《Una oportunidad, no hay más nada que decir...solo una.》
Mientras tanto, él seguía intentándolo, pequeño gesto tras pequeño gesto, sin rendirse. Sabía que debía tener paciencia. En su interior, creía que un día ella permitiría que su amor llegara a...
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Emma:
La oscuridad lo envolvía todo. La carretera parecía interminable, un río negro que se extendía bajo las ruedas del auto que rugía como un animal herido. Miré por la ventana, pero lo único que veía era la neblina espesa, blanca como un fantasma, deslizándose sobre el asfalto húmedo. La lluvia caía con furia, golpeando el vidrio con un ritmo frenético, como si el cielo mismo quisiera advertirme.
No podía moverme. Algo apretaba mis muñecas. Intenté liberarme, pero las bridas mordían mi piel con cada pequeño movimiento. Un frío metálico me presionaba los tobillos: cadenas. Estaba atada.
El aire en el interior del auto era sofocante, cargado de humedad y un leve olor a plástico quemado. Traté de enfocar mi mente, de recordar cómo había llegado aquí, pero los recuerdos eran fragmentos confusos: una pelea, el destello de unos faros, y luego... la oscuridad.
El conductor no decía nada. Su figura era apenas visible, una sombra detrás del volante. Sus manos sujetaban el timón con fuerza, y el silencio entre nosotros solo se rompía por el estruendo del motor y el chirrido de los limpiaparabrisas.
Intenté hablar, mi voz temblorosa rompió el silencio:
—¿Qué quieres de mí? —Mi garganta estaba seca, casi inaudible.
Nada. Ni siquiera giró la cabeza. Su indiferencia me heló más que la lluvia allá afuera.
Mi corazón latía con fuerza, golpeando mis costillas, mientras las preguntas llenaban mi mente. ¿A dónde me llevaba? ¿Por qué yo? ¿Y si este era el final?
El auto se sacudió al tomar una curva cerrada, y por un instante sentí que el mundo se volcaba. La adrenalina me atravesó como una descarga eléctrica, instándome a pelear, a salir de ahí. Pero las bridas y las cadenas eran un recordatorio cruel de mi impotencia.
Volví a mirar por la ventana, intentando buscar algo, cualquier cosa que me ayudara: una señal, una casa, una luz... pero no había nada, solo esa carretera infinita y la neblina que parecía tragárselo todo.
La incertidumbre me estaba matando. No sabía qué me esperaba al final de ese camino, pero algo dentro de mí gritaba que no iba a ser bueno. Y, aun así, no iba a rendirme. No podía.
Solo fue un sueño.
Me desperté de golpe,con la sensación de que algo andaba mal. Miré el reloj. Solo habían pasado treinta minutos desde que cerré los ojos, pero la casa estaba extrañamente silenciosa. Me levanté y caminé por los pasillos, llamando a Luke.
—¿Luke? —Nada. Ni un ruido, ni un susurro.
La inquietud empezó a escalar dentro de mí. Revisé la cocina, el comedor, incluso el garaje. Nada. Fue entonces cuando lo vi: una hoja de papel doblada sobre la mesa. Una nota.