C a p í t u l o 3 2 - Sábado

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El sábado por la mañana terminamos de limpiar los cuatro baños que nos quedaban. Aunque a mí aún me quedaba castigo por delante: eso sólo había sido por faltar a clase. Por pegarle a Brienne me mandaron a ordenar alfabéticamente los libros de la biblioteca.

Al principio pensé que no era para tanto y era un trabajo fácil, pero resultaba haber muchos más libros de los que pensaba. La bibliotecaria me contó que había alrededor de dos mil y pico. Y ese trabajo tenía que terminarlo entre el sábado y el domingo. Conclusión: me habían castigado sin fin de semana.

Para mi reconfortamiento a Brienne no le tocó nada mejor: le encargaron limpiar las cuadras de los caballos durante las siguientes tres semanas. Tenía acumuladas varias acusaciones de novatadas, y la confirmación por parte de Jota de que me había molestado fue lo que les decidió a castigarla como era merecido.

Dejé la tarea de la biblioteca para la tarde. Ya lo haría todo de vez.

Después de terminar de limpiar los baños dejamos los utensilios en un pequeño cuarto de limpieza de la planta baja.

Ambos nos habíamos levantado tarde. Por la noche yo me quedé con Hayley viendo el final que me había perdido por dormirme en la última película. Él, por su parte, se había ido de fiesta a la habitación de algún amigo, por lo que además estaba con un poco de resaca. Por ello terminamos a las dos de limpiar y ya que estábamos decidimos ir juntos a comer.

En la planta baja comenzó a haber más movimiento, el edificio de las aulas estaba vacío.

Me sentía observada, lo cual me recordó muchísimo a la primera semana que llegué allí. Ya no sabía si la gente me miraba por la paliza que le di a Brienne o por estar con Jota, pero ya me daba igual.

Por el camino vi a Yanet y nos acercamos a ella mientras Jota se separó para buscar a sus amigos.

-Buah, tía, ¿cómo es que estáis juntos? -susurró a mi lado mientras me cogía del brazo.

-Nos han dado el mismo castigo.

-¡Que bien! Eso es mucho tiempo estando a solas, ehhh- me dio varios codazos mientras asentía.

Comprobé rápidamente que me seguía emparejando con el tonto este. Digo, con este chico. Ay, ya me salía sólo por inercia decirle así.

-Qué va, tía, tampoco es eso.

-¡Que sí, que sí, tú hazme caso!

-¡Shhh!- dije nada más ver que Jota volvía.

-Oye, es muy pronto y mis amigos siempre bajan más tarde, ¿os importa que me siente con vosotras?

-¡Adelante! -exclamó Yanet-. Además, hace mucho que tú y yo no hablamos. ¿Cómo va todo, Jotita?

-¡Ay, ya te he dicho cincuenta veces que no me digas así!- dijo molesto mientras intentaba escapar de su abrazo.

-Pues si no me dices tu nombre no voy a poder llamarte de otro modo- le revolvió el cabello. En ese momento me di cuenta de lo alta que era Yanet, llegaba casi a su altura.

-Tienes mi apellido, estúpida.

-¡Ni que fuera tu profesora!

-Ojalá lo fueras y no pudieras acercarte a mí de ese modo.

Me reí ante aquél paripé. Parecían dos niños pequeños, y la verdad es que disfrutaba viendo lo buenos amigos que parecían. Pensaba que no eran tan cercanos.

Una vez sentados, yo con mi ración de guisantes con patatas, pavo relleno y macedonia y ellos con su comida que habían elegido, nos pusimos a hablar. Fue bastante ameno, tanto que casi no me di cuenta cuando llegó Megan. Se sentó a la derecha de Jota sin mirarnos ni decirnos nada a mí ni a Yanet. Nosotras dos nos miramos flipando.

-¿Qué hace esta ahora?- se dirigió a mí haciendo un gesto con la mano.

-Hola, Jota, ¿qué tal tu día?

-Eh, oye, rubia de bote, no te puedes sentar aquí. ¿Ves ese cartel de ahí? Pone animales no permitidos. Las zorras entran en la categoría.

Al lado de la entrada había varios carteles que indicaban las normas y las prohibiciones del lugar, y entre fumar, entrar bicicletas, ir en bañador y demás especificaciones absurdas, estaba la opción de no entrar animales.

-¡Puta mulata!

Se levantó bruscamente del sitio, mirandola fijamente por encima de Jota.

Yo miré a este último, esperando su reacción. La última vez se puso de su parte, y quería ver qué hacía ahora. Se dio cuenta de que le estaba mirando y me devolvió la mirada, esa azul y bonita mirada.

-Eh, eh, calma.

-Buah es que no puedo con esta, te lo juro eh- dijo Megan mientras levantaba su puño derecho pero no se movía de su sitio.

-¿Qué? ¿Me quieres pegar? ¿A qué esperas?- le dijo Yanet con los brazos abiertos, mostrando ningún miedo.

En ese momento se acercó una señora de alrededor de los cuarenta años, con pelo corto y robusta que estaba vigilando el comedor. Preguntó qué estaba ocurriendo, ante lo que todos dijimos que nada. Le mandó a Megan que se tranquilazara, o sino volvería y la castigaría. En cuanto se alejó unos metros Yanet comenzó a despollarse sin ningún tipo de disimulo ni educación.

-¡Pero serás capulla! ¿De quién te ríes tú?

-Megan, creo que es mejor que te vayas- dijo Jota por primera vez en un buen rato. Estaba sereno y continuaba comiendo, mostraba poco interés en lo que ocurría.

-Pero, ¿qué pasa?

Se llevó la mano al pecho, desolada.

-Hoy estás muy intranquila. Creo que lo mejor es que re relajes un poco- se giró hacia ella y la miró-. Lo digo por ti, no quiero que tengas problemas.

Tardó unos segundos en reaccionar. Nos miró a él y a mí intermitentemente, para luego terminar mirándome a mí fijamente. En su cara podía ver la envidia.

-Hey.

Le saludé con la mano, vacilándola como si la acabara de ver en ese momento. Ojalá se joda.

-Es por ella, ¿verdad que sí?

Me señaló con la mano.

-Ja, que no le hagas ilusiones- contestó él.

Entendí que más que una vacilada hacia mí era una respuesta para que se callara y se fuera, pero no pude evitar picarme un poquito.

-¡Agh, de acuerdo!

Cogió su bandeja y se largó. La verdad es que parecía que tenía algún problema de impulsivisad o agresividad esa chica, al menos no era normal.

Aunque claro, yo en ese aspecto tampoco lo era mucho. Pero tampoco llegado a su nivel.

En cuanto se fue Jota continuó comiendo y cambió de tema como si nada hubiera ocurrido. No sé exáctamente qué le pasaba a él con Megan, no era capaz de entenderlo. Pero tampoco parecía ser algo de lo que él quisiera hablar.

Internados: Rompiendo las normasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora