La mirada de un dragón

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Tenía el don de la ''mirada eterna''. Sus ojos eran absolutamente negros, como dos pozos profundos. Penetrantes, y totalmente oscuros. No se distinguía ni la pupila. Sus ojos no eran como los de los demás, porque no pertenecía a la raza humana. Sus ojos infinitos, sin blanco alguno, sin pupila, sin iris, nada. Solo oscuridad. Pero no estaban vacíos, no. Simplemente, eran negros.

Shun se acercó a él.

-Todo riachuelo vuelve al mar- dijo el anciano, mostrando una amable y sincera sonrisa.

-Yo también me alegro de verte- saludó el muchacho, tomando asiento al otro lado del escritorio, -pero sabes bien que no estoy aquí solamente de visita.

El rostro del hombre con ojos oscuros se endureció y mantuvo una expresión completamente seria.

-Sabes lo que pienso al respecto- replicó el anciano, con voz grave y profunda.

-Pues claro que lo sé- dijo el muchacho en un angustiado suspiro, cruzándose de brazos.

-No, no lo sabes- respondió el viejo. Entonces Shun miró a los ojos de aquel hombre y recordó por qué le llamaban el Viejo Dragón. Su penetrante mirada se deslizaba por el rostro del muchacho, y lo hizo estremecerse.

Un silencio incómodo invadió la habitación.

El anciano suspiró hondo.

-El viento es incauto, ruidoso, pero valiente.

Shun nunca llegaba a entender el significado exacto de sus frases, pero el joven observaba brotar las palabras de la boca del viejo, ahuecaba las manos de su mente y cada letra, cada sílaba, por inteligibles que fueran, se posaban dulcemente sobre su cabeza, cerraba el puño con delicadeza para no romper ninguna palabra y no las dejaba escapar.

De nuevo, una sonrisa amable volvió a asomar en el rostro del Viejo Dragón.

-Puedes quedarte un rato, creo que los muchachos se alegrarían mucho- dijo el anciano.

Shun giró la cabeza para mirar por la ventana. Las nubes comenzaban a desplazarse, dejando pasar finas columnas de sol que descendían desde el cielo con elegancia. Sonrió.

-Me quedo- el muchacho se levantó de la silla. Acto seguido se dirigió hacia la puerta musgosa y polvorienta por la que habían salido sus dos compañeros. 

Al agarrar el pomo oxidado y girarlo lentamente, notó la mirada del ojo de Kob, el perro, que había estado presente en toda la escena y se despedía.

Sintió también la mirada de aquel hombre de nuevo sobre él. Esta vez le transmitió una enorme sensación de calidez que recorrió todo su cuerpo. Era una mirada digna de un dragón.

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