6. Madre e hijo.

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Un par de semanas habían transcurrido, las cuales sirvieron para que lograra adaptarme a una nueva rutina. Ir a la escuela, aburrirme en las clases, regresar a casa junto con Dante y finalmente enseñarle química. Debo confesar que él es muy inteligente, bastaba con explicarle el tema una o dos veces, resolver las dudas que le surgieran y eventualmente captaba en su totalidad. Recientemente descubrí que Dante es el quinto mejor de la clase. Según me contó Hemmings, yo era la número uno. Me preguntaba quiénes eran los alumnos que ocupaban el segundo, tercero y cuarto puesto.

Mi relación con Dante Moretti se mantenía en el mismo punto, hablábamos mucho, pero nunca de manera amable o amistosa. Actuábamos como si no nos conociéramos en público por lo que raramente charlábamos en el aula. Él tenía una reputación que agrandar y yo tenía libros que leer y canciones que escuchar. Nos parecía factible ignorarnos como si fuéramos totales desconocidos, de una forma u otra, lo éramos y estábamos bien con ello.

La última clase del día estaba por finalizar en el momento que sentí un golpe en la nuca. Volteé a ver quién fue el gracioso: Dante, el cual se sentaba filas detrás de mí, sonreía malicioso y con su dedo índice señalaba al suelo, justamente hacia el avión de papel que aventó a mi cabeza. Lo recogí y desenvolví, encontrándome con un mensaje:

«¡Hola! Solo quería decirte si podríamos ir a mi casa después de clases. Cometí el error de decirle a mi madre sobre las calificaciones, luego de regañarme, pidió hablar contigo sobre mi rendimiento. ¿Te parece bien?»

Escribí «sí» a modo de respuesta y transformé la hoja nuevamente en un avioncito. Al percatarme que el profesor se distrajo, mi mano tomó un leve impulso e hizo que el mensaje tomara vuelo. Mi puntería falló de nuevo, estuvo tan cerca de clavarse en su ojo, pero al avanzar tan despacio, Dante lo atrapó fácilmente. Maldita sea, odiaba sus perfectos reflejos.

(...)

El camino hacia la casa del chico era totalmente opuesto a la ruta que seguíamos para llegar a mi casa. Nos dirigíamos en sentido contrario y caminábamos mucho más. Por suerte, las nubes cubrían el sol, de no ser así, estaría transpirando y mi piel se quemaría. Me gusta mi palidez, gracias.

—Hogar, dulce hogar —anunció Dante de manera repentina.

—¿Qué? ¡Parece una mansión! —exclamé observando el panorama.

Se alzaba delante de mí una enorme casa, la cual parecía que estaba conformada por tres pisos. No quería ni imaginarme el interior dado que poseía balcones y enormes ventanales que impresionarían a cualquiera. Su jardín delantero estaba plagado de diversos tipos de flores como rosas, girasoles, dalias y tulipanes. Suspiré cuando contemplé el sendero de grava que guiaba al porche. Dios, ¿todavía existe gente que coloca un sofá en exteriores? Bueno, se ve bien, debo aceptarlo.

—Tu casa también es grande ­—repuso él.

—No tanto como esta.

Está siendo amable, mi casa no se le parece en nada. Solamente tiene dos plantas y resulta acogedora con su decoración modesta y un tanto anticuada. Nuestra sala está repleta de fotografías de mi hermana menor y yo durante nuestra nostálgica infancia.

—Vamos, Limón, el tiempo es oro —instó Dante, empujándome hacia la puerta.

Me llamó la atención que el interior también estaba repleto de flores. Al mismo tiempo, noté la afelpada alfombra de la sala y me dio un poco de pena pisarla, pero Dante le restó importancia. Me dirigí al centro de la sala, dispuesta a sentarme en uno de los amplios sofás.

—Estudiemos en mi cuarto —propuso en un susurro.

Lo miré con detenimiento. Él inmediatamente apartó la mirada y dijo a la defensiva:

Otra comedia romántica absurda [OCRA #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora