El sol ya comenzaba a esconderse, dejando unos bellos colores que acariciaban el cielo con dulzura.
Shun observaba cómo la luz que entraba por la puerta de su hogar se iba extinguiendo poco a poco, dejando la casa totalmente a oscuras.
Realmente no podía mover ni un solo músculo. En esos momentos, el muchacho parecía un trapo viejo y roto.
Estaba tirado en su colchón, pensando en qué iba a decirle a Iris cuando la volviera a ver.
No quería parecer tan patético.
Suspiró con dificultad, aún agotado.
Todos sus planes se habían fastidiado.
Era completamente patético. Tan patético que ni siquiera podría llegar a hablar con aquel extraño forastero, ni tampoco unas cuantas monedas, ni tener algo que llevarse a la boca...
Era muy patético. Tirado como un paño arrugado y gastado.
La oscuridad llenó la habitación por completo, llegando hasta cada esquina y cada hueco.
Había un silencio tímido y amable que acunaba amorosamente al joven.
Solo silencio. Nada más.
El chico negó con la cabeza, indignado.
No podía seguir siendo tan patético.
Hizo un esfuerzo supremo para mover un brazo, intentando apoyarse. Pero el brazo comenzó a temblar y se derrumbó.
Volvió a intentarlo. Tenía ganas de llorar y gritar del dolor extremo que sentía por todo su cuerpo. Pero no lo hizo.
Después de varios intentos más, consiguió ponerse en pie.
Comenzó dando un paso, luego otro, y otro. En cada movimiento, notaba como su alma emitía un agonizante chillido.
Logró salir de su casa, apoyándose en la pared y agarrándose el estómago.
Ni siquiera sabía por qué se había movido de su colchón, ni tampoco a dónde iba. Pero siguió andando, sin razón alguna.
Desgraciadamente, no aguantó mucho más y se desplomó en medio de la calle.
Notaba las miradas que se clavaban en él, llenas de asco.
No tenía fuerzas ni para llorar.
Alzó la vista hacia al cielo. Era negro. Negro. Negro como la misma muerte. Negro como la oscura sobra del dolor. Negro como los moratones de su cuerpo. Negro como... Como... Como el cielo nocturno. Negro.
Shun simplemente cerró los ojos, para ver solamente negro, esperando a que la muerte le acogiera entre sus senos.
El muchacho estaba tan ocupado deseando estar muerto que no se percató de una presencia distinta a las demás. Le estaba mirando, y no era una mirada de odio. Pero tampoco de compasión. Era una mirada vacía.