3. Su verdadero yo.

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En todas las clases, sin falta, Dante me observó.

Traté de ignorarlo, pero era inevitable, no disimulaba para nada.

«¿Qué demonios quieres?» —deseaba gritarle, pero como le dije anteriormente que no le hablaría a la ligera, tendría que soportarlo.

El timbre que anunciaba el final del día resonó en todo el instituto. Al oírlo, comencé a guardar mis cosas. Intenté salir del aula, sin embargo, alguien me tomó del brazo impidiéndome seguir caminando.

—Tutora, recuerda que tenemos que ir a tu casa.

Suspiré ruidosamente, como era de esperarse, él me estaba sonriendo. Podía sentir las miradas fulminantes de las chicas, me deshice de su agarre y respondí:

—No lo he olvidado, iba a esperarte fuera del salón —evidentemente mentía—. Por cierto, no me digas «tutora», es molesto.

—Entonces... ¿Sophie?

—No lo sé, suena muy amistoso.

—¿Prefieres «amor mío y dueña de mis sueños»?

—Quiero cortarte la lengua, estúpido deportista.

—¿Siempre estás a la defensiva?

—Solo dime Sophie y ya —dije en un gruñido, ignorando la pregunta.

Caminé sin importarme si me seguía o no, al final, él reprobaría química y yo sería suspendida, ¿acaso tenía la suficiente importancia?

Bajé los escalones de la entrada de la escuela y me dirigí a la izquierda. Sus pasos se escuchaban claramente a mis espaldas.

—Mi casa está cerca por lo que iremos caminando —informé.

No obtuve respuesta, avanzaba detrás de mí sin protestar. Oh, increíble. Creo que entendió que necesito tranquilidad y espacio. Sí, eso fue lo que ingenuamente pensé.

—No quieres hablar conmigo en clase por las demás, ¿no? —Y así, arruinó la paz.

—¿Por las demás? ¿Te refieres a las chicas que me miraban con celos hace unos minutos? Claro que no, me incomodé, pero puedo vivir con ello. No te creas la gran cosa.

—En ese caso, ¿me odias? —Su tono de voz, era peculiar, mostraba cierto asombro. Qué chico tan petulante.

—No es eso. Ni siquiera te conozco.

—No te entiendo, dices que no me conoces, pero aun así me tratas mal. ¿Te hice algo y no lo recuerdo?

—No todo gira en torno a ti —susurré, comenzando a irritarme.

Sus pasos se volvieron apresurados, cuando volteé, estaba a mi lado.

—¿Solo a mí me tratas así?

No había puntos de comparación, además de mi familia, no he desarrollado amistad con nadie. Por lo que, en realidad, no puedo responder.

—¿Ahora me ignoras? —él insistía en seguir charlando.

—No, solo que no quiero hablar —bufé mientras masajeaba mis sienes.

—Nunca había conocido a alguien tan evasivo —expresó. Acto seguido, se rascó la nuca con cierto nerviosismo.

—No evado nada. Sencillamente me gusta el silencio —aclaré con tranquilidad tras haberme resignado a la personalidad molesta de este chico.

—También me gusta el silencio, lamentablemente hace mucho que no lo disfruto. Los imbéciles de nuestra clase no dejan de molestarme. «Dante esto. Dante aquello». Es un fastidio.

Giré mi vista hacia él. ¿Acaso Dante pensaba eso realmente?

—Debes estar sorprendida. Tenía planeado sostener mi papel frente a ti, escucharte hablar por un rato hace que me dé cuenta de que no es necesario —Su característica sonrisa desapareció, siendo remplazada por una mueca irónica.

—Así que finges ser el típico chico popular, atractivo y carismático. ¿Cuál es el motivo? —presté toda mi atención en Dante, dejó de ser un fastidio para volverse interesante.

—¿Motivo? —hizo una pausa para pensar—. Supongo que quiero cumplir las expectativas de todos.

—Oh, ya veo —asentí distraída. No lo veía, siendo sincera, no lo comprendía.

—No mientas, sé que no lo entiendes. Aunque no me importa, actúo como alguien perfecto para subir mi estatus, pero como tú no tienes estatus, no ayudas a subir el mío —Esas palabras me desagradaron bastante—. Yo tampoco quiero relacionarme contigo ­—añadió, mirándome fijamente—. A largo plazo será una molestia, así que acabemos con esto rápido, chica limón.

—¿Chica limón? —protesté, ofendida.

—No existe mejor apodo que ese, eres igual de ácida que un limón —contestó entre risas, presiento que debe burlarse de esta manera de nuestros compañeros, salvo que en su mente.

—Lindo apodo. Me gusta, Mr. Simpatía —le dediqué una sonrisa.

—Sé que soy muy simpático, gracias. Vaya, no te ves tan horrible cuando sonríes.

—¿Soy más horrible cuando no estoy sonriendo?

—Exacto —me guiñó un ojo.

Nos encontramos en el porche de mi casa, y antes de que insertara la llave en el pomo de la puerta, él me dijo: —Espero que sigamos llevándonos mal, Limón.

—Lo mismo digo, Mr. Simpatía.

Me sentía mejor sabiendo que ninguno deseaba jugar a los amiguitos. Eso evitaría malos entendidos, que alguno se enamorará, o cualquier cliché que ocurre en los libros románticos. Ninguno buscaba ser el protagonista de una novela rosa.

FIN CAPÍTULO 3.








Otra comedia romántica absurda [OCRA #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora