Cabezota

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Shun salió a la calle después de comer su desayuno, y el corazón le dio un vuelco.

Las aceras de losas decoradas, edificios hechos de mármol y madera resistente, sutiles y elegantes vestidos, tiendas por todas partes, casas tan altas que rozaban las nubes, y gente... mucha gente.

Entre todo eso estaba él. Se sintió pequeño e indefenso.

Intentó correr, pero las calles eran demasiado anchas y no había callejones por los que escabullirse.

El miedo inundó su cuerpo. Estaba atrapado en La Central.

Entonces pensó en aquella mirada inescrutable y fría, se armó de valor y echó a correr.

Subirse a un edificio estaba descartado. eran demasiado altos, y no podía pedir indicaciones porque llamarían al alguacil. El muchacho se deslizaba por las sombras para evitar las miradas indiscretas, cavilando sobre una manera de volver a la Baja Central. Vio como un carro se paraba unos metros por delante de él. Unos hombres bajaron de éste y comenzaron a cargar cajas de mercancías a la parte de atrás del vehículo, la cual estaba tapada por una manta. Aguzó el oído para poder escuchar la conversación.

-¿Cómo dijiste que se llamaba?

-No lo sé. Creo que trabajaba en el cementerio... pero dicen que está loco.

-¿Y para qué quiere esto?

-¡Y yo qué sé! Anda cárgalo. Quiero hacer esto cuanto antes. No me gusta nada la Baja Central.

Al escuchar esas últimas palabras dejó de escuchar. Por fin un rayo de luz iluminaba su tortuoso camino.

Era su oportunidad. No se lo pensó dos veces. Mientras los hombres se dieron la vuelta para coger otra caja aprovechó para meterse en la carpa del carro. Se deslizó hasta un hueco en el que no pudieran verle e intentó encajar su cuerpo con el de la mercancía. Esperó.

Momentos después, notó cómo el vehículo se movía. Lo había conseguido.

Los momentos que pasó debajo de aquella manta le parecieron eternos. Pero finalmente se pararon. Tragó saliva, nervioso. Levantó un poco la manta y... Sí. El suelo estaba sucio y agrietado, el aire olía a humedad y las casas tenían un aspecto deplorable. Bajó del carro y se alejó de allí corriendo. Las calles comenzaban a resultarle cada vez más familiares, hasta que por fin llegó a su destino.

Entró en el local de Trapos y Harapos y saludó al anciano que estaba detrás del mostrador, el cual le saludó con una cansada sonrisa. El perro Kob yacía a sus pies, dormido.

- Me alegra que hayas vuelto. Te has ausentado muchos días y comenzaba a preocuparme- dijo el hombre.

- Sabes que no tienes que preocuparte por mí.

El anciano entrecerró los ojos, paseando la mirada por el cuerpo del muchacho.

- ¿Te has metido en líos otra vez?

-Ya sabes como son los alguaciles...

-No creo que lo hicieran sin razón- le lanzó una mirada acusadora al muchacho.

Éste suspiró y esbozó una sonrisa. El anciano se la devolvió.
La puerta de detrás del mostrador se abrió con un fuerte estruendo, y Lobo se precipitó en la habitación.
Le dirigió una mirada fugaz a Shun y se quedó inmóvil unos segundos.

-Yo... Siento haber estado ausente todos esto días y...

-¿ Estás bien?- preguntó su amigo, preocupado.

-Si.

Un silencio ligero y agradable inundó la habitación.

- La gente en el mercado hablaba de ti. Pensaba que habías vuelto a tu casa pero...- Lobo hizo una pausa y compuso una amplia sonrisa, - me alegro de que hayas vuelto dijo solamente.

Shun recordó todo lo que le había pasado anteriormente.

- Yo también pensaba que no volvería a veros- susurró, conteniendo la alegría.

Rata entró también, y al ver al joven allí parado y sonriente, corrió para abrazarle.

- Te echamos mucho de menos. Lobo se pasó toda la noche buscándote.

Shun le miró, ruborizado, y el muchacho de ojos verdes le correspondió con una sonrisa avergonzada.

-Supongo que tendrás otras cosas que hacer y...dijo el anciano.

-Hoy me apetece estar con vosotros- le interrumpió el muchacho.

Momentos después estaban los cuatro sentados en unos taburetes alrededor del mostrador de la tienda, hablando y riendo, deseando que esa tranquilidad durara eternamente.

Llegó la noche, y cenaron todos juntos. Se repartieron una hogaza de pan y después siguieron hablando hasta tarde.

Finalmente Rata terminó por quedarse profundamente dormida, y el abuelo se retiró a su cuarto junto con su perro.

- Bueno... Nos hemos quedado un poco solos- comentó Shun.

Su amigo de ojos verdes le dirigió una mirada agradable y serena.
Estaba apoyado contra la ventana, bañado por la luz que provenía del exterior.
Shun se colocó a su lado.

- Me gustan estos momentos- susurró Lobo.

- A mi también.

- Ojalá esta paz durara para siempre...

- Si...

Ambos suspiraron y se miraron el uno al otro con un brillo intenso en los ojos. Shun compuso una amplia sonrisa.

- Estoy seguro de que algún día saldremos de esta ciudad, y entonces seremos libres- dijo el joven.

Lobo agachó la cabeza y su rostro se ensombreció.

- No deberías de darle tanta importancia al asunto.

Entonces el muchacho clavó una mirada molesta en los ojos verdes de su amigo.

- ¿Que no es importante? Estamos atrapados sin poder ver el exterior. Nacemos y morimos en estos muros- casi gritó.

- No sabes lo que hay ahí fuera...

- Por eso mismo debemos salir, para descubrir qué hay.

- ¿De verdad quieres saber lo que hay?- Lobo meneó la cabeza y suspiró, con la mirada perdida, - al otro lado encontrarás un mundo en el que no puedes vivir.

- Ni siquiera tú lo has visto.

El joven de pelo cobrizo le dedicó una mirada llena de angustia a su amigo.

- Shun, eres un cabezota.

- ¡¿ Cabezota?! Eres tú el que está insistiendo en que me quede aquí.

- No estoy insistiendo. ¡Solo digo que el exterior no es tan hermoso como crees! No siempre tienes razón.

- No lo sabes. No has estado allí.

El ambiente se había vuelto cargado y agobiante.

Shun apretó los dientes y se retiró a una esquina de la habitación. Se encogió sobre sí mismo y cerró los ojos.

Lobo se quedó en la ventana.
Estuvo un rato observando a su amigo, el cual se había quedado profundamente dormido.
Era un cabezota. Tan cabezota que era capaz de estar horas discutiendo sin cambiar de opinión. Sonrió para sí. Se dio cuenta de que le gustaba que fuera un cabezota.

El erranteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora