Capítulo 20: Una cita dulce

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Cuando llegamos a lo que parece la oficina principal, corre las cortinas dejando ver unas grandes puertas de cristal que dan a una especie de terraza con ¿césped artificial?

—Ven, estaremos cómodos, voy a dejar tu bolso aquí y si quieres puedes ir sentándote.

Me asomo para ver una mesa llena de bolsas y, ay no ¡¿eso es chocolate caliente?! Quiero gritar de la alegría. Vuelve con varios cojines y mantas para taparnos, trato de echarle una mano, pero me la niega, será orgulloso. La poca iluminación hace que se pueda vislumbrar alguna que otra estrella.

—Sunwoo, esto es...

—El momento perfecto para comer churros con chocolate caliente, venga disfruta de tu postre —mi rostro se ilumina mientras aplaudo como una niña pequeña.

—Gracias, gracias, gracias y millones de gracias.

Toma asiento a mi lado y comienza a desembalar los churros de su bolsa de papel, también hay buñuelos y una tarta. Por favor que mi dentista y mi dermatólogo no me vean porque lo voy a disfrutar como una enana. Cada uno cogemos un churro y brindamos antes de sumergirlo en el denso chocolate y el sonido de satisfacción que se me escapa seguramente lo hayan oído hasta en mi casa, pero no me importa, esto es mejor que un orgasmo.

—Te juro que ahora mismo quiero casarme con este churro o con el churrero que los hace.

—O con alguien que te los compre a diario.

—Sí, debería buscarme un sugar daddy.

—¿Un sugar qué?

—Si como esto a diario también necesito que me paguen el gimnasio, sino dejaré de caminar para empezar a rodar —casi se atraganta con el churro, por lo que me parto de risa.

—¿Y uno de tu edad?

—No, ese no tendrá dinero para comprarme churros diarios.

Estallamos en risa y damos comienzo a conversaciones absurdas sobre la vida, los clientes de mi trabajo, algunos de los suyos, de cómo es convivir con tantas personas y hasta como se conocieron nuestros padres. Claramente se muestra sorprendido por la diferencia de edad entre los míos y los suyos, los suyos prácticamente le tuvieron con poco más de nuestra edad y los míos con casi el doble.

—¿Cómo es tu vida allí? ¿La echas de menos? —recoloca mi manta ya que se cae cada vez que cojo un buñuelo, pero es que están deliciosos—. Me alegro de que te gusten y espero que te haya ayudado a endulzar un poco el día de hoy y sirva como disculpa.

—¿Mmmm?

—No debí presentarme así en tu trabajo, ni esta mañana, ni irme de esa manera. Lo siento.

—Yo siento haber sido tan borde y tan despectiva.

—No habías dormido bien Mei.

—Eso no es excusa, eres una persona, una muy buena y te mereces respeto. Tú nunca me has tratado mal, al contrario, has sido atento y paciente conmigo, has mostrado interés por mi trabajo y mi vida. Encima me preparas esto y yo...de verdad que lo siento, lo siento muchísimo.

—Bueeno, podrías hacer algo para que te perdone.

—¿No me has perdonado aun? —trato de poner mi mejor carita de pena.

—Sí, pero podrías hacer algo para mejorarlo —me giro hacia él en postura india expectante a lo que pase por esa cabecita—. Un brazo.

—¿Un abrazo? —inquiero curiosa.

—El mejor abrazo que podrías dar en tu vida.

—Bueeeno, daré lo mejor de mí.

Me alzo sobre mis rodillas para abalanzarme suavemente sobre él, por la postura quedo ligeramente por encima y no soporto la mirada que me lanza desde su posición, así que opto por esconderme en su cuello y aspiro sutilmente su aroma.

Entre notas y silencios | Kim SunwooDonde viven las historias. Descúbrelo ahora