Sí, eran realmente enormes, según el doctor Llobera. Aunque lo malo es que a
veces los deseos resultan tan difíciles de realizar. Ello, en mi caso, se debió en parte a
la impaciencia de Inés, a la irritabilidad que le causaba tener que convivir con un
hombre en cuya enfermedad no podía creer, soplándose encima de todos los efectos
secundarios de un tratamiento en el que tampoco creía, y a cuyo médico odiaba a
muerte, a pesar de que a ella mil veces le juré que había sido republicano durante la
guerra civil. Inútil, su reacción fue siempre la misma: una cara de cuatro metros, más
la dolorosa aplicación del cuello aislado del cuerpo, algo contraindicadísimo con las
pastillas que me habían recetado. Pobre Inés, me cansé de rogarle, me cansé de
decirle que yo sin ella, en fin, que nunca la había necesitado tanto en mi vida, pero ya
estaba escrito que regresar cuanto antes al Perú era lo que ella más necesitaba en su
vida, y que yo, enfermo imaginario y heredero real de fatídicas taras trascendentales,
era por aquellos días lo que menos necesitaba en la vida. Pero todo aquello lo
comprendí mucho tiempo después, al adivinar por fin cuál era su secreto profundo, y
cuáles los insoportables demonios que combatían en su mente y en su alma mientras
me acompañaba incrédula e impaciente por los desfiladeros gris oscuro de mi
espanto. Sólo entonces se me aclaró todo. Incluso la enigmática frase que Octavia
había pronunciado cuando le conté la visita al pueblo de Inés.
-Martín, algún día comprenderás que Inés fue la última muchacha que emigró
de Cabreada.
Pobre Inés, tuvo que esperar mucho todavía antes de emigrar de Cabreada, de
París y de mí. Y pobre yo, también: mucho, muchísimo tendría que esperar antes de
ver realizados mis enormes deseos. Ello se debió, en gran parte, a la forma tan
exagerada en que se fueron alargando y complicando las cosas. Es lo lógico, pensarán
muchos, claro, pero la verdad es que, por aquellos días, ni la pobre Inés, aguanta y
aguanta, ni el doctor Llobera, cada día más noble y generoso, ni los Feliu,
extraordinarios como siempre, ni yo mismo, tan curtido y experto, ni nadie, habría
podido remotamente imaginar los abracadabrantes caminos que me llevarían hasta las
situaciones más exageradas del mundo. Pero vamos por partes. Ésta es la puramente
depresiva y neurótica. También la de total ausencia de agresividad contra el mundo y
la de mis esfuerzos por aprender a conservar mi edad y estatura en todas las
circunstancias, un aprendizaje de la agresividad, digamos. La parte que sigue, la del
culo, la rectal, la demencial, la exageradísima, es y no es otra historia, porque, como
han escrito los autores, nada tiene que ver el culo con las témporas. Pero avancemos
con orden, pues sólo de esta manera podrá ser detenidamente observado y verificado
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La vida exagerada de Martín Romaña (A. Bryce Echenique)
General FictionLa vida exagerada de Martín Romaña, publicada en 1981, es la tercera y, probablemente, la novela mayor y más característica del talante biográfico y narrativo de Alfredo Bryce Echenique. Si por lo primero estamos ante una biografía inclusiva, que ha...