XXXV. El regreso de Seth a Morthal

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Ya había caído la tarde cuando Seth llegó a Morthal. Desmontó a Sombra, su caballo, y lo hizo desaparecer. Había entrado por la parte de atrás, movido por la nostalgia. Quería volver a ver los restos de la Cabaña del Taumaturgo, lo único que le quedaba allí de Alicent.

Bordeó el jardín, observando con apatía entre la niebla los restos del edificio que el fuego había devorado. A cada paso que daba, brotaba un recuerdo. Cada recuerdo hacía daño. En el castillo había sido fácil desprenderse de la culpa, pero ahora que estaba lejos de la influencia de su padre sentía que lo devoraba por dentro, como si él fuera una manzana y tuviera un gusano. Esa culpa tenía tal poder en él que, desde que había vuelto a Myrwatch no había sido capaz de mantener la mirada a Joric.

Myrwatch. Solo había pasado una noche allí, pero el recuerdo de Alicent estaba por todas partes. Era insoportable. Tanto que hasta visitar a su madre parecía más agradable que pasar allí solo la Saturalia. Tanto que ya habría partido a Soledad, si no fuera porque tenía algunas cuentas que ajustar. Ahora que era el adalid de Molag Bal, estaba dispuesto a cumplir con su cometido a cualquier precio. No permitiría que la muerte de Alicent fuera en vano.

Se detuvo cuando dos figuras aparecieron entre la bruma. Reconoció a Thonir, pero este no lo vio. Se acababa de dar la vuelta y se marchó rápido en dirección al aserradero. Sintió un tirón en el brazo. Seth giró la cabeza, sorprendido. El latido de asombro dolió en su pecho cuando reconoció a la mujer

—¿Lami? —preguntó, confundido.

La madre de Alicent lo miró desde el interior del chal que cubría su cabeza y sus hombros. Había vuelto a perder peso. No lo había dejado de hacer desde el ataque de los nigromantes.

¿Así es como me veré yo en un tiempo? Sabía que no. Aun así, una risa burlona en su cabeza le hizo desear que así fuera. Que los demás supieran que la había querido de verdad, lo suficiente como para que su aspecto lo evidenciara.

No digas tonterías.

Lami se quitó la capucha y Seth tuvo que contenerse para no retroceder un paso. El ambiente frío no ayudaba; quizá con un poco de sol se hubiera visto de otra forma. Su rostro estaba tan cadavérico como rojos estaban sus ojos, sus manos también tenían un ligero temblor. Pero Lami no parecía sudorosa, así que no estaba enferma.

Skooma. Seth no había probado nunca aquella droga, pero conocía sus efectos. Aunque el Skooma estaba prohibido en todo el Imperio, sobraban sitios donde comprarlo. Sobre todo en Skyrim, donde la situación era tan difícil que siempre había alguien necesitado de evadirse de la realidad. Por ejemplo, de perder a un hijo. A Seth se le hizo un nuevo nudo en el estómago. Él también había perdido a un hijo. Lo había matado.

—¿Qué...? ¿Qué querías? —preguntó, tras carraspear, fingiendo normalidad.

—Voy a pedir una nueva partida de ingredientes —empezó Lami, con un tono de urgencia—. Hace semanas que no haces un pedido. Si me acompañas puedo tomarte nota y...

Seth tiró del brazo por impulso, para soltarse. No lo pudo evitar. No, ya no necesitaba ingredientes. Ya no había nadie que los preparase para él. La miró en silencio y Lami le devolvió la mirada expectante, con los ojos tan abiertos que, sumado a su aspecto entre la bruma, daba auténtico miedo.

Ante la ausencia de respuesta, Lami siguió.

—Me vendría muy bien el dinero, tengo que... tengo que reconstruir la casa, y para eso hace falta mucho dinero, y...

Y estaba mintiendo. Mientras hablaba, había empezado a rascarse un brazo a la vez que miraba a su alrededor con ojos agitados. Seth suspiró, suponiendo que necesitaba el dinero para la droga. Lami lo miró angustiada.

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⏰ Última actualización: 4 hours ago ⏰

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