Me imagino que, en el fondo, lo que pasó es que tampoco hay fiesta que dure cien años ni cuerpo que la resista. Y mucho menos un cuerpo de policía. Pero lo que no logro comprender hasta hoy, es por qué, terminada la fiesta, la gran borrachera verbal, intuitiva, hermosa y poética, más tirada a lo Rimbaud que a lo Verlaine, eso sí, haya tenido que ser tan larga la perseguidora, tan horrible para muchos. Todavía hay gente que huye, que sufre, que se ha quedado callada para siempre, enferma, neurótica, y no hay nada tan enternecedor ni tan triste como el gochista viejo, ni a nadie en mi vida he visto envejecer tan rápido como al viejo gochista. Esconde barbas, pelambres y atuendos que un día fueron de orgullo, fueron arrogantes, en granjas, en comunidades
erótico-yerberas, en charters de incompleta huida, qué sé yo. Es un viejo combatiente sin carné alguno, un viejo lobo de mar pero con seguridad social, y por donde va cae cansado, cansado de buscar y de no encontrar el territorio de la pasión, el único que habría podido recompensarlo por el generosísimo tinglado que armó, increíble tener que decirlo así, allá por el 68, con ayuda de la primavera y de la masa amorfa que lo envolvía incómodamente con el nombre de sociedad de consumo, con el cual ni siquiera ha quedado bien establecido cuáles fueron sus verdaderas relaciones, al nivel más antipático y profundo. Lo cierto es que después llegó el verano y todo el mundo necesitaba partir de vacaciones.Y después llegó el otoño, que con tanto color tristón no era el mejor momento para empezar de nuevo. Y después el invierno, que sin color mayor, ni menor tampoco, tampoco era el momento más propicio. Y cuando volvió a llegar la primavera, pues se cumplía ya el primer aniversario de aquella célebre primavera rebelde que sacudió Francia, me cago. Y había que ver cómo hablaban y especulaban periódicos y sabios pedagogos, ¿se celebrará o no se celebrará nuevamente la fiesta?
Cojones, cuando llega mi cumpleaños, o lo organizo yo todo, o a mí nadie me organiza nada. Y es así como nos fuimos quedando en puros brotes episódicos y de nuevo llegó el verano con su otoño, con su invierno siguientes, y a mí que no me vengan otra vez con cuentos: la juerga de mi cumpleaños no me la organiza nadie más que yo, y los aniversarios organizados por terceros pueden ser parte hasta de eso que se llama la recuperación, pero en ningún caso tienen que ver con la memoria colectiva, la que sí puede empezar con algo nuevamente.
Pero entonces nadie tuvo memoria colectiva de nada, y en todo caso, si de algo tuvo memoria el gochista viejo fue de aquel presente, quería todo completamente distinto ahora mismo y aquí mismo, y se negaba a que le hablaran del futuro, cosa esta demasiado nueva para ser entendida por la portera y el comerciante de la esquina, personajes que, sumados a otros exactos a ellos, de izquierda a derecha, constituyen una parte importante de la población de Francia. Dicen que por eso hay una cierta decadencia cultural en el país. En fin, lo cierto es que la casa de Ramón Montoya tembló pero no cayó, y tal vez no cayó porque tampoco tembló para tanto, qué carajo, y el gochista se bajó del carro de la historia no bien empezó a joderlo el que nada hubiera cambiado al nivel en que él lo deseó, intuyó, gritó, apedreó, presintió, cantó, bebió o fumó. Cualquiera de ésas es la palabra.
Unos llegan a alcanzar la desesperación del terror, otros la burocracia con televisión, pero el pobre gochista viejo decrepitó no bien llegó el terrorista feroz, qué va, sólo con la llegada del punk el pobre ya no sabía qué hacer con tanta barba y tanto pelo. Fue muchacho un cuarto de hora, parecía duro, no era duro, y de él sólo supe que había convertido la lucidez en masoquismo, que no se quedaba ni donde estaba contento, por temor a que lo estuvieran engañando. No era duro, nunca supe bien qué era, y ahora que venga un Proust sin tanta marquesa y sin tanto asma para recuperar todo este tiempo perdido que empezó con gente corriendo a gritos y slogans por las calles y conmigo perdiéndome todo el tiempo entre esa gente, confundidísimo y debatiéndome entre una vida de escritor comprometido pero que se ha quedado sin compromiso, en mi departamento, y la reconstrucción y modernización profunda de mi vida en torno a los nuevos slogans, a ver si lograba hacer algo por estar un poco más al día, para que Inés no se me fuera del todo. Maldita suerte, la mía: justo se me ocurre mandar a la mierda al Partido cuando empieza la revolución.
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La vida exagerada de Martín Romaña (A. Bryce Echenique)
Ficción GeneralLa vida exagerada de Martín Romaña, publicada en 1981, es la tercera y, probablemente, la novela mayor y más característica del talante biográfico y narrativo de Alfredo Bryce Echenique. Si por lo primero estamos ante una biografía inclusiva, que ha...