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Estaba sentada frente al escritorio del oficial Parker, esperando para saber por qué había sido llamada un domingo a las tres de la mañana. Mi vista estaba centrada en el gran ventanal que me proporcionaba una visión estupenda de las magníficas avenidas de Atlanta.

-Señorita Rickman- dijo el oficial sentandose tras su impoluto escritorio.

- Señora Rickman- aclaré- estoy casada oficial Parker- dije, mientras cruzaba mis piernas y cerraba mejor mi abrigo color crema de Carolina Herrera.

- Lo siento, error mío. Señora Rickman, disculpe las horas en las que tuvo que ser llamada, pero necesitaba informarle de una noticia que nos llegó hace unas horas- lo observé acomodarse la corbata y como se aclaraba la garganta, como si estuviera nervioso por lo que diría a continuación- Su esposo el Lic. Rickman, falleció hace unas horas. El vuelo en el que estaba, cayó, no hubo sobrevivientes, lo siento.

Analicé por un momento lo que el oficial me decía y comprendí el significado de sus palabras. Mi esposo Samuel había fallecido, mi compañero en días de lluvia, mi mejor amigo, mi amante, había muerto.

Tomé una fuerte bocanada de aire, tratando de contener las lágrimas que se iban amontonando en mis ojos, mire mis dedos y solté un silencioso jadeo, acompañado de diminutas e insufribles lágrimas. Agarre mi cartera de la silla de al lado y me fui sin mirar atrás. Cuando salí del destacamento observé a mi alrededor y me dirigí a mi chófer, este me abrió la puerta del carro sin preguntar nada.

Cuando estuve en la seguridad de mi hogar tome el teléfono y marqué el numero de Samuel pero nadie contesto. Supuse que su asistente se encontraba con él, por lo tanto también la llame, nadie respondió las llamadas. Estuve pegada al teléfono toda la noche a la espera de que alguien me llamará y me dijera que Samuel estaba vivo, pero eso nunca paso.

Aproximadamente a las diez de la mañana alguien tocó a la puerta de mi estudio y yo aun seguía sentada tras mi escritorio con el teléfono en mano.

- señora Rickman, el hermano del señor Samuel se encuentra en la puerta y desea hablar con usted- dijo Luisanna tras abrir la puerta.

-Has que pase Luisanna- dije con voz seca, segundos después Saul entró con rastros en su piel de no haber pasado una buena noche.

- Kelly- dijo y se acercó a mi, rodeó el escritorio y cuando estuvo frente a mi silla se inclino y me abrazo. Me deje consolar unos minutos por mi cuñado mientras yo lo único que hacía era llorar.

-Saul, él a muerto, mi Sam esta muerto- exclame sin aún creerme ese echo tan doloroso.

Apenas llevábamos dos años de casados. Samuel tenía treinta años y yo veintitrés cuando nos escapamos y nos casamos en las vegas. Yo acababa de terminar la universidad con una Licenciatura en literatura inglesa y arte, mientras que Samuel era profesor de estudios antiguos y civilización y también lo era de investigación antropológica.

Los dos éramos completamente opuestos Samuel era social, amistoso y tenia un gran sentido del humor y yo era todo lo contrario era reservada, con escasos amigos en los que podía confiar plenamente, pero era muy alegre y eso le encantaba a Sam.

Éramos como la canción de Malu, blanco y negro. El era claridad, pureza, era blanco y yo no era más que oscuridad, impureza y negro.

-Kelly - dijo Saul, sacándome de mis pensamientos- tenemos que hacer los preparativos para el sepelio, esta tarde nos entregan el cuerpo- yo asentí ante sus palabras con un nudo cerrando mis cuerdas vocales y haciéndome imposible articular palabras- quieres que yo me haga cargo de los preparativos del entierro?- pregunto él y yo solo asentí con la vista clavada en un porta retrato que había encima del escritorio. Era una foto de nuestra boda, él tenía una sonrisa de dientes blancos perfecta y hoyuelos adorables posados a cada lado de sus mejillas, sus ojos mieles demostraban alegría, sus brazos me rodeaban mientras la puntas de sus cabellos con un corte estilo militar se posaban al lado de mi oreja.

Nuestra foto favorita.

- Saul podrías avisarle a todos los amigos y allegados de Sam?- pregunté con voz rasposa. Él asintió y beso mi frente, se levantó y camino hacia la puerta, cuando se disponía a salir por ella se giró y dijo.

- mañana será el entierro Kelly- yo asentí y seque mis lágrimas con un pañuelo de seda que tenía las iniciales de Sam, S.R. para mi era anticuado pero el amaba dicho pañuelo.

Observé a Saul desaparecer tras la puerta y yo me quedé rodeada de soledad y con el más profundo dolor que he sentido en mis veinticinco años de vida.

Deje el pañuelo encima del escritorio y salí del estudio dirigiéndome a nuestra habitación. Subí las escaleras a paso lento y cuando llegue a esa puerta de caoba oscuro, mi pecho se cerró y mis lágrimas volvieron a salir. Entre en esta y el aroma a la colonia francesa de Sam inundó mis fosas nasales, era imposible no volverse loca con tan magnífico olor.

Recorrí la estancia en silencio y ya frente al Walk in closet, deslicé sus puertas corredizas y me adentré en el, me detuve frente a la ropa de Sam, acaricié sus polos y llegue a su suéter favorito, lo extraje y lleve la tela a mi nariz, absorción su esencia y dejándome caer al piso aún con esa prenda entre mis manos.

Las lágrimas tomaron camino por mis mejillas y yo no trate de detenerlas, solo las deje pasar.

Tú me ayudarás a olvidar?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora