El despacho de Rafael estaba en completo silencio, pero en su mente reinaba el caos. Caminaba de un lado a otro, con las manos en la espalda, enredando los dedos entre sí mientras su mirada se perdía en algún punto invisible de la habitación. Desde la mañana, cuando tomó la decisión de contratar a un detective, su cabeza no había parado de cuestionar si estaba haciendo lo correcto.
¿Era realmente necesario? ¿No estaba exagerando?
Se detuvo frente a la gran ventana que daba hacia la ciudad, observando cómo la vida seguía su curso con absoluta normalidad mientras la suya parecía sumida en un torbellino de dudas y sospechas. Se frotó el rostro con ambas manos y dejó escapar un suspiro cansado.
No era un hombre impulsivo. Nunca lo había sido. Cada decisión en su vida había estado meticulosamente calculada, cada movimiento fríamente planificado para garantizar el éxito, tanto en los negocios como en su vida personal. Y sin embargo, ahí estaba, a punto de cruzar una línea que ni siquiera en sus peores momentos había considerado traspasar.
Porque esto no era una simple investigación. Era su propio hijo.
Volvió a caminar, esta vez más lento, como si sus pasos pesaran más con cada pensamiento que cruzaba su mente. Y entonces, inevitablemente, su mente viajó años atrás, al momento exacto en el que aprendió que no podía confiar en nadie.
El recuerdo de Rebeca golpeó su mente con la misma intensidad de aquel día en que todo se derrumbó.
Había sido la única mujer a la que realmente amó. La única que logró romper sus barreras, la única por la que había estado dispuesto a hacer cualquier cosa. Pero también fue la única que lo traicionó de una forma que jamás creyó posible.
Desde entonces, Rafael dejó de ver el amor con los mismos ojos.
El hombre que una vez soñó con una familia perfecta, con una vida llena de certezas y estabilidad, había desaparecido. En su lugar quedó un hombre frío, desconfiado, alguien que solo creía en la lealtad demostrada con hechos, no con palabras.
Y ahora, años después, sentía cómo esa sombra del pasado volvía a atraparlo.
¿Qué pasaría si Martin le estuviera ocultando algo? ¿Si estaba a punto de descubrir que su propio hijo no era quien él creía?
Se llevó una mano a la frente, cerrando los ojos con fuerza. No quería volver a sentir esa sensación. No quería volver a experimentar el dolor de una mentira que lo hiciera cuestionar todo lo que había construido.
Pero lo que Rafael no sabía, lo que nunca podría imaginar, era que toda historia que él nos pudiese contar... sería completamente diferente a la realidad y nadie lo creería nunca.
Los dos toques en la puerta lo sacaron de golpe de su enjambre de pensamientos. Como acto reflejo, enderezó la espalda y casi corrió hasta su imponente sillón de cuero negro, sentándose con la elegancia y firmeza que lo caracterizaban. Se aclaró la garganta y, con su tono serio y autoritario, dio permiso para que entraran.
La puerta se abrió con suavidad, y la figura de su asistenta apareció en el umbral. Como siempre, impecable, con su falda de tubo negra perfectamente ajustada a su figura y una blusa blanca que, aunque formal, tenía el botón superior estratégicamente desabrochado. Caminó con la seguridad de quien conoce su lugar, pero también con la sutileza de quien sabe que en esa habitación, entre ellos, existía una tensión que iba más allá de lo laboral.
— Señor Urrutia — dijo con su voz suave, pero lo suficientemente clara como para llamar su atención, — hay un señor esperándolo en el lobby. Tiene una reunión con usted.
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Amor Prohibido
RomansLos Urrutia, una de las más ricas del país, dueña de Éclat d'Or una multinacional mundialmente conocida, su hijo Martín acaba de cumplir 18 años y necesitan un chófer para él, el problema es que él chico odia tenerlo. Juanjo, un chico humilde que ac...