Los primeros cuatro días de trabajo fueron total y perfectamente agotadores. No solo para mí, sino que la empresa en general había sufrido el ataque arrasador de un meteorito. El meteorito; mi jefe.
En mi caso, me llenó de tareas que no había hecho antes pues, contrario al cerdo de Bill, al parecer quería tener un conocimiento profundo de todo el funcionamiento de la empresa. No pude decir que no hacía bien su trabajo ya que incluso noté que llegaba antes de horario a la empresa y que no buscaba almuerzo a la hora del descanso. Los dueños de la empresa debían estar encantados con su performance pero yo, que debía trabajar a al par de él para proveerle todo lo que pedía, había comenzado a odiarlo. Incluso muchas veces medité ¿Prefiero al antiguo jefe rechoncho y baboso o al nuevo adicto al trabajo con nada de humor?
Todavía estaba decidiendo la respuesta.
Además de eso, su actitud indiferente, sus miradas escasas dirigidas a mí y su tono de voz frío y autoritario, me daban rabia. Aunque lo bien que se veía, me hacía fantasear con un mundo en el que notara mi falda asesina de hombres. Así le llamaba yo a la prenda de oficinista, un poco más corta que las demás y de tiro alto, que me había servido para cuando tenía un evento laboral y debía lucir deseable ante la oferta de hombres que se iba a presentar. Obviamente estaba prohibido usarla si sabía que mi antiguo jefe, Bill, iba a estar a más de cuatro pasos de distancia de mi. No quería atraer la atención del desagradable. En fin, este nuevo jefe no me miraba y menos demostraba interés por entablar una relación cordial o de ningún tipo. Eso me hacía anticiparme a que el ambiente laboral no sería una de las cosas de las que estar orgullosa a futuro. Ya me imaginaba completando con números negativos la encuesta de ambiente que mandaba recursos humanos cada año.
Sin embargo, mi situación podría ser peor. Hubo algunos a los que había despedido. Si, ni siquiera había pasado una semana y ya había dejado gente sin trabajo. Se le había ocurrido reestructurar la empresa y modificar los puestos, lo cual había llevado a que tuviera que deshacerse de algunas personas. Si bien, dar la cara fue una tarea para recursos humanos, me enojó muchísimo su recorte tan brusco. Y era una señal de que era un hombre sin corazón, quién no pensaría dos veces antes de despedir a un trabajador.
No sabía si pronto iba a buscar deshacerse de mí. Lo único que sabía era que necesitaba urgentemente vacaciones y todavía faltaban dos meses para que pudiera tomarme unos días.
Tomé una inspiración y entré a mi despacho. Dejé mi cartera a un lado, me senté en el escritorio y miré hacia la puerta que me separaba del diablo. Seguramente ya se encontraba trabajando desde temprano.
—Thomas, buen día, ya estoy aquí. —Me anuncié. Había comenzado a implementar el anunciarme mediante el intercomunicador y no presencialmente ya que estaba tratando de evitar todo contacto posible con sus ojos azules, pues aunque las veces que se dignaban a ponerse sobre mí fueran pocas, me causaban escalofríos. Y desafortunadamente, no como aquellos escalofríos que te agarraban por ver una película de terror, eran más bien de ese tipo que se sentía justo entre las piernas.
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El diablo viste de traje
RomanceAl jefe de Sofía lo despidieron. Ser secretaria de un anciano machista nunca había sido de su agrado así que, al volver a la oficina, lo hizo con la expectativa de que se encontraría con una persona más capacitada y menos odiosa. Solo para encontrar...