Capítulo diecisiete

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A las siete y media de la mañana ya estaba despierta

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A las siete y media de la mañana ya estaba despierta. Me sorprendí de lo temprano que mi cuerpo estaba preparado para afrontar el día pues el día anterior había terminado exhausta.

–Lo que es dormir en una cama de vaya uno a saber cuántos dólares... –Susurré, dando golpecitos al colchón.

Me até el cabello para disimular el frizz por el roce con las sábanas y me puse un conjunto deportivo. Tenía la idea de ir a ver como era el gimnasio del hotel, pues el hombre que nos recibió habló de la gran cantidad de actividad física que se podía hacer allí sin tener que salir del lugar. Me pregunté cómo es que había personas que, teniendo semejantes paisajes afuera, decidían quedarse en el hotel con sus laptop, ya que cuando me dirigí al comedor, había muchos que ni siquiera subían la vista de sus asuntos.

Al igual que en la cena, para el desayuno había una variedad interminable de exquisitas opciones. Me costó decidirme entre el croissant de chocolate o la tostada con huevo, jamón y rúcula. Terminé optando por la segunda y un café con leche.

Saqué varias fotos de la vista al mar que nos brindaba el ventanal. También de mi comida y de mi misma con distintas expresiones. Mi galería debía ser ridícula pero no me importaba. Estaba entusiasmada.

Al finalizar, bajé al subsuelo, donde el recepcionista me informó que estaba el gimnasio. Muchas personas ya estaban allí ejercitándose. Había todo tipo de maquinaria que trabajaba músculos que ni siquiera sabía que existían. Desde barras, zonas de cardio, espacio para trabajar abdominales en el suelo. Por el ventanal, se veía una gran piscina. Fui caminando por el lugar, observando cómo las mujeres entrenan duramente los glúteos y los hombres levantaban pesas para fortalecer sus brazos. Muchos de estos últimos, se giraron a verme y les sonreí en forma de saludo.

Al fondo, las máquinas para hacer cardio. Y en una cinta de caminar, estaba Thomas corriendo con una remera blanca húmeda y pegada a sus hombros y abdomen. Estaba sumido en su mundo así que no reparó en mi presencia hasta que me puse delante de él y apoyé mi barbilla sobre la pantalla que tenía indicadores sobre su sesión.

Sus ojos azules se confundieron al principio, luego volvieron a su estado natural; indescifrables. Yo le sonreí.

—Buen día. —Dije animadamente.

Una gota de sudor corrió por el costado de su frente hasta su sien. Sus mechones de cabello estaban despeinados y algunos, los que caían por su frente, mojados.

—Buen día.

—Era obvio que te iba a encontrar aquí.

No dijo nada pero no le quité los ojos de encima. Él miró el reloj inteligente en su muñeca.

—¿Ya desayunaste? —Inquirí.

—Si.

—Yo también. La tostada con huevo estaba muy rica. —Seguí contando. Asintió como si estuviera poniendo interés en lo que le contaba, pero sus ojos estaban en un punto más allá, en la bella vista a la costa.

El diablo viste de trajeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora