Los desquites

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Amy, abrumada por la situación, se quedó quieta por un momento después de ver a Josh salir furioso de la casa. La puerta se cerró con un golpe fuerte, y el sonido retumbó en sus oídos. De repente, el llanto de Finn la despertó de su trance.

Finn estaba en el pasillo, su cola entre las piernas, con los ojos llenos de tristeza y confusión, llorando por Josh. El sonido de sus chillidos la hizo dar un paso atrás, y, en su frustración, la ira volvió a subirle por la garganta.

—¡Basta, Finn! —gritó, su voz llena de furia—. ¡Ya basta de eso! ¡No puedes hacer esto todo el tiempo! ¡Él no es tu dueño! ¡Eres solo un animal! ¡¿No entiendes?!

Finn, asustado por los gritos y sin entender completamente lo que pasaba, intentó acercarse a Amy, su instinto de buscar consuelo lo llevaba a su lado, pero ella lo empujó hacia atrás, alejándose con un gesto de rabia.

—¡Déjame en paz! —le espetó, respirando con dificultad, mirando a Finn con la misma frustración que sentía en su pecho. No era solo con él, era con todo, con la situación, con su vida que se estaba desmoronando. Josh se había ido, y Finn solo le recordaba lo que había perdido.

El híbrido, temblando y llorando en el suelo, trataba de entender la situación. Su corazón latía con desesperación, pero no sabía cómo ayudar. Se quedó allí, mudo, con sus lágrimas cayendo en silencio mientras Amy se dirigía hacia el cuarto, molesta y con las manos apretadas.

Amy estaba al borde del colapso, su mente llena de caos, y a pesar de la rabia, en el fondo sentía la ausencia de Josh. El espacio vacío en la casa se sentía más grande que nunca.

La casa, ahora más silenciosa que nunca, parecía reflejar el caos interno de sus habitantes. Los ecos de las palabras que habían sido lanzadas, las discusiones y las emociones no expresadas, se disolvían en la quietud de las paredes. Finn, en su refugio bajo la cama, se entregó al silencio, a la soledad, como si el lugar oscuro y frío le ofreciera algo de consuelo. La tristeza le envolvía, y no había consuelo en su pequeño corazón. Ni siquiera el sonido de sus propias lágrimas rompía el ambiente sombrío.

Su cuerpo estaba quieto, casi inmóvil, con la única señal de su angustia siendo las pequeñas gotas que caían de sus ojos, perdiéndose en el suelo frío. Bajo la cama, lejos de la confrontación y de la tormenta que se desató entre Amy y Josh, Finn se refugió en la oscuridad, como un ser que no entendía, pero que sentía cada fragmento de la tristeza que lo rodeaba.

El cuarto parecía absorberlo todo, el espacio oscuro apenas iluminado por las sombras que se filtraban por las rendijas de las ventanas. El tiempo se estiraba de una manera extraña en la quietud de la casa. No había ruido, solo el silencio pesado que parecía apoderarse de todo.

Al final, el agotamiento se apoderó de Finn, y con un suspiro silencioso, cayó en un sueño profundo y reparador, dejando que el manto de la oscuridad lo abrazara, buscando en ese refugio una paz momentánea que no encontraba en ningún otro lugar de la casa.

Pasaron unos días, y la tensión en la casa comenzó a disminuir, pero la calma era solo superficial. Josh y Amy, aunque habían hablado y tratado de aclarar las cosas entre ellos, aún llevaban consigo el peso de lo sucedido. La distancia entre ellos se había alargado, pero ambos querían intentar resolver lo que había sucedido con Finn, aunque el ambiente seguía siendo tenso y un tanto incierto.

Decidieron, finalmente, que era hora de tratar de sacar a Finn de debajo de la cama. Habían notado que, después de la pelea, su comportamiento había cambiado. Ya no respondía a las órdenes como antes, y su actitud había regresado a algo más cercano a la que mostró cuando fue adoptado: desconfiado, retraído y, sobre todo, temeroso.

Amy se arrodilló al lado de la cama, mirando bajo el mueble, donde apenas se podía distinguir la figura de Finn, acurrucado en la oscuridad, con su oreja perruna doblada hacia un lado. Su cuerpo estaba rígido, como si tratara de mantenerse completamente invisible. Cuando Amy intentó llamarlo suavemente, la única respuesta que recibió fue el leve movimiento de su cola, que de inmediato se metió bajo su cuerpo en señal de miedo.

Josh, al ver la situación, se acercó lentamente, queriendo no asustarlo aún más. —Finn... ven aquí, chico,— murmuró con una voz más tranquila, intentando mostrarle que no estaba en peligro. Sin embargo, el híbrido no se movió. Su mirada, aunque oculta en la penumbra, se podía sentir cargada de incertidumbre. Estaba asustado, y ese miedo parecía aún más profundo que antes.

Amy, con los ojos llenos de frustración y pena, suspiró. —Esto es lo que pasa cuando tratamos de hacerlo todo a nuestra manera...— murmuró, pero rápidamente se arrepintió al ver la mirada de Josh. Él sabía lo que ella quería decir, y en ese momento, no había tiempo para discusiones.

—Debemos tener paciencia,— dijo Josh, mirando bajo la cama, donde Finn apenas se movía. —No va a salir de ahí de inmediato, pero tenemos que mostrarle que no estamos enojados, que no estamos peleando. No lo podemos forzar a volver a confiar en nosotros con miedo.—

Amy asintió con una expresión sombría. No importaba cuántas veces lo intentaran, parecía que los recuerdos del miedo y la angustia de Finn volvían a él como una sombra que no se podía disipar. A pesar de que el ambiente en la casa había cambiado, algo seguía en el aire, algo que Finn claramente sentía y no podía ignorar.

—Lo sacaremos de aquí, poco a poco,— dijo Josh, tratando de calmar la situación. —Pero tenemos que hacerlo con cuidado, con amor. Como si lo hubiéramos adoptado de nuevo, desde el principio.—

Y así, con paciencia, comenzaron a esperar, sin forzarlo. Sabían que Finn necesitaba tiempo, tal vez más tiempo del que imaginaban. Pero la esperanza de que, algún día, su pequeño amigo saldría de su escondite y confiaría nuevamente en ellos, era lo único que los mantenía firmes.

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×~Aprender A Sentir~×Where stories live. Discover now