Capítulo XVIII

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La cabaña estaba suspendida entre los árboles, enclavada en lo más profundo del bosque. Su estructura era rústica pero acogedora, construida principalmente de madera oscura que parecía mimetizarse con el entorno natural. Las ventanas de vidrio reflejaban los últimos rayos del atardecer, y un pequeño balcón rodeaba la cabaña, sugiriendo un lugar perfecto para contemplar las estrellas o disfrutar del aire fresco. La escalera de caracol que subía alrededor del tronco del árbol principal era un detalle mágico, como si la cabaña fuera parte del mismo bosque, una extensión de la naturaleza que la rodeaba.

Cuando Martin salió del coche, su reacción fue inmediata y genuina. Sus ojos brillaban con asombro mientras recorría cada detalle del lugar con la mirada, desde la cabaña en las alturas hasta los altos árboles que parecían custodiarla. Su sonrisa, amplia y sincera, era el reflejo de su entusiasmo.

Juanjo, al ver esa expresión de felicidad, no pudo resistirse. Bajó del coche, se acercó por detrás y rodeó a Martin con sus brazos, susurrándole un 'sorpresa' al oído, su voz llena de cariño.

Martin, emocionado, se giró rápidamente, agarrándole la cara con ambas manos y llenándolo de besos cortos y repetidos en los labios mientras repetía la misma palabra con la voz entrecortada por la emoción.

— Gracias, gracias, gracias.

El entusiasmo de Martin era contagioso. Tiró de la mano de Juanjo y lo llevó hacia la base del árbol donde empezaba la escalera de caracol.

— ¡Venga! — dijo Martin con una risa nerviosa, casi infantil, mientras empezaba a subir corriendo, sus pasos resonando en la madera.

Juanjo se quedó un instante en el primer escalón, mirándole subir con los ojos llenos de adoración, maravillado por la energía y la alegría de Martin. 'Qué bonito es hacerte feliz', pensó mientras lo seguía, subiendo con calma detrás de él. Cada carcajada de Martin al llegar más cerca de la cabaña era música para sus oídos, y Juanjo se prometió a sí mismo que ese fin de semana sería inolvidable.

Al llegar a la puerta, Juanjo sacó el pequeño papel donde tenía anotado el código que le habían proporcionado. Había una cajita justo al lado de la puerta, discreta y perfectamente integrada con la estética rústica de la cabaña. Con movimientos seguros pero emocionados, introdujo los números y el sonido del clic confirmó que tenían las llaves.

Cuando abrieron la puerta, un cálido aroma a madera y a naturaleza recién descubierta los envolvió. Lo primero que vieron fue el salón, un espacio amplio y acogedor donde predominaba la madera oscura y las tonalidades neutras. Los ventanales ocupaban casi toda la pared, regalándoles una vista espectacular del bosque que parecía extenderse sin fin. El lugar estaba iluminado con una suave luz ámbar que hacía que todo pareciera más acogedor y romántico.

Martin avanzó con pasos lentos, explorando cada rincón con la mirada, y no pudo evitar acercarse a los ventanales. Desde allí, se podía ver cómo los árboles se mecían suavemente con la brisa del atardecer.

— Esto es precioso, Juanjo... — murmuró, su voz cargada de asombro y gratitud.

Juanjo sonrió detrás de él, pero cuando llegaron al dormitorio, ambos se detuvieron. Era espacioso, con una gran cama de matrimonio en el centro cubierta por un edredón blanco y mullido. En la pared opuesta, un enorme ventanal ofrecía una vista más íntima del bosque, casi como si la habitación flotara entre las copas de los árboles. Martin ladeó la cabeza, mirando la cama, y luego se giró hacia Juanjo con una ceja levantada.

— Es una cama de matrimonio — comentó Martin, intentando sonar neutral pero con una pizca de picardía en su tono.

Juanjo, que ya esperaba esa reacción, se rascó la nuca con una risa nerviosa.

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