C a p í t u l o 4 7 - Asuntos familiares

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Me quedé inconsciente después de que la enfermera me pusiera dos puntos en la cabeza. Estaba cansada, y las agujas hacían que me mareara. Otras veces me había desmayado cuando me habían tenido que pinchar.

Cuando me desperté en la amplia e impoluta sala médica, no me encontraba sola. Jota se sentaba en un sillón a unos metros de mi camilla.

-¿Qué hora es?- dije aún aturdida por el reciente sueño.

-Son las cuatro. Sólo has pasado hora y media dormida, tampoco gran cosa- contestó en un tono aparentemente calmado, pero sus manos y piernas inquietas mostraban todo lo contrario.

Intenté incorporarme pero la cabeza me empezó a dar vueltas. El mareo me hizo volver a recostarme y el ligero dolor me trajo el recuerdo de lo que había pasado horas antes. Los rostros de Yanet, Megan, Monica y Gerard se abrieron paso en mi mente y la cólera invadió nuevamente mi ser. Esos cambios emocionales que no paraba de tener en los últimos días no debían de ser nada buenos.

-¡Tú!- le señalé con el dedo, intentando incorporarme de nuevo.

-¿Yo?- dijo confuso.

-¿Cuándo cojones tenías pensado contármelo?

Suspiró y bajó la mirada. Permació así unos segundos, con cara de perro mojado. Seguro que estaba intentando dar pena el mamón.

Se levantó y se acercó a la camilla, puso su mano sobre la mía, pero yo la aparté rápidamente.

-No me toques.

Frunció el ceño, pero no dijo nada.

-Decías que querías protegerme de la gente, pero sólo querías protegerte a ti mismo. No querías que me enterara de lo que estaba ocurriendo.

-No es eso, Elena...

-¡Todos lo sabían menos yo! ¿Te puedes creer la cara de tonta que se me ha quedado cuando ha venido la zorra de tu prometida a pegarme?- hice hincapié en la palabra-. Claro, ahora entiendo por qué todos me odiaban. Le estaba robando el marido a otra tía. Es que ni el novio, ¡el puto marido!

Comencé a despotricar. Las palabras salían de mi boca mucho más rápido que los pensamientos se formulaban en mi cabeza. Quería partirle la cara a ese capullo.

-¿Te crees que puedes jugar así con la gente? Joder, es que eres igual que el día en que te conocí. Pensaba que habías cambiado. Pero no. Eres un cretino.

Apretó la mandíbula, abrió la boca para decir algo, pero la volvió a cerrar. Tenía el ceño extremasamente fruncido y tenía la mirada baja. Parecía que en cualquier momento fuera a explotar de ira.

Andó hasta la ventana que tenía a la derecha y apoyó su frente contra el cristal. Con un suspiro, dijo:

-No quiero casarme con ella. La odio.

Las palabras se quedaron flotando en el aire. No sabía qué contestar a eso. ¿Y a mí qué? No cambiaba nada.

Y, ¿sería eso verdad? Por mucho que me hubiera mentido y quisiera desconfiar, sabía que probablemente fuera así. Él nunca había estado muy receptivo con ella, incluso a veces mostraba cierto desdén. No parecían enamorados, eso desde luego. Jamás se habían besado, al menos públicamente. Y, aunque él pareciera ignorarla, ella reiteradamente iba detrás de él.

De todas maneras, el hecho de que estuvieran prometidos explicaba muchas cosas. Demasiadas. Su comportamiento en la fiesta cuando estábamos bailando, cuando él la mandó a la mierda pero luego afirmó que tenía que disculparse y quedar bien con ella; que siempre fueran juntos por los pasillos pero los profesores no les dijeran nada, y que ella me odiara tanto y fuera tan posesiva con él, cuando tampoco parecía que hubiera nada entre los dos.

Internados: Rompiendo las normasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora