2.22.- Paréntesis

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Conviene recordar, pues esto fue dicho hace ya un buen rato, y cuando aún no habla tomado plena conciencia de lo que deseaba hacer con mi cuaderno azul —mi primera novela—, que mi padre fue un hombre tan bueno como importante. Y que yo, desde mi más temprana adolescencia, simplemente no logré sacar a una chica a bailar, sin soñar una vida entera con ella. Una de esas chicas, preciosa, linda, apenas si aceptó vivir un baile conmigo. Aclaro: una sola pieza conmigo en todo un baile. No logré resignarme con tan poco, y días más tarde ya estaba partiendo rumbo a Piura, en busca de la chica con la que había soñado vivir una vida entera. De lo cual se deducenque la chica era piurana y que sólo había estado de paso por Lima, mi ciudad natal.

Ése soy yo. Ése y el que está doblado en Bilbao antes, durante, y hasta el final de este paréntesis. Soy el de Bilbao y el que está partiendo en el primer viaje de mi vida, dejando muy intranquila a mi familia, pero qué iban a hacer si me había invitado un piurano compañero de colegio, a cuyos padres conocían los míos, gente respetabilísima de aquella ciudad norteña, felizmente, porque si no no me dejan ir ni de a caihuas. Mis padres seleccionaban las amistades de sus hijos y mis abuelos las de mis padres. Fuimos todos muy infelices, pero ésa es otra historia.

Hice un viaje por tierra, en un ómnibus interprovincial, y con una foto de la chica en el bolsillo. La foto, de más está decirlo, se la había comprado a otro compañero de colegio, pero mirándola logré acortar la enorme distancia que hay entre Lima y Piura, y de paso me cagué en el paisaje nacional. Duré dos días en Piura, porque en las dos fiestas a las que fui la chica se negó a bailar conmigo, y muy probablemente por la cara de imbécil que debí poner para hacerle sentir que deseaba vivir una vida entera con ella, con acné además de todo. Antes de regresar, me pegué la primera gran borrachera de mi vida, me gasté hasta mi último centavo invitando a medio mundo en un burdel, también el primero de mi vida, porque me moría, pero lo que se dice me moría de miedo de encerrarme en un cuarto con una puta entre cuyos senos izados sobre un descomunal escote podía desaparecer, en pecado y en picada, del seno familiar honorable y protector. Niño bien, al día siguiente llamé a mi padre y le conté que me habían robado el dinero, porque el Banco en el que se mataba trabajando, para obtener de mí todo lo contrario de lo que estaba obteniendo, tenía sucursales en cada ciudad importante entre Piura y Lima. Si me ocurría algún percance podía presentarme de su parte en cualquiera de las sucursales, para que me dieran lo que necesitaba. Era prácticamente una orden.

Logré llegar a Chiclayo con plata prestada por mi amigo piurano, porque el administrador de la sucursal de Piura no me quiso creer que con esa facha postburdelera fuera hijo de tan importante señor, y yo, por no molestar (primer indicio), no le solté un buen carajo ni le dije sucursalero de mierda, ni mucho menos pruebe usted llamar al señor Romaña a Lima y verá. Me faltó agresividad, problema este del que me ocuparé más adelante. A Chimbote llegué entre la carga de un camión, tras haber ayudado a cargar el camión, y con lágrimas de rabia e impotencia en los ojos, porque en Chiclayo me había ocurrido exactamente lo mismo que en Piura. Y ya no me atreví a insistir en Trujillo, ciudad en la que el camión hizo una parada para llenar el tanque.

Mi tío Felipe Romaña, que trabajaba entonces en las grandes obras del Cañón del Pato (si las obras no hubieran sido grandes, él no habría sido mi tío), me reconoció en Chimbote, me dejó llorar de pica, de rabia y pena, en sus brazos, mientras le contaba lo que me venía ocurriendo por haber ido a dos fiestas en Piura, y me tranquilizó con su acostumbrada bondad. Llamó a mi padre, lo informó de mis percances, mi padre le dijo que procedería inmediatamente a la expulsión de esos miserables sucursaleros, aunque luego por el asunto de la bondad se limitó a cambiar al de Piura a Chiclayo, y viceversa, con lo cual, pensé yo entonces, el honor de la familia no había quedado a la altura en que se mantuvo desde que el primer Romaña lo puso en algún lugar. Han habido, pues, fallas familiares que yo no he cometido, cosa que hoy me importa un repepino, pero me estoy refiriendo a épocas en las que todavía se me podía venir con cuentos de capa y Romaña.

La vida exagerada de Martín Romaña (A. Bryce Echenique)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora