Mira esas almas en la oscuridad, no todas son tus enemigas.
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Parte uno
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Era bello, el clima y la estancia pacífica de su casa, independiente del fuerte sonido de la tetera al pitar por el exceso de presión del humo, porque el transcurrir del día caminaba en buen camino magnéticamente encantador y armonioso.
Esperaba con paciencia en la estancia del patio trasero, gozando del suave aire que indicaba la llegada del verano, con ambas manos entrelazadas descansando con elegancia sobre su regazo. Paciente y esperanzado.
Fuera del pensamiento preocupado por el acto de tardanza de su bella esposa, –consciente de que se tomaría su tiempo para digerir algunas cosas que había notando el cambio en su cuerpo en silencio–. Sabía con exactitud que ocurría con ella, porque para buenas noticias de ambos, Fyodor tenía aunque fuera un instante de su apresurado pensar y estructural senitesis una estancia exclusiva para velar y supervisar su bienestar.
Él sabía por cuenta propia muchas cosas, incluso ignorando el hecho de algunas que __________ no le había confiado contar, no por un acto meramente de egocentrismo y orgullo, mucho menos por escepticismo.
Si no por precaución a su propia integridad.
Porque muchas cosas se quebrarían en mil pedazos si abría la boca.
Pero él ya no tenia por qué seguir soportando su silencio, todo había empezado a circular desde el momento en que la tomo de las manos y ella voluntariamente se encadenó a su lado.
Eterno y sin escapatoria.
Porque sin importar qué, Fyodor siempre la encontraría, la convencería con el capricho más excéntrico que se le ocurriera, no importaría el precio o la magnitud dé, le daría aún maldito país si así lo quisiese, pero ella tenia que estar a su lado.
Por siempre y para siempre.
Porque era suya, ella estaba diseñada para él, no para el mundo, para él. Solo para él.
Dios así lo quiso.
Fyodor así lo había decidido.
Y ella le tenía que dar todo a él, sin equiparar el dolor ajeno que se podría generar.