Shun estuvo vagando por las calles después de despedirse de Iris.
De repente, cayó sobre él la discusión que había tenido con su amigo la noche anterior. No podía evitar arrepentirse por haberse marchado sin decir nada a nadie, pero era Lobo el que estaba equivocado.
No podía sacarse el mal sabor de boca, así que se sentó en unas escaleras a esperar, fantaseando sobre el mundo fuera de las murallas.
Y así pasó el resto del día, hasta que el sol comenzó a esconderse por detrás de las enormes murallas que rodeaban la ciudad. Se puso en marcha.
Al llegar al Concordio, el muchacho pensó que seguía exactamente igual. Tal vez algo más nuevo debido a las reformas, pero Iris se había encargado de que quedara como antes.
Era un edificio de dos plantas, hecho de madera de roble, color oscuro, con un cartel negro donde ponía, con letras blancas, El Concordio. Las ventanas estaban cuidadosamente decoradas, y la puerta también tenía una estética cuidada y rústica.
Al entrar, notó el ambiente que tanto había echado de menos. El techo era realmente alto. El lugar estaba lleno de gente sentada en la mesas, las cuales se esparcían por la estancia, o personas que subían y bajaban las escaleras de caracol que llevaban a los palcos del segundo piso, donde había más mesas y se podía ver mejor el escenario, situado al fondo de la sala,con un telón rojo de fondo.
Por fin encontró a Iris entre la multitud.
- ¡Shun! Esta vez has aparecido- la mujer tenía que elevar mucho la voz por encima del escándalo que había.
-¡¿ Cuándo salgo, Iris?!- exclamó el joven para hacerse escuchar.
La mujer compuso una de sus geniales sonrisas y cogió al muchacho del brazo, llevándolo hasta las escaleras del escenario.
- ¿ Preparado?
- Hace mucho que no practico... ¿ Crees que...
- Lo harás bien. Siempre lo haces bien- dijo ella, risueña. Su confianza en Shun hizo que éste se armara de valor.
- Estoy listo.
Entonces su amiga le guiñó un ojo y desapareció entre la multitud. Momentos después se apagaron las luces, y se hizo el silencio. Un haz de luz iluminó el escenario, donde de se encontraba Iris.
- Damas y caballeros, todos conocemos una leyenda musical que ha pasado por El Concordio, el Susurrador de almas- todo el mundo comenzó a susurrar,- su música hace temblar hasta el alma más férrea. Hoy tengo el honor de anunciar el retorno del Susurrador- Iris hizo varias señas a Shun para que subiera con ella al escenario, pero se había quedado paralizado. Le sudaban la frente y las manos, y el estómago se le había hecho un nudo. Aún así, aguantó la respiración y subió con ella. La sala estalló en susurros de nuevo.
Iris le dio una palmada en la espalda al joven y lo dejó solo.
Shun estaba muy tenso. Miró hacia atrás, y pudo ver el gran clavicordio, instrumento principal que poseía el establecimiento. Se acercó cuidadosamente. El silencio atronador le estaba matando por dentro, atando su garganta sin dejarle respirar. No dejó de temblar hasta que posó suavemente las yemas de los dedos sobre las teclas del instrumento.
Suspiró hondo.
A partir de ese momento la música se deslizó con ligereza por cada rincón de su cuerpo, inundando por completo sus sentidos. Cerró los ojos, disfrutando de aquella placentera sensación.
Sus dedos se movían con delicada armonía, con tranquilidad y fluidez.
La melodía que inundó la sala era un tenue susurro que hacía tiritar las almas de los oyentes.
Entonces no pudo contenerse más. Abrió la boca y dejó escapar una melódica y armoniosa voz que susurraba una canción acorde con su cautivadora música.
Cada vez era más intensa, más fuerte, más penetrante.
Las lágrimas y el sudor bañaban su cara, pero no le importaba.
Se había equivocado varias veces, pero no podía parar.
Realmente era algo que había echado mucho, muchísimo de menos.
Cuando ya no pudo seguir, abrió los ojos, concluyendo la canción de una forma sutil. La sala rompió en aplausos y vítores que hacían temblar el suelo.
Las teclas estaban ensangrentadas, y la piel de sus dedos se había levantado, pero nada de eso importaba.
Se levantó y se puso de cara al público. Entonces el corazón le dio un vuelco cuando divisó, el el segundo piso de la sala, a su amigo Lobo, con una sonrisa, observándole y aplaudiendo. Rápidamente se inclinó para saludar y se puso recto de nuevo.
Pero se dio cuenta de que alguien tenía una presencia cargante en la estancia. Comenzó a buscar con la vista, hasta que dio con una figura envuelta en sombras, en una esquina del primer piso, con una capa que cubría su boca, y llevaba el rostro encapuchado.
No podía verle bien, pero sabía que le estaba mirando, porque sintió un cuchillo clavándose en lo más profundo de su pecho cuando posó su mirada sobre aquella persona.
Puede que su música susurrara a las almas, pero esa presencia estaba gritando por encima de los aplausos. Estaba llamándole.