3.8.- El via crucis rectal de Martín Romaña

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Lo he pensado mucho, y la verdad es que no encuentro mejor definición: ésta fue,

por donde se la tome, culo y cabeza sobre todo, una historia de mierda, y por

consiguiente no me será nada fácil contarla desde adentro, como se suele decir.

Empiezan a terminárseme además las páginas de mi querido cuaderno azul. Increíble.

Con lo grueso que es pensé que me cabrían algunos años más de vida exagerada, pero

acabo de darme cuenta de que voy a tener que correr, incluso, para llegar con Inés al

aeropuerto y la escena todo-lo-contrario-de-un-final-feliz que le tengo prometida,

sabe Dios desde cuándo, al pobre lector. Luego añadiré unas cositas más, un epílogo,

por ejemplo, para atar algunos cabos, descansaré un tiempo porque empiezo a sentir

ya los primeros efectos de un largo y minucioso trabajo literario, y después saldré en

busca de un cuaderno rojo, porque sobre Octavia sólo se puede escribir en un

cuaderno rojo. Nuestra relación, tan candente como exagerada, justifica esta elección.

Y también el nivel de intimidad que me gustaría crear con ella a lo largo de todo mi

trabajo. Sería muy agradable, porque Octavia fue la encarnación de la ternura y de la

coquetería. El lector se preguntará por qué digo fue y no es la encarnación. Yo mismo

no lo sé aún. Resulta en efecto imposible averiguar estas cosas antes de haberse

metido cuerpo y alma en el alma de una novela (será la segunda que escribo), porque

la ficción le sale a uno de pronto con leyes tan sorprendentes como variables, y

porque en algunos casos la novela se anticipa a la vida y en otros sucede todo lo

contrario. Escribir es llegar a saber, o por lo menos tratar de. En fin, no quiero insistir

más en estas verdades de perogrullo.

La verdad de mierda, ahora. A principios de abril Inés logra sonreír cuando le

cuento que José Luis acaba de autorizarme a reducir la dosis, ya que mis cartas

revelan mejoría. Nos sentamos a conversar un buen rato, como viejos amigos, y

mientras le voy contando que para junio seré un hombre nuevo, un hombre

modernizado y reconstruido, ella vuelve a sonreír, y yo empiezo a pensar si esta

sonrisa se debe a:

1. Mi mejoría.

2. Inés pensando: Martín está mejor = pronto podré irme.

Le otorgo el beneficio de la duda, porque si no la vida en ese momento de paz y

contento sería en realidad una mierda, y seguimos conversando como viejos amigos

mientras yo me veo constantemente obligado a apoyarme sobre un brazo del sillón,

de tal manera que más de medio culo pueda quedar en el aire porque otra vez me está

picando y necesito rascarme. Hace unos días también me va ardiendo cada vez un

poquito más. La conversación de los viejos amigos sigue y yo estoy esperando que

La vida exagerada de Martín Romaña (A. Bryce Echenique)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora