22.De los rostros en la masión Ferrer

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Altivos y mezquinos... indiferentes al medio, los rostros de la mansión Ferrer, desfilaban uno tras otros sobre las paredes de la enorme mansión.

En medio de ese laberinto de ojos, uno se escabulle a penas de todas esas miradas que te juzgan y te apuntan, sin compasión.

Maximiliano, podía recordar todas aquellas pesadillas que le habían causado en su niñez todos esos retratos colgados en las paredes de la mansión. Hubo una época en específico en la que su padre le había contado que cada buen líder de la familia, había sido retratado en su lecho de muerte y que, por eso, los fantasmas de dichos antepasados vagaban... en los pasillos de ese lugar, Max que en aquel entonces tenía siete años, recordaba pálidamente cómo en las noches, cada vez que necesitaba recorrer los pasillos hasta su habitación temblaba de miedo por dichos espíritus perturbados... ahora, tanto tiempo después le preocupaba todo, menos los viejos fantasmas de aquella mansión.

- Maximiliano.- Detrás de él, una mujer de aspecto delicado lo miraba con determinación. Mariola, su madrastra, estaba recargada sobre el pasamanos de madera, Max dejó de ver los retratos y metiendo las manos en sus bolsillos del pantalón, la encaró. - Llegaste temprano.

- El abogado Robles dijo que a las siete de ser posible.- Comentó bajando los escalones para estar al mismo nivel que la mujer rubia de su padre. A pesar de todo, al lado de Max la mujer lucía realmente pequeña. -¿Él ya está aquí?

Mariola asintió y trató de abrir los labios para poder decir algo pero la dejó con las palabras en la boca mientras bajaba por completo las escaleras hasta dirigirse por los amplios pasillos de la mansión, al viejo despacho de su padre. Mariola lo siguió en silencio, pensando en lo mucho que el joven muchacho se parecía a su padre y se preguntó si él lo sabría o si le gustaría saberlo.

Max abrió con ambas manos las pesadas puertas de madera oscura y se adentró a la habitación en la que lo recibieron dos hombres, el licenciado Robles y un joven pelirrojo vestido de oficial.

Por un momento lo observo consternado, pues no entendía por qué para darle una carta de su padre, habría que estar presente un oficial. Levantó una ceja y miró entonces al abogado de su familia, lo encontró con el rostro pálido y perturbado y por el semblante que le mostró, supo que había malas noticias.

-¿Qué sucede?- preguntó adelantadamente Mariola a sus espaldas, quién al parecer estaba tan consternada como todos en la sala. Max escuchó sus tacones caminar alrededor y la vio ponerse del lado derecho del abogado, mirando al joven oficial con cautela. -¿Por qué está usted aquí?

El oficial miró de soslayo al abogado que a su vez miraba nervioso a su entorno. El licenciado asintió, como si le estuviera dando permiso de hablar. Max frunció el ceño mirando al amigo de su padre, jamás lo había visto tan nervioso.

- Señora Ferrer- Miró a Mariola, ella lo miró directo a los ojos no dejando ninguna emoción salirse sin ser vista. Los ojos del abogado regresaban una que otra vez a los de Max que comenzaba a marearle la situación, El licenciado suspiró y se llevó una mano a la frente. - Ya es tiempo.

Por un momento, la vio palidecer y casi, por una milésima de instante parecía que esta a punto de derrumbarse, su mirada consternada viaja de los ojos de aquellos hombres con rostros angustiados a los de Max. Al final como si aceptará su destino, bajó la mirada y suspira largamente.

-Muy bien- Dice y simplemente se da la vuelta, para salir del despacho.- Sígueme.

Pero Max no se mueve ni un centímetro, en cambió, frunce las cejas.

- No.- Dijo tajante, mirando de nuevo al amigo de su padre.- Me lo prometieron- dijo alzando un brazo, su dedo los señaló altivo.- Me dijeron que si sacaba adelante la empresa ¡Me darían la maldita carta!

- Max- Lo interrumpió la voz de su madrasta, lo miró desde el pasillo.- La carta... te enseñaré lo que dice la carta, te lo prometo.

Y lo dejó ahí, mientras caminaba por los largos pasillos de la mansión. Max miró al abogado que estaba a su izquierda y luego vuelve la vista a la mujer de su padre que acaba de dejar la estancia. Quizá, es la misma curiosidad que lo obligó a dar media vuelta y seguir a Mariola en ese mar de rostros.

Altivos y despectivos, los rostros de la mansión lo siguen en silencio, como si tratara de una procesión, una que anuncia muerte y desesperación, un secreto que se oculta bajo los peldaños de los años de la familia de los páramos...

Los largos pasillos se vuelven casi un acertijo y el rostro del heredero de los Ferrer se vuelve un poema, la confusión se refleja en sus ojos cuando se da cuenta de que el camino por el que es llevado, no lo recuerda para nada.

- ¿Dónde estamos?- Preguntó, pero la única respuesta que recibió fue la mirada triste de la mujer rubia. Max tragó saliva, de repente este sitio ya no se siente como en casa, la inseguridad de ser llevado a ciegas comienza a hacer ruido en la cabeza.- No recuerdo este sitio.

Pero de nuevo, nadie le contestó. El policía que hasta hace unos minutos atrás había irrumpido en la mansión, se adelanta cuando se topan con el final del pasillo, hay una puerta alta de acero que parece tener un grosor importante, pues se incrusta perfectamente con la pared. El oficial miró una última vez a sus acompañantes y por último, se detuvo a mirar a la señora de la mansión, cómo si pidiera permiso para abrir la pesada puerta. Mariola asintió.

Con un poco de temblor en los dedos, el oficial teclea una serie de número a un lado de la puerta, donde un monitor espera la contraseña de ese lugar y la puerta, se abre.

La primera en pasar es Mariola y el segundo es Max.

Se queda un momento inerte, sus ojos solo alcanzan a ver oscuridad, detrás de ellos la puerta se cierra tras un eco gigantesco que retumba en lo que parece una caverna y una vez la luz deja la sala, las luces se prenden en lo alto y la sangre del cuerpo de Max, se drena en un santiamén al presenciar lo que hay frente a él...

Por un momento, siente que sus rodillas van a caer pero su mano se detiene con las gruesas paredes de aquella habitación y diez pares de ojos lo miran tras pequeñas rejas en el suelo...

El infierno es frío... recuerda, la temperatura ahí abajo, es diez veces menor por lo que, las suplicas de aquellos pares de ojos salen con humo.

Max siente que su cuerpo tiembla entero cuando pasa saliva y mira de nuevo la escena. Al frente de él, hay una par de escaleras y al fondo, encadenadas de los tobillos hay seis celdas pequeñas y dentro, una pesadilla.

-¿Quién...qué es esto?- Pregunta horrorizado, viendo a las mujeres que tienen como prisioneras. Sus rostros lo miran, con terror y expectación, Mariola lo mira de frente y luego a las chicas.

- Tú herencia.- Le dice.

Y los rostros, famélicos y pálidos de la mansión Ferrer, lo miran en agonía.

Más Allá del CristalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora