12. Su agradecimiento.

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—Los felicito, chicos —exclamó Hemmings con una sonrisa, ella asentía mientras juzgaba las notas que Dante obtuvo en la clase de química. El italiano y yo también extendíamos una sonrisa llena de satisfacción, ambos nos habíamos reunido durante más de tres meses sin falta y nos dedicamos a estudiar sin descanso, por lo menos merecíamos una felicitación. También dinero, pero nos conformábamos con la primera.

—Dante, creo que ya no es necesario que Sophie sea tu tutora. A partir de ahora te las podrás arreglar por tu cuenta, en caso de que no, le pido que lo ayude, señorita Adams.

—Lo haré —afirmé sin dudarlo.

—Sigo creyendo que no me equivoqué al emparejarlos —Ya extrañaba el narcisismo de mi amada orientadora, contuve las ganas de burlarme y me limité a asentir. Dante hizo lo mismo.

—No se equivocó, nos volvimos buenos amigos —declaró Dante mientras me tomaba por el hombro y me acercaba a él. Me mordí el labio, mi espacio personal pocas veces era invadido. Sonreí forzadamente e intenté no negar nuestra amistad, si lo hacía, sabía que la señora Hemmings me regañaría. Por suerte, la orientadora se tragó la mentira del chico y nos dejó irnos. No lograba procesar mi libertad, ya no era tutora de Dante Moretti.

—Chica limón —llamó Dante, me volví y antes de poder negarme, él me estrechó entre sus brazos y acariciaba mi cabello de manera juguetona mientras me abrazaba.

—¿Por qué me abrazas? —pregunté contra su pecho.

—Es mi agradecimiento, me has ayudado mucho, Sophie —susurró, luego de decirlo, se alejó. Alcé una ceja y posteriormente me dispuse a caminar.

—Chica limón —repitió de nuevo. Él observaba sus pies, no obstante, sus manos me extendían un ejemplar de «Peter Pan» idéntico al que Dilery arruinó. Lo tomé con una sonrisa.

—Es mi segundo agradecimiento, aunque seguro prefieres el primero —Dante me guiñó un ojo.

—Claro, claro —analicé el libro y no pude evitar ruborizarme. Había sido un lindo gesto.

—Eh, me gustaría que fueras a mi casa mañana. Tengo una sorpresa para ti —propuso el chico, sus ojos cafés no se apartaban de mí, expectantes por una respuesta.

—De acuerdo —acepté y finalmente cada uno se dirigió a su casa.

(...)

Me encontraba delante de la puerta de la casa de An y Dante y no me atrevía a tocar el timbre, ¿qué rayos pensaba al aceptar venir?

Mi mano tembló mientras mi dedo tocaba el timbre. Un hombre de mediana edad, ojos azules brillantes, cabello pelirrojo y una cálida sonrisa me abrió la puerta.

—Tú debes ser Sophie. Mis hijos todavía no están listos —informó el hombre—. Puedes llamarme Étienne, querida.

—Sí, soy Sophie. Un placer conocerlo, Étienne —Luego de estrecharnos las manos, me invitó a pasar y me dijo que podía sentarme en el sofá, lo cual hice. Él se sentó en un sillón cercano. Me troné los nudillos con gran nerviosismo porque no se me ocurría ningún tema de conversación.

—No quiero ser entrometido, pero tengo mucha curiosidad. ¿Eres novia de Dante? —inquirió, dedicándome una mirada.

—No, hasta hace poco fui su tutora, ahora somos amigos —solté, impactándome por mi propia respuesta—. Sí, somos amigos —reiteré, sonriendo levemente.

—Ya veo, es que lo encontré hace unos días con el anuario del año pasado, recortó una foto tuya y la pegó cerca de una suya. También anotó algo acerca de un limón, no alcancé a leerlo del todo — reveló sin detenerse a pensar que dejaría a su hijo en ridículo.

Me reí un poco. Seguramente hacía un collage y me apuntó como «Chica limón».

—No creo, no le gusto a Dante —negué con la cabeza varias veces ante la idea.

—No sabría decirte, él es muy cerrado...

—¿Quién es muy cerrado? —interrogó Dante cruzado de brazos. An se encontraba detrás de él. Ella me lanzó una mirada divertida, yo le saqué la lengua.

—Nadie, nadie —El hombre intentó huir por medio de las escaleras, antes de lograrlo, se despidió de mí con la mano. Le sonreí y desapareció. Dante suspiró e ignoró lo anterior, me miró fijamente y extendió una gran sonrisa.

—Solamente faltas tú para completar la sorpresa —anunció, me tomó de la mano y me condujo hasta la cocina. Su hermanastra nos seguía de cerca.

Al llegar me encontré con una cocina espaciosa y equipada como si perteneciera a un cocinero de renombre. Otra cosa que captó mi atención fue que las paredes estaban decoradas por banderas italianas. Dirigí la vista al auténtico horno de leña del fondo y a las bolas de masa que había en la barra.

—¿Lista para ayudar a un chef italiano a cocinar una pizza? —cuestionó Dante, levantando una ceja.

—Supongo...

Él me colocó un sombrero de chef y se dispuso a empezar, recordándome a cientos de películas cuando hizo rodar la masa ya formada por los aires. An y yo nos encargamos de la salsa, en realidad, ella lo hizo sola porque estaba demasiado anonadada como para ayudar. Los hermanos colocaron todos los ingredientes y metieron el resultado en el horno, luciendo cansados.

—Ya sabes, si quieres una pizza, llámanos —dijeron al unísono mientras jadeaban.

Me carcajeé hasta que sentí como una bola de masa se estrellaba contra mi cara, solté una exclamación y le arrojé salsa de tomate al estúpido de Dante. An se rio de nosotros y le lanzamos pepperoni en el cabello en forma de castigo. Combinaban con su cabello anaranjado, por cierto. Al final, comimos una pizza deliciosa cubiertos de harina, pepperoni y salsa de tomate. Éramos unas pizzas andantes.

—Tu agradecimiento me deja sin palabras —suspiré y saqué un pepperoni de mi cabello.

—También me dejó sin ingredientes para pizza. Per favore, ¿Cosa farò senza la mia amata pizza? Quella che consumo tutti i giorni (Por favor, ¿qué haré sin mi amada pizza? Aquella que consumo todos los días).

—Se está quejando porque no podrá cocinar más pizza mañana —tradujo An, posteriormente le dio una mordida a su rebanada.

—Silencio, italiano, tú empezaste —reclamé.

—No pensé que fueras tan agresiva.

—Mira quien habla, el que atacó primero —Le robé su pedazo de pizza como venganza, y antes de que pudiera reaccionar, le di una mordida.

—Non ti invito più (No vuelvo a invitarte) —se quejó en italiano. Al parecer, comer pizza lo hacía sentirse más patriótico. A pesar de que no le entendí, comencé a reírme. Tal vez influía verlo comiéndose con resignación los pepperoni que extrajo de su rostro.

FIN CAPÍTULO 12.


Otra comedia romántica absurda [OCRA #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora