Manazas

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Shun dejó atrás el revuelo que se había formado en frente de la puerta principal. Estaba emocionado por la llegada del extraño forastero del exterior.
Se fue corriendo de nuevo a la Baja Central para dirigirse a su casa. Al entrar descubrió que unas ratas estaban zampa do con ansias las últimas migas del pan y el queso que había robado días atrás. Las espantó y se sentó en su cama, algo angustiado. Hoy no podría comer. Agitó la cabeza intentando no pensar en ello.
De repente se le vino una idea a la cabeza: no podía presentarse en una zona de clase alta en la que se encontraba el hombre del exterior con esas pintas. Estaba sucio, descanlzo y harapiento. Tal vez, con algo de ropa decente... Entonces recordó que no tenía ni una moneda. Pero tenía una idea de cómo conseguir algo de dinero.
Salió de nuevo a la calle y estuvo andando por las callejuelas sin rumbo aparente, hasta llegar a un callejón muy estrecho. A la mitad del callejón había unas escaleras que llevaban a una puerta de madera blanca. El joven llamó tres veces.
La puerta se abrió con un gemido, y se encontró con una mujer con cara de pocos amigos, la cual le dedicó un gesto desdeñoso. El joven le devolvió la mueca.

-¿Qué demonios haces aquí?- farfulló la mujer.

-Necesito pepitas- dijo Shun entre dientes, intentando disimular su incomodidad.

Se hizo el silencio. La mujer soltó una fuerte y ruidosa carcajada.

-¿De verdad crees que voy a dejarte algún trabajo después de la última vez?- ella se puso seria de repente.

El muchacho desvió la mirada, incómodo.

- Cuando el Concordio se incendió tú te marchaste. Me dejaste sola.

El muchacho bajo la mirada.

- ¿No vas ni a disculparte siquiera?- gruñó la mujer.

- Lo siento- dijo Shun, intentando no recordar cómo había huído aterrorizado y había abandonado a su amiga y a su taberna.

Hubo un largo silencio.
La mujer soltó una sonora carcajada. El joven la miró, confuso.

- ¡Te he echado de menos!- dijo ella, tendiéndole la mano amistosamente, con una sonrisa bonachona.

El joven estaba algo aturdido, pero finalmente comprendió que le había perdonado, y que lo había extrañado mucho en estes últimos dos años separados.
Shun le cogió la mano y la sacudió.

- Estaré encantada abriéndote las puertas del Concordio de Iris.

El chico esbozó una amplia sonrisa y siguió a la mujer hasta dentro de su casa.
Iris era una mujer de baja estatura, pálida, muy joven y delgada. Siempre llevaba el pelo recogido o con un pañuelo en la cabeza. Tenía una camiseta muy holgada que le llegaba hasta las rodillas y unos pantalones igual de holgados, junto con unas botas de cuero rojo. Era un estilo bastante extraño, pero a pesar de ello era bastante famosa entre los hombres.
Su casa era pequeña, pues constaba solo de una habitación donde tenía su cama, un armario, una librería llena de libros y un escritorio lleno de papeles junto con un par de sillas. Era frío y húmedo, como todas las casas de la Baja Central.
Iris se sentó en frente al escritorio y ofreció asiento a Shun, el cual lo aceptó cortésmente.

- Bien, dime, ¿para cuando quieres la actuación?- dijo la mujer, revolviendo entre los papeles.

- Pero... ¿Ya está arreglado por completo? Pensaba que el incendio había causado más estragos.

- No fue para tanto. En un año ya estaba de nuevo en funcinamiento- dijo ella, sonriente.

-¿Te viene bien esta noche?- dijo Shun, evitando el tema anterior.

-¿Tienes prisa?

- Un poco.

- Voy a ponerte de último, como siempre.

El muchacho asintió, satisfecho.
Iris se quedó mirándolo un momento, y luego ensanchó su sonrisa.

- Siempre has sido el "Susurrador de almas" para todo el Concordio, pero para mí siempre serás un "Manazas".

El joven se rió.

- Deséame suerte hoy a la noche.

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