C a p í t u l o 1 - Internado Rowhamsphire

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Miro a través de las ventanillas del volkswagen escarabajo que ha alquilado mi padre, y por unos segundos me olvido del motivo por el que estoy aquí. Los frondosos abedules y altos pinos inundan el paisaje inglés, llenándolo todo de una verde y tranquilizadora belleza. Permanezco así todo el trayecto, tratando de no pensar en nada dejándome arrullar por las vistas y el suave motor del vehículo. Hasta que nos detenemos frente a una alta verja de metal gris, con los extremos labrados en formas puntiagudas, y me veo obligada a bajar a la realidad. Hay dos hombres vestidos con trajes de seguridad frente a la puerta, cuando le piden la documentación a mi padre se comienzan a desatar mis nervios. El espacio que me rodea comienza a hacerse real según nos permiten el paso y el coche avanza por el camino de gravilla. Al detenernos frente a las escaleras del imponente antiguo edificio me doy cuenta de que, efectivamente, esto no es otra amenaza hueca, de esas que formulas estando enfadado para meter miedo pero que nunca se llegan a cumplir. No hemos venido hasta aquí a modo de aviso ni de toque de atención, no nos vamos a dar la vuelta ahora mismo, coger un vuelo y volver a casa. No, esto es real. Estoy en un internado.

Con la mirada clavada en el emblemático edificio suspiro antes de bajarme del coche. La fachada de ladrillo y las ventanas alargadas y afiladas me indican que, efectivamente como decía el folleto, este edificio lleva más de cien años reformando conductas rebeldes. Sin embargo, la amplia entrada pulida sobre mármol y sostenida por cuatro imponentes columnas me indican que esto no es un sitio dirigido para todo el mundo. Más que un internado, parece un palacete de un viejo duque. No me puedo imaginar la de dinero que se estarán gastando mis padres aquí.

Me repele el lugar, pero intento verlo desde una perspectiva positiva: necesito olvidar. Y, aunque quiera negarlo, cambiar totalmente de forma de vida me va a ayudar a ello.

–No sé para qué te traes esas zapatillas. Aquí no vas a poder llevarlas.

Observo mis preciadas Vans granates posadas sobre las baldosas grises de la explanada. Mi calzado favorito que tantos dolores de cabeza le había llegado a causar a mis remilgados padres.

Suspiro sonoramente mirándolo de reojo mientras se dirige al maletero.

–Por tu cumple te compré unos mocasines preciosos, cariño.

–Una pena que no vayas a estar aquí para ver cómo no los llevo- sonrío con sorna. Estoy más que acostumbrada a ese tipo de comentarios en mi familia, ya no tienen el poder de molestarme. Pero que me lo tengan que decir hasta en este momento, antes de despedirnos por meses, me cansa y apena.

Sacó mis dos maletas, cerró el coche y subimos las escaleras. Posé mi mano sobre el pomo de la pesada puerta, y, en vez de entrar a un reformatorio, parecía que hubiéramos atravesado un nuevo mundo. La estancia tenía la elegancia y delicadeza de un edificio importante del siglo pasado. El ambiente era cálido y estaba impregnado de un suave aroma a madera y almizcle, el techo era de altura doble y en la pared de enfrente se alzaba una larga cristalera a través de la que se podía ver el inmenso jardín. Diversas plantas y sillones de cuero rellenaban los huecos de la sala, y varios profesores, cuyas ropas encarnaban la misma elegancia, iban de un lado para otro. 

Nos acercamos a la mesa de la secretaría, un amplio y singular mueble de madera oscura de roble que se situaba frente a la cristalera. Una jovial rubia enfundada en un traje de color morado con ribetes plateados nos atendió.

–¡Buenos días! Mi nombre es Stacy Williams, encantada– nos tendió la mano y mi padre la saludó efusivamente. Desconecté de la conversación. Comenzó a enrollarse con la costumbre que solía tener, alabando el lugar y haciendo referencia a lo agradecido que se encontraba con el centro.

Me di la vuelta desinteresadamente, fijándome en los detalles del lugar, en los sofás de cuero de la esquina, en los ascensores y escaleras por los que borbotaban alumnos con uniformes púrpuras, hasta que volvieron a dirigirse a mí.

Internados: Rompiendo las normasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora