C a p í t u l o 5 4 - Pillada

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El miércoles dormí hasta tarde. A esa altura de la vida ya me daba igual todo. No tenía pensado ir a clase ese día, ni al siguiente ni al otro. No me importaba si me castigaban o me expulsaban, ya me daba igual. Incluso mejor si lo hacían, así no tendría que volver a ver a toda esa gente.

Me puse mi sudadera negra holgada, unos vaqueros largos y unas botas altas militares. Me puse las gafas de sol para ocultar mi ojo magullado, cogí la botella de vodka y la cajeta de cigarros que compré cuando bajé a Londres, y el cassette de música con el disco de Pink Floyd. Cuando pasé por recepción para salir al exterior, Stacy, la secretaria que siempre está ahí, me llamó la atención y preguntó a dónde iba. Llevaba puesta la capucha y no me había reconocido, de hecho me había confundido con un chico (así me había llamado) así que yo la ignoré y aceleré el paso. Debería de haber estado en clase en ese momento.

Anduve hasta un parque en el que nunca había estado y me senté en un banco apartado. Había sauces y algunos pinos que comenzaban a ponerse naranjas, varias matas de rosales, columpios y mesas de camping. Saqué la petaca en la que había metido alcohol y comencé a beber. Me fumé tres cigarros hasta que me mareé tanto que no podía ponerme en pie. Intentaba no pensar en nada, centrarme en la sensación de mareo, en las náuseas que me daban el alcohol puro, en el dolor de mis manos, de los nudillos que me había reventado contra la pared el día anterior al volver a mi habitación. Aún Hayley había tenido ovarios de volver a mi cuarto a disculparse y explicarme que no estaban haciendo nada, que sólo eran amigos y que no me enfadara con ella. Algo dentro se mí me inclinaba a no fiarme de ella. Habíamos cogido mucha confianza en las últimas semanas, y ella jamás había quedado con él a solas, nunca me lo había mencionado como amigo cercano, no como Yanet. Si los hubiera encontrado a ambos no hubiera dudado, sabía que tenían una buena relación de amistad. Pero era muy raro que ella estuviera anoche con él. Es más, fue ella la que hizo que dudara de Jota cuando comenzamos a quedar. Todo empezó a cobrar sentido en mi cabeza. ¿Pudiera ser que se lo quería ligar desde el principio? Probablemente.

Pasé media hora más allí, bebiendo, fumando y llorando, hasta que una ronca voz interrumpió mi lamento.

-¡Identifíquese inmediatamente!

Me di la vuelta sobresaltada.

-¿Q-qué?

-Pero, ¡y encima eso! ¿Está usted fumando en horas lectivas?

Me arrancó el cigarro que llevaba en la mano, lo tiró al suelo y lo pisó con el pie.

El hombre estaba entrado en edades, era ancho, pero no gordo. Iba vestido entero de negro y era el de seguridad.

-¿Quién eres? Quítese la capucha y las gafas de sol. Venga, dime quién eres.

Mareada y algo desorientada, le hice caso. Me habían pillado, no podía hacer nada por cambiar ese hecho. Cuando vio mis ojos rojos y mis moretones se asustó. Crispó los labios y tragó saliva.

-¿E... estás bien?

-Qué más dará cómo esté ya.

-Lo, lo siento... No pretendía, digo, no pensaba que... Bueno- intentó disculparse sin hacerlo muy bien, incómodo por la situación en la que se encontraba conmigo. Eso me daba algo de ventaja, le había dado pena, quizás no hablaba con mi tutora directamente-. Acompáñame.

Era incapaz de andar en línea recta, al menos por más de quince segundos seguidos. Me tropezaba de vez en cuando, y estaba haciendo lo mejor por mantener la compostura. Desayunar vodka no es nada bueno.

-Oye... ¿estás bien? Digo, ¿quién te ha pegado?

-La zorra de la Cloe- dije borracha, poniendo gran énfasis-. Sí, sí, ¡esa!

Internados: Rompiendo las normasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora