28. Del crimen, del daño, de la huida

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Capítulo 28. Del crimen, del daño, de la huida

Hace algunos años atrás

Dos pares de ojos grises miran con suma atención por la ventana de la biblioteca, como un ruego o una súplica latente... claman por salir de lo que se ha transformado en una prisión. Allá, la nieve cae lentamente mientras el padre de la casa plática seriamente con un par de hombres, en su rostro se nota que no es una conversación agradable.

Max, que sólo tiene ocho años se para de puntitas para observar mejor sobre el frío cristal, pero una mano sobre su hombro lo baja con delicadeza lentamente, él vuelve su mirada hacia arriba donde una mujer le sonríe con dulzura. Los dos pares de ojos se miran y entonces su madre se encoge hasta quedar a su altura.

- ¿Quieres que te toqué tu canción favorita?- Le pregunta ella. Max ha olvidado a su padre y su conversación y con emoción, acompaña a su madre al salón del vestíbulo donde un piano negro de cola, descansa.

Su madre toma asiento y con ella, él también y ahí, en silencio observa los dedos de su madre tocar su melodía favorita.









La primera vez que las ve, tiene doce años. Max no sabe muy bien que son hasta que las observa con más concentración. Las manos de su madre viajan sobre las teclas del piano con la misma delicadeza de siempre, el balance y la gravedad son tan frágiles que hacen ver todo muy fácil aunque claramente, no es así.

Es entonces, en el cambio de melodías que él las nota. Max frunce el ceño cuando ve la línea delgada, blanca, sobre las muñecas de su madre. Sin embargo, no dice nada hasta que ella termina de tocar su canción. Una vez que lo hace, Max le toma la mano con delicadeza y pasa su pulgar sobre lo que parece una cicatriz antigua.

- ¿Qué es esto?- Le pregunta con simple curiosidad. Pero su madre se queda en silencio unos minutos, unos largos que obligan a que Max la miré con más intensidad.

Entonces los ojos de su madre le sonríen con sus labios y le toma la mano entrelazando sus dedos.

- Vamos- Le dice ignorando su pregunta mientras se levanta del asiento. -, ¿Por qué no me acompañas al invernadero?









Max tiene quince años y le gusta este lugar. Es su segundo favorito después de la biblioteca. Incluso aunque haga más frío que en ella, adora cuidar las plantas de su madre.

El invernadero no era originario de la mansión, este fue uno de los regalos de su padre que le había hecho a su esposa. Max y ella, solían compartir aquí su tarde cuando terminaban la tarea o las clases de piano... Max adoraba estar ahí, una cierta paz siempre le traía el alma, como si el verde y los colores de las flores pudiesen llenar tanta blancura a su alrededor.

Su madre le había dicho que no tardaría en unírsele, sólo iba a hablar con su padre sobre algo.

Afuera, nevaba como siempre.

Max estaba regando los Lirios de los Valles cuando escuchó un ruido detrás de él. Al principio no le hizo caso, quizá el viento o por el simple hecho de que, viviendo desde siempre en una casa grande y de mucho tiempo, los ruidos no eran algo fuera de lo normal. Sin embargo el ruido de una maceta romperse lo hizo girar de inmediato con el corazón desbocado.

Entonces escuchó los susurros y, tomando una pala pequeña que usaba para trasplantar se acercó a las mesas de madera donde se había escuchado el ruido.

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