Greek permaneció callado unos minutos más, hasta que finalmente alzó la mirada y Shun pudo divisar detrás su mata de pelo dos bolas brillantes.
- Bien, querido y respetado oyente, creo que debería volver a mi trabajo- dijo el hombre, seguido de una risita.
Volvieron a recorrer los sinuosos pasillos hasta volver a la tienda de ataúdes.
- Muchas gracias, me ha gustado pasar aquí el rato- agradeció Shun. Su nuevo y siniestro amigo le respondió con una amplia sonrisa. El chico seguía intrigado en él y su viaje al exterior, pues era la primera persona que conocía que había llegado a ver mas allá de los muros, pero decidió no tocar el tema por el momento. Se dio la vuelta y salió a la calle.
El tiempo había mejorado, pero seguía haciendo un frío terrible, y la nieve bajo sus pies desnudos le quemaba ligeramente la piel.
Inspiró hondo, llenando sus pulmones con el aire de la ciudad, y acto seguido se puso en marcha.
Se deslizaba entre las sombras, recorriendo callejones desolados y de suelos mohosos. Finalmente llegó hasta su destino. Subió las escaleritas hasta llegar a la puerta. Agarró el pomo.
¿ Qué iba a decirle? ¿ Le diría la verdad o una excusa cualquiera?
Cuando el muchacho se decidió a abrir la puerta, el pomo giró con fuerza desde el interior y la puerta de abrió con un estruendo.
La figura de Iris apareció ante Shun, imponente y aguardando una excusa decente.
- Yo... Eh...- nada se le ocurría para explicar su ausencia.
Se fijó en su cara con más profundidad y divisó un rastro de preocupación en sus ojos. De repente la mujer abrió los ojos de par en par, sobresaltada.
- ¿ Como te has hecho eso?- dijo ella señalando la cicatriz de la boca y los moratones de su cuerpo.
Shun no esperaba tal reacción, así que se quedó unos segundos sin decir nada, de piedra.
Iris soltó un largo suspiro, y acto seguido encajó un puñetazo en su mejilla.
- ¡ Me has tenido preocupada!
El muchacho soltó una risotada, y su amiga le dio otro golpe.
Ambos entraron en la pequeña habitación.
- Toma, come algo. Estás pálido y delgaducho- la mujer le ofreció un bollo de harina con un poco de queso de águila, cosa que el joven no despreció en absoluto.
- Bueno, chico, ¿esta noche lo dejamos donde la última vez?
Iris tenía el pelo rojo y rizado recogido en una frondosa coleta, y su rostro adulto mostraba una sonrisa alegre y bonachona.
- ¡Lo que tú digas!- respondió el muchacho, con una amplia sonrisa en la cara.
- Bien, te espero cuando el sol muera tras las murallas.