sorprendentemente, decía cosas muy acertadas.

Hacía todo jodidamente bien.

En el trabajo, la presión comenzó a intensificarse y, junto con esta, la rivalidad con mis dos compañeras de equipo. No había sido en vano su advertencia, pues no solo no me dirigían la palabra, sino que además, buscaban la forma de hacerme quedar en ridículo. Querían probar su punto; que yo no merecía estar ahí. Que solo lo estaba por favoritismo. Me hervía la sangre cada vez que hacían un comentario despectivo en alguna reunión de equipo. Los insultos se me quedaban atravesados en la lengua y, por más de que me prometía a mi misma que no iba a caer en su trampa, había momentos en los que me preguntaba si todos pensaban como ellas. Si, más allá de las sonrisas profesionales o las felicitaciones cuando hacía algo bien, se escondía el deseo de las personas de obtener algo a cambio. Eran unas brujas y me volvían difícil mantener mi mente fuerte cuando notaba un estrés intenso acumulándose con el pasar de los días.

Marthin, sin embargo, se había convertido en mi aliado. Aunque sea me calmaba cada vez que quería lanzarme a sus yugulares. Él se había integrado a mi grupo de amigos y... Thomas también, sorprendentemente. No era que de repente se había convertido en el mejor amigo de mis mejores amigos pero hubo dos veces que compartió el almuerzo con nosotros en la empresa. No hablaba mucho, la mayor parte del tiempo era Alex quien parloteaba como era usual, pero no estaba incómodo como la primera vez cuando lo llevé al cumpleaños de Julie. Y eso era reconfortante para mi. De a poco, se soltaba con los demás. No sabía si lo hacía porque realmente disfrutaba de la compañía de las personas que me eran importantes o si lo se esforzaba porque me contentaba verlo haciéndolo. Lo que fuera, funcionaba para mí.

Algo que no me gustaba para nada era que la perra Blackwater seguía rondando por Tecnolife. Thomas me había dicho que seguía trabajando para la empresa como publicista y había mantenido esa información lejos del centro de mi cabeza hasta que... tocó tener una reunión anual. Faltaban dos semanas para despedir el año y siempre se hacía una recapitulación de los éxitos conseguidos.

Ese martes todos los empleados tuvimos que dirigirnos a la sala de juntas. Y ahí estaba. Mi hombre, de pie delante de cientos de personas que le prestaban atención. Su voz hipnótica resonó por los parlantes como una melodía, mientras resaltaba los puntos principales que habían marcado ese año. Con ese traje negro, me hizo morder el labio inferior. Sabía perfectamente lo que ocultaba bajo la ropa y la imagen de sus músculos me distraía de lo que decía. Miré a mi alrededor. No era la única. Cuando se quitó el saco, quedando con la camisa blanca y ceñida a sus brazos, el público femenino suspiró lo suficientemente disimulado como para no ser irrespetuoso pero lo bastante notorio para que, quienes estábamos igual de embobadas, nos diéramos cuenta.

El diablo viste de trajeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora