Trapos y Harapos

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Shun se había comido toda su ración de pan. El delicioso pan robado. Se levantó de un salto y escondió su preciado saco de comida estre todos los harapos que constituían su cama, y hecho esto salió a fuera.

El aire era frío, y éste recorría el cuerpo del ladrón desde la punta de los pies hasta la coronilla. Realmente, aquel muchacho no sabía cuanto tiempo había pasado desde su llegada a la ciudad, o simplemente había nacido allí. No lograba recordarlo, pero tampoco quería.

La gélida y pulcra nieve le llegaba a los tobillos desnudos. Si, el frío era inaguantable.

Por mucho tiempo que pasara en esa ciudad, jamás lograría acostumbrarse a ese horripilante y nevado clima.

Shun estaba solo. Completamente solo, paseando por las calles sucias y destruídas, con los pies descalzos y la ropa hecha girones. El cielo encapotado se cernía sobre la ciudad. Las gotas heladas y blancas comenzaron a caer delicadamente. El muchacho no tenía a donde ir. Sólo podía seguir recto. Le pasaba a menudo. Perdido entre sus pensamientos, vagaba por los callejones, solitario.

Cuando se dio cuenta, había llegado al centro de la zona pobre, también llamada Baja Central. Un amago de sonrisa asomó en sus pálidos y tiritantes labios. Caminó entre la gente hasta llegar a donde él quería.

Trapos y Harapos era la tienda más humilde y deshecha de toda la Baja Central. Al entrar en la sala principal, como siempre, no había nadie. El muchacho se dirigió a la puerta que estaba detrás del mostrador. Subió las escaleras verticales hasta el piso superior. Dio un par de toque en la trampilla situada al final de las escaleras y se abrió.

-¡Zorro!- dijo la niña que le había abierto la puerta, saltando a su cuello y abrazándolo con fuerza. Shun rodeó con los brazos a la pequeña y dulce niña, lo que le produjo una sensación de calor y de alegría inmensas.

En la sala estaban la niña; Kob, un perro gris, tuerto, sin oreja derecha y cojo de la pata izquierda delantera; también un muchacho alto y delgado, de pelo cobrizo y ojos verdes como las hieba primaveral, que le saludó con una amplia sonrisa. A su lado estaba sentado un hombre que aparentaba mucha más edad de la que tenía. Le faltaban algunos dientes, estaba con los ojos vendados y tenía un pelo canoso y escaso. El hombre estaba sentado en un escritorio antiguo y mohoso, con una vela encendida sobre éste.

-Rata, Lobo, podéis retiraros. Voy a hablar con Zorro- dijo el hombre del escritorio, con una voz rasgada, casi en un susurro.

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