Capítulo treinta y cuatro

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El código de vestimenta era elegante, por suerte no de gala

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El código de vestimenta era elegante, por suerte no de gala. Lucí un vestido plateado, de tela fina y liviana que caía sobre mi cuerpo y resaltaba mis caderas. Como solía hacer, dejé las ondas de mi cabello sueltas pero enganché dos mechones detrás, permitiendo que mis facciones quedaran más al descubierto. Mis pómulos, especialmente. El maquillaje fue sutil; delineé mi boca con un tono amarronado y los rellené con un nude que hacía juego a la perfección. Me gustó lo que vi en el espejo. Físicamente estaba preparada. Mentalmente, no estaba segura.

Adentrarme en la vida de Thomas era nuevo para mi. Conocer a su familia, mucho peor. La incertidumbre me ponía ansiosa y el hecho de que sus familiares eran herméticos, me hizo mover nerviosa en el lugar, mientras los pensamientos iban y venían, anticipándose a los posibles escenarios.

Un mensaje del hombre que se estaba adueñando de mi corazón, mi cuerpo y mi mente, me sacó del mar profundo de pensamientos.


De: Novio

Sofía, estoy abajo. No me hagas esperar tanto, amor, ya quiero verte.


Mi corazón retumbó. Se agitó violentamente y llevé el móvil a mi pecho con una sonrisa estúpida. La palabra "amor" se había vuelto nuestra favorita para referirnos el uno al otro. Ninguno de los dos sabía que nos gustaba tanto ser llamados de esa forma hasta que se escapó de mis labios en su despacho y después él la probó en los suyos. Sin embargo, había veces que seguía llamándome por mi nombre y debía admitir que me fascinaba escuchar su voz pronunciando "Sofía" de una forma tan clara y melódica.

No tardé en tomar mi pequeño bolso que hacía juego con la vestimenta y bajar por el ascensor. Quería verlo con más urgencia que él a mi. Cuando salí del edificio, estaba esperándome como todo un caballero. Como siempre, estaba para comérselo entero. Y cuando su sonrisa disminuyó al repasarme de arriba a abajo, mi estómago cosquilleó.

—Te ves como una diosa. Eres una diosa —Sus ojos se detuvieron en mi cuello. Había elegido ese accesorio por una razón—. Y tú que querías devolvérmelo. Nadie podría nunca lucirlo mejor que tú.

—Eres un exagerado. —Resté importancia aunque quería brincar de dicha. Cuando me compró las joyas en Europa, antes de ponerme el collar y los aretes, me preocupaba no estar a la altura de lucir semejantes objetos finos y caros. Todo eso desapareció en el momento en que este hombre elegante manifestó lo bien que combinaba con mi cuello.

Besó mi mejilla.

—No me gusta decir una cosa por otra, eso tu lo sabes. Así que estoy siendo sincero. —Abrió la puerta del acompañante para mi. Ingresé a su vehículo y esperé a que lo rodeara y se adentrara al lado piloto.

—Oye. —Llamé, antes de que pusiera en marcha el motor—. Te ves ardiente con esa nueva corbata. —Sonrió y negó con su cabeza. Encendió el auto. Me sentí cómoda, envuelta por su olor impregnado en los asientos y con una melodía ochentosa sonando entre nosotros. —No te pregunté, ¿La fiesta es en un salón?

El diablo viste de trajeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora