Había únicamente tres caminos para poder llegar al pueblo.
El primero, era el que rodeaba el lago congelado, el segundo era el que conducía al bosque y el último era atravesando el gran puente.
Aquella mañana de noviembre, Sofía tenía la prueba de matemáticas y por estudiar hasta altas horas de la noche no había escuchado la insistente alarma de su reloj. No hubiera ni pestañeado si su madre, Doña Clemencia, no hubiera golpeado su puerta con una fuerza tal que hasta los cristales habían zumbado.
Fue entonces y sólo entonces que, una alarmada Sofía se levantó como una pobre chica desquiciada al ver la tardía hora de aquella congelante mañana. Sin duda alguna, la elección del camino para llegar hasta el pueblo era una decisión importante.
Al final, con la respiración acelerada y el corazón saliéndose del pecho decidió tomar el "Gran Puente". A ella le gustaba más recorrer el lago, le gustaba ver la fina capa de hielo sobre él y destruirla con unas cuantas piñas que se caían de los árboles, pero aquella vez no había de otra más que cortar camino y aun así, el enorme reloj del parque marcaba ocho minutos antes de la hora del colegio.
Si la pobre Sofía hubiera dormido más y estuviera menos alterada, se hubiera dado cuenta de que el repique de las campanas era diferente al de todos los días. Se hubiera dado cuenta de que, enfrente de la enorme iglesia del pueblo había una enorme multitud. Se habría dado cuenta de que algo anda mal.
Pero eso a Sofía no le importó, en cuanto cruzó la puerta vieja del colegio.
La verdad, era que no recordaba tanta nieve.
Si bien, siempre que recordaba su pueblo natal Max visualizaba todo menos el frío intenso de aquella zona y la nieve... Dios, no recordaba tanta blancura en un sólo lugar.
Los huesos se le estaban convirtiendo en hielo. Esa debía ser la única explicación del porqué era incapaz de moverse. Todo su cuerpo estaba entumecido, en realidad no podía ni sentir sus propios dedos, quizá y por eso no sentía la esquelética mano de Doña Rosario en su hombro, ni siquiera entendía que le estaba diciendo.
Había demasiada gente fuera de la iglesia, todos amontonados en la plazuela de enfrente.
Todos esperando su turno para ir y hablar con él, quizá debería decirle a Doña Rosario que debía apurarse, llevaba como veinte minutos parloteando en su hombro y el frío era tan intenso que no soportaría mucho más allá fuera.
-Disculpe...
-¡Una lástima! ¡Una lástima total! Tu padre era un buen hombre, bueno últimamente se había vuelto un poco ermitaño, ¡Pero es una lástima! Qué tragedia. De verdad lo siento tanto, pobre muchacho...
-Oiga...
- Tanto que dar y nada que vivió, que pena tan grande. Pero sabes que cuentas con todo el apoyo de mi fami...
-Señora Rosario...
-Y esa pobre mujer que dejó de esposa, tan joven y bonita. Espero que respete la memoria de Don Alberto...
-Discúlpenme.
Ni siquiera le prestó atención a las otras veinte personas que estaban esperándolo para darle el pésame. No le importó que todo el mundo quería hablarle sobre lo mucho que había crecido, lo diferente que se encontraba, lo pálido que se veía...
Hipócritas.
Todos y cada uno de ellos, eran unos hipócritas. Hace diez años le habían botado del pueblo sin ninguna despedida previa, nadie le había ido a decir adiós aquel día y nadie parecía importarle el hecho de él se marchará.
Ahora, todo parecía invertirse. Todo era un teatro. La muerte de su padre no había sido ninguna sorpresa, el señor Alberto tenía neumonía crónica y este invierno había sido el peor, los médicos ya habían dado el veredicto pero, aun así...
No lo había visto por más de seis años, no desde que él tenía dieciocho, no desde que le anunció que se volvería a casar y entonces él lo había corrido de su antiguo departamento, le había corrido de su vida y en todo ese tiempo jamás prestó tiempo de pedirle una disculpa y alejarlo de él, ni mucho menos había pensado en perdonarle su indiferencia de todos aquellos años. No, Max no lo había perdonado aún muerto, pero aun así.... Él había sido su padre.
Más allá del enorme bosque que envolvía al pequeño pueblo de las montañas, existe una enorme casa enrejada, está situada casi en la cima de la montaña y es tan vieja como lo es el pequeño pueblo. Allá, desterrada de los demás, está la Mansión De los Ferrer, la casa de Max.
La casa de su infancia más bien, porque toda la otra mitad de su vida estaba a kilómetros, en su departamento en la ciudad. Pero allí estaba él, mirando desde el patio con flores marchitas la enorme mansión que lo vio nacer, allí estaba de nuevo, el lugar del que escapó con solo quince años y todo por delante.
Aquí estaba de nuevo ante los fantasmas del pasado, sus demonios del presente y el lugar en donde el invierno se vuelve eterno.
Suspiró y como si el gélido viento le infundiera valor, se encogió de hombros y atravesó la enorme puerta que, hace tantos años se cerraron tras de él.
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Más Allá del Cristal
Mystery / ThrillerMás allá de las colinas cubiertas de nieve, existe un pueblo entre los montes de hielo. Ahí, el tiempo pasa lentamente marcado por el reloj de la enorme muralla que lo rodea. Pocas cosas se saben de aquel lugar y pocas cosas logran salir de sus al...