Manecilla de Jaspe

10 3 3
                                    

Era impresionante.

El Viejo había estado fuera tres horas, y trajo consigo a diez personas de distintas edades, pero en general adultos y jóvenes.

Shun pudo distinguirlos a todos.
Al fin y al cabo, el Viejo Dragón dedicó la mayor parte de su vida a recoger vagabundos callejeros, sin nombre, marginados de la sociedad. Les daba un nombre.

Ciervo, Cuervo, Tigre, Gallo, Liebre, Gato, Perro, Buei, Araña, Libélula.

Se le vino a la mente el recuerdo de su infancia. Todas aquellas personas y más se habían criado junto a él.

Estuvieron saludándose durante un rato, abrazándose y recordando viejos compañeros.

- Familia- comenzó el anciano, subido a una silla, - antes de determinar los detalles del plan, debo anunciar algo.

Se hizo un silencio entre la tropa animal.

- Los que estáis aquí arriesgareis vuestra vida, seguramente. La Central está severamente custodiada por terribles alimañas y soldados entrenados.
Aquellos que deseen abandonar y salir por la puerta, no se lo impediré. Seguiré queriendo a toda esta familia como hasta ahora, a todos y cada uno de vosotros, porque el miedo es algo común y os pido que, si ahora mismo no os creéis capacitados para realizar esta misión, marchaos- anunció el Viejo. En cambio, nadie movió un solo pelo, simplemente callaron y observaron.

- Bien, vosotros sois los integrantes de la misión "manecilla de Jaspe".
Supongo que no habréis oído nada de la brújula de Ąletėa. Es una vieja y olvidada leyenda. Tomad asiento.

<< Érase un árbol tan antiguo que se creía que había nacido de la primera semilla existente en la Tierra. Su tronco era nudoso y robusto, y sus hojas grandes y hermosas. Su nombre era Jaspe.

El pueblo de los Khą habitaba en las colosales raíces de dicho árbol, con casitas hechas de hojas secas de Jaspe. Sus habitantes eran pacíficos, y adoraban al árbol que les cobijaba. Lo regaban cada durante dos días seguidos, con grandes cubos de agua, día y noche, y lo protegían de insectos dañinos.

Tenían una princesa, cuyo nombre era Ąletėa. Era hermosa y pura como el agua de un manantial. Su cabello verde y ligero se agitaba fácilmente con el viento de la llanura.

Ella ansiaba salir a explorar nuevos rincones del mundo, ver más allá de las hojas del árbol Jaspe. Pero su padre, su madre, y los habitantes de Khą consideraban esta idea ridícula y arriesgada.

Un día llegó un joven al pueblo y se presentó en el palacio. Llevaba una gran mochila a la espalda, con diversos objetos desconocidos colgando. Sus ropas eran extrañas. Su cabello, su piel, sus ojos, eran diferentes a lo que la princesa estaba acostumbrada a ver. Se quedó prendida de él.

El nombre del joven era Summ Rak.

Ąletėa, interesada en la procedencia del extraño forastero, frecuentaba la cabaña donde se alojaba temporalmente, y Summ Rak le contaba maravillosas historias y aventuras que había vivido a lo largo de su viaje.
Él fue el primer explorador.

Le enseñaba a la princesa mapas, artilugios de medida, de orientación, de almacenaje...
Pero ella siempre le suplicaba que le enseñara ese objeto que siempre llevaba colgado al cuello. Summ Rak se quitaba la cadena por la cabeza y le entregaba a Aletea una brújula hecha de piedra. Era redonda y pesada. Summ decía que solía señalar el norte, pero la aguja se había roto, y ahora era inútil.
La princesa siempre se quedaba un largo rato observando y palpando el artilugio con dulzura y cariño.

En poco tiempo, ambos estaban perdidamente enamorados el uno del otro. Pasaban día y noche hablando, comiendo juntos, paseando... Tenían una conexión sobrehumana, pues cada vez que sus ojos se cruzaban, sus almas se fusionaban y se sentían como un solo ser.

El rey estaba enojado y celoso de que Summ Rak, un forastero cualquiera, que había irrumpido en su pueblo y había alterado su paz, tuviera el hermoso corazón de su hija. Cada vez veía con menos frecuencia a la princesa, y eso le enfadó hasta tal punto que su carácter bonachón y amistoso se convirtió en odio. Su obsesión se volvió un temor irracional a perder cualquier posesión. El rey de Khą se encerró en sus aposentos. Comenzó a susurrar a la oscuridad. Hablaba con las sombras, leía libros prohibidos y arcanos, y en las noches se perdía en las profundidades del bosque. La mirada del rey se hizo hundida y negra como la noche más cerrada. Su andar era pesado y encorvado, y despedía de sí un aura aterradora y desagradable.
Esto hizo que la reina cayera en una depresión profunda, dando lugar a su suicidio.

La cólera del rey estalló.

Una noche lluviosa, irrumpieron los aldeanos furiosos y la guardia real en la habitación donde dormían Summ Rak y la princesa. El rey había ordenado que le trajeran la cabeza de los enamorados.

Al verse en este aprieto, Summ Rak agarró a Ąletėa y huyeron hacia las cortes de los caballos.

La princesa montó un corcel gris puro, con cabellos tan negros como el cielo nocturno.
Summ Rak acariciaba al alterado caballo, mientras le susurraba al oído palabras en una lengua extraña.

El caballo se llamaba Bruma gris.

El joven le entregó a la princesa algo en la mano. Estaba frío. Ella lo observó un rato, y luego miró hacia Summ Rak.
Era la brújula en la que él había estado trabajando para que funcionara. Seguía siendo de piedra, pesada y áspera al tacto. Pero tenía una manecilla de reloj, que apuntaba a una dirección: el norte. Dicha manecilla había sido tallada con ligero cuidado y cariño, por unas manos tiernas y hábiles, con madera de Jaspe.

La princesa no tuvo tiempo de despedirse. El muchacho azotó al corcel, que relinchó al viento tormentoso de esa misma noche, y salió a galope, con la princesa sobre él, llorando.

- Ve hacia el norte y vive todas las aventuras que te he contado y más. O vive en paz y sosiego, en un bosque solitario y apartado. Pero vive.

Esas fueron las palabras del joven antes de quedarse observando cómo Ąletėa se alejaba, atravesando la lluvia, hacia el norte.

Dicen que después de eso, Summ Rak y el rey lucharon durante meses intensamente entre ellos.

Del muchacho nada se sabe, y del rey se cree que se fugó a las montañas, mudando su nombre al de Garuda de la Montaña Rocosa, y se hizo un ermitaño nigromante, poderoso como un dios y despiadado como la muerte. Nadie les ha vuelto a ver a ninguno de los dos.

En cambio, Ąletėa siguió a su manecilla de Jaspe, conociendo gente alrededor del mundo y formando una gran familia.

La brújula de la princesa de Khą pasó de generación en generación, hasta ahora.>>

Querida familia, este viejo ha olvidado muchas cosas, pero jamás escapará de mi mente el momento en el que mi padre me dijo: - hijo, esta es la brújula de Ąletėa, y su manecilla está hecha de madera de Jaspe. Es un regalo. Consérvalo, pues fue propiedad de nuestro clan durante muchos, muchos años... Ahora, te contaré su historia- dicho esto, los oyentes estaban realmente asombrados, y se dieron cuenta de la gravedad del asunto, y de lo que realmente se jugaban en aquella misión.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Aug 07, 2016 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

El erranteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora