C a p í t u l o 5 8 - Shakespeare

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Al final mis padres no aprobaron ni las sesiones psicológicas ni las pastillas. Se asustaron mucho cuando la estúpida de la Lucy Evanson les dijo que yo cometía actos vandálidos y esas tonterías que se había inventado, pero cuando hablé con ellos me creyeron, y consideraron que mi "mal comportamiento"de los últimos días era circunstancial. Estando triste lo menos que te apetece es ir a clase. Y eso era algo que, para mi sorpresa, ellos comprendían.

El mismo domingo por la noche, cuando ellos se fueron, llamé a Luca al teléfono fijo. Me disculpé como tenía pensado, y le eché toda la culpa al alcohol, pero él me dijo que no pasaba nada, que lo entendía y que no debía preocuparme por nada. Me dijo que quería seguir siendo mi amigo, y que le gustaba esa cercanía conmigo.

Ya el lunes, pese a la indecisión de si volver o no a ballet debido a los problemas que había tenido con Cloe, decidí hacerlo. Había pasado ya una semana, poco a poco estaba recuperándome emocionalmente de aquello, y no debía achantarme ante nada. Para mi sorpresa cuando llegué a clase Judith, la profesora, me informó de que había expulsado para siempre a Cloe de clase. Aquello me tranquilizó muchísimo. Aunque siguiera yendo con amigas suyas, su expulsión les serviría de advertencia.

Además, como ella ya no participaría en la función de baile, me asignó el papel que Cloe solía tener. Me recordó que podía venir a practicar a la sala siempre que quisiera.

Para mi sorpresa, ante mi llegada la gente casi no cuchicheó entre sí. Pensaba que después de que X le hiciera lo que fuera que le hizo a Cloe, todo el mundo se alarmaría. O, al menos, comenzaría a mirarme peor. Pero en clase y por los pasillos las cosas estaban más calmadas. Incluso parecía que intentaran evitarme. Pero, ¿por qué sería? ¿Por miedo?

En la clase del martes de Luca dimos literatura inglesa del siglo XVI. Se habló del contexto histórico y las influencias, de los clásicos, los recursos y las figuras literarias de la época. Llegamos, cómo no, al autor de William Shakespeare.

-Muy bien, ¿a alguien le apetece leer este pequeño fragmento de la célebre obra de Romeo y Julieta?

Reconocí que se trataba del Acto II, escena primera, aquella tan famosa del balcón.

A mi sorpresa, Megan levantó velozmente la mano, proponiendo leer ella. Yo y tres chicas más hicimos lo mismo, aunque se vio bien claro que ella fue la primera en ofrecerse.

-Vaya, cuántas propuestas. Ya podría estar así de activo el grupo todo el año- bromeó-. He visto que Megan ha sido la primera en levantar la mano, pero vamos a permitir leer esta vez a Elenna, que sé que es su autor favorito- me guiñó el ojo a vista de todas, un gesto que me sorprendió enormemente. Me sonrojé. ¿Qué pretendía? ¿Qué era lo que estaba pensando?-. A falta de voces masculinas seré yo Romeo, y tú Julieta, ¿de auerdo?

Aquello estaba siendo demasiado raro, pero no pude decir otra cosa más que:

-¡Claro!

Recitamos voz a voz el famoso fragmento del encuentro que tuvieron Romeo y Julieta en el balcón.

No podía irme sin antes hablar con él en la mañana. Cuando terminó la clase me acerqué a su mesa y le di las gracias por cederme el turno de lectura.

-No hay de qué, Elenna, sé que te encanta esta asignatura y Shakespeare.

-Ha sido un detalle muy amable por tu parte, de verdad- tracé círculos con el dedo índice sobre la madera de su mesa, mientras le sonreía cálidamente, mirando a esos ojos marrones suyos tan bonitos, mostrando mi gratitud. Antes de que pudiera contestar nada, me di la vuelta y me fui. Quería dejarle con ganas de más.

Cogí mi maletín y salí del aula, mis amigas me esperaban en la puerta para ir a hacer el descanso de la media mañana.

-Con que el profesor de literatura, eh. La verdad es que no me esperaba esto de ti- dijo tras mi espalda una voz irritante. Me giré-. Primero Jota, luego Aiden y ahora este. Me tienes impresionada, Elenna, nadie diría que tan solo llevas mes y medio aquí.

Megan estaba apoyada en la pared del aula, con el pelo recogido en un redondo moño y la falda remangada un palmo por encima de la rodilla. Hablaba despreocupadamente, como si fuera algo sin importancia y natural.

-No seas mala perra, Megan. Las dos sabemos perfectamente quién es la fresca aquí.

Realmente me traía sin cuidado quién se liara y se acostara con quién, pero yo no iba a ser menos zorra que Megan y le iba a contestar bien.

-¿Insinuas que soy una fresca?- Se cruzó de brazos, haciéndose la ofendida.

-Bueno, rectifico, las dos sabemos perfectamente quien de aquí es la que hace apuestas de comer pollas- gesticulé lascivamente con la mano y la boca.

-¡Serás zorra! ¡No inventes!- gritó sonoramente para que la gente que pasaba alrededor pudiera oírlo.

Se acercó a mí y puso su cara muy cerca de la mía.

-No empieces una pelea que sabes que vas a perder- murmuró con los ojos entrecerrados.

-¿Es eso una amenaza? Porque no te sale muy bien.

-¡Escucha niñata...!- Me agarró del cuello del polo tirando hacia arriba, como si me fuera a pegar.

-¡Eh, eh, eh! Pero bueno, ¿qué está sucediendo aquí?- El profesor Grimaldi, quien justo acababa de salir del aula tranquilamente, se acercó hacia nosotras con intención de separarnos. En la situación en la que nos encontrábamos quien quedaba en mal lugar era Megan, ya que era ella la que física y visualmente me estaba amenazando, así que para que no se cambiaran las tornas tuve que tragarme las ganas de meterle el puño en el estómago y sacárselo por la boca.

Luca puso sus manos sobre mi hombro y el de Megan y nos separó. Varias personas comenzaban a arremolinarse alrededor, incluidos algunos chicos que estaban bajando por las escaleras para ir al patio, y a los cuales la movida los había llamado.

-Señor, no he podido hacer otra cosa, me ha agredido verbalmente.

Puse cara de malos amigos y nuevamente me reprimí las ganas de dejarle la cara plantada en el suelo.

-¿Agredirte verbalmente es contestarte con hechos cuando insinúas que soy una puta?

-¿Es eso cierto, Megan?

-Desde luego que no, está mintiendo- se cruzó de brazos.

-¿Estás mintiendo, Elenna?- se volvió hacia mí. Sabía que en verdad me creía a mí, pero aún así no pude sentirme ofendida ante la pregunta.

-¡Pero bueno! ¿Realmente le crees? Señor Grimaldi, si quiere puede mirar en las cámaras de seguridad quién habló primero a quién y quién se abalanzó sobre quién. También puedes mirar los antecedentes de esta tipa, o preguntar a los del alrededor.

-Ya veré lo que hago, pero de momento las dos quedáis castigadas. Esta tarde en mi despacho a las 19:00.

¿Qué coño acababa de pasar? No entendía la actitud de este hombre.

Internados: Rompiendo las normasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora