Pasillos y laberintos

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Antes de que amaneciera, Shun ya estaba en pie. Lobo no estaba en la habitación, pero no le dio importancia.

Aun molesto por la discusión de la pasada noche, salió del local sin siquiera despedirse.
Estuvo vagando sin rumbo alguno por las calles. Antes de que se diera cuenta, se sentía estúpido por haber dejado las cosas así. Notaba como su cuerpo le pesaba cada vez más, y poco a poco se sentía más impotente. Estaba completamente arrepentido.

Arrastrando los pies por la ciudad durante un rato, pensando en cómo podría mirarle ahora a la cara a su amigo, y qué debía decirle cuando lo viera, llegó hasta un edificio bastante bien cuidado para ser de la Baja Central. Era de tamaño mediano.

Le resultaba familiar...
Hizo memoria.
Lo recordó. Era el edificio delante del cual se había bajado el carro de mercancías que le había sacado de la Central.
Dudó un momento, pero finalmente entró.
La iluminación era muy escasa, ya que las ventanas estaban prácticamente tapiadas. A los lados había ataúdes de diversos tamaños apoyados contra la pared, y el suelo estaba lleno de tablas de distintas maderas y grosores.

El ambiente era aun más frío que el de la calle. Apestaba a humedad y a madera mojada, y la habitación desprendía un aura siniestra y lúgubre.

Al fondo de la estancia había un polvoriento recibidor con una campanita de bronce encima.
El muchacho se acercó para examinar dicha campana con cautela. 

De repente una madera detrás del recibidor crujió, y el joven dio un salto hacia atrás, sobresaltado. Una figura alta y encorvada se alzó lentamente como una sombra. Alargó una mano hacia Shun, y éste se quedó paralizado de horror.
La mano se desvió hacia una vela que estaba sobre el mostrador. Cogió algo de la mesa y encendió la vela.

Al ver el rostro de aquella persona, el muchacho palideció de horror.

Era un hombre con una ancha y macabra sonrisa con una afilada y sucia dentadura. Tenía el pelo muy largo y de color rojizo, el cual le tapaba también los ojos. Aun así podían verse entre los mechones de pelo sobre su frente, dos destellos amarillentos. Llevaba puesta una túnica negra y un simple sombrero negro de copa.

- Hola chaval, ¿ buscas algo?- su voz tenía un tono sarcástico y burlón. Era un tono alegre y amable, pero a la vez lúgubre y escalofriante como el suspiro de un fantasma.

Shun no sabía qué decir. Se le había congelado la garganta.

- Venga, no pongas esa cara...

- Ho-hola... Bu-buenos días...- tartamudeó el joven.

- ¡Así se habla, sí señor! Muy buenos días. ¿ Qué deseas?

- Eeeh... Yo...- entonces se preguntó qué estaba haciendo allí, y por qué había entrado en el edificio.

 Escuchó el sonido de las gotas de agua que venían de fuera, señal del comienzo de una lluvia.

- Fuera hacía frío y estaba lloviendo- respondió el joven finalmente. Se dio cuenta de lo estúpido que sonaba aquello, ya que dentro del local tenía aun más frío que fuera.

- ¡Vaya! Bueno, te dejo resguardarte aquí un rato. Eres de los poco que piensan que este lugar puede ser lo suficientemente acogedor como para ejercer de refugio- soltó una risita fantasmagórica entre dientes que le heló la sangre al muchacho e hizo que sintiera un escalofrío.

- Gracias...

El hombre salió de detrás del mostrador con un movimiento enérgico. Se paseó por la habitación danzando con ligereza y cierta elegancia, aguantando la vela con delicadeza. Después  se deslizó hasta la puerta y dirigió una mirada hacia Shun.

- ¿Te apetece pasar?

El joven vaciló un momento, pero la curiosidad pudo con él y asintió con la cabeza.

El hombre le agarró del brazo con sus largos y huesudos dedos, y le llevó por la puerta de detrás del mostrador, la cual daba a un largo pasillo estrecho y oscuro con varias difurcaciones. Siguieron andando. 

El muchacho intentó memorizar el camino. Giro a la derecha, recto, giro a la izquierda, otra vez hacia la izquierda... aquello era tan laberíntico que no pudo memorizar el camino de vuelta. Además, en cada pasillo había varias puertas de distintas formas y materiales. El chico se preguntó cómo demonios podía alguien memorizar todas las puertas y pasillos de esa casa.

- Por cierto- el hombre se paró en seco,- no me he presentado, ¡que educación la mía!- se inclinó ante Shun y se sacó el sombrero, dejando caer los largos mechones de cabello rojo, -mi nombre es Greekhowl Uskhom. Pero prefiero simplemente Greek- se puso el sombrero de nuevo.

- Encantado... mi nombre es Shun- la sonrisa del hombre no le inspiraba ninguna confianza.

- ¡Bien! Pues hechas las presentaciones, entremos- Greek giró el pomo de una puerta que se encontraba frente a ellos. Era de un color verde moho, pero estaba casi nueva, y hecha de una madera refinada muy exquisita.

En el interior había una pequeña sala de estar con cuatro grandes sillones, una mesita con varias pilas de libros encima, y una chimenea encendida. Habían pasado de un ambiente frío y lúgubre a uno cálido y sereno, simplemente pasando de una habitación a otra. El muchacho estaba sorprendido.


- Por favor, toma asiento- ofreció Greek con una sonrisa macabra. El hombre cogió un libro de encima de la mesa y se sentó a leer.

El muchacho se quedó mirando las llamas de la chimenea. Entornó los ojos, recordando la razón por la cual se había ido tan temprano de Trapos y Harapos. La tristeza y el arrepentimiento lo inundaron de nuevo y estrujaron su corazón como una serpiente. Tuvo que contenerse para dar un grito de rabia y confusión. No sabía qué debía hacer... si dejarlo pasar y esperar a que se olvidara el asunto, o seguir insistiendo para intentar arreglarlo y fracasar en el intento. No podía perder a su amigo.

Cerró los ojos, agotado.

De repente notó una mirada clavada en él que le provocó un escalofrío por todo el cuerpo y le obligó a apartar la mente de su problema.

Greek le estaba mirando fijamente debajo de su largo flequillo, con esas pequeñas bolitas de color amarillento, pero era como si no le viese realmente. Parecía perdido en sus pensamientos.

El joven se fijó en el título del libro: Diario de campo; la belleza del mundo. De Velactum Poetro. Se le encendió un brillo de emoción en la mirada.

- Ese libro...- dijo, señalándolo.

- Ah, si...- el hombre soltó una risita nerviosa y siniestra,- yo también estuve allí, y me gusta saber opiniones distintas a la mía sobre el tema del exterior de los muros. Pero como comprenderás, no hay mucha gente que haya salido.

- ¿Cómo es? ¿Es hermoso? ¿Y los bosques?- Shun no cabía en sí de gozo y emoción. No podía contenerse, las preguntas brotaban de su alma con estrépito.

- Vaya... veo que te entusiasma mucho- el hombre ensanchó su sonrisa. Pero de repente, su rostro se quedó helado, y su sonrisa fue desvaneciéndose hasta quedarse completamente serio. 

Parecía haber recordado algo.

Shun se estremeció de puro terror al ver a Greekhowl tan serio. Parecía un muerto en vida, con esa pálida y delgaducha cara con esa expresión tan tremendamente tenebrosa.

- Es una larga historia.

- Tengo tiempo- insistió el muchacho.

La sonrisa volvió a asomar en los labios finos y blancuzcos de aquel hombre.


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