7. De tormentas y leyendas bajo la nieve.

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Invierno de 1981

La intensa ventisca hizo azotar las puertas de los corrales de las gallinas, la nieve durante estos días era tan espesa y abundante como en ningún otro año posterior.

La casa de los Dazas tenía una misión imposible para estas temporadas de caza y eso lo sabía muy bien Don Fidel, el señor de la familia, esposo de Doña Flor y padre de cuatro hijos, el mayor de ellos, Julián Daza miraba los leños de la chimenea consumirse lentamente entre las ramas de abeto que había conseguido por el mandato de su madre.

-Aléjate del fuego- lo reprendió Doña Flor-, después vas a tener la cara ceniza.

Julián con sólo 12 años obedeció sabiamente a su madre, acercándose lentamente a la mesa (que ya estaba puesta) tomando su lugar a la izquierda de su padre, porque claro, el lado derecho era el de su madre.

- Fidel- Habló la misma cuando todos ya se encontraban sentados, su padre que leía el periódico miró a su esposa con confusión, ella carraspeo dándole a entender que debía soltar el papel y dar las gracias por los alimentos.

-¡Ah!- Dijo iluminado- ¡Claro, claro! Haber tómense de las manos- y obedientemente todos le hicieron caso- Te alabamos señor y te bendecimos por estos alimentos que no has concedido, amén.

- Amén- repitieron con un asentimiento de cabeza, Julián creía que aquel sencillo paso era sin embargo, el más importante del día.

Si bien, la familia Daza podía presumir de la enorme fortuna de tener para comer todos los días, no podían aludir al hecho de ser muy católicos y fieles creyentes de que, todo lo bueno que les pasaba era porque nunca se olvidaban de su señor.

- Julián- lo llamó su padre cuando el niño ya iba por su tercer plato-, ¿Terminaste de empacar tus cosas?- le preguntó seriamente, Julián asintió fervientemente, su padre le sonrió complacido-, me alegra oír eso, no podemos esperar ni un segundo. En cuanto las gallinas canten partiremos a la montaña, ¿me has entendido?

El chico asintió. Su madre, doña Flor hizo una mueca de disgusto, no le agradaba la idea para nada del mundo, aborrecía completamente que su hijo, el más querido, tuviese que abandonar el calor de su hogar para acompañar a su esposo a la cacería.

Los Dazas eran una familia de leñadores y cazadores desde los tiempos en los que , La mansión Ferrer, era el hogar del señor feudal y ellos unos simples campesinos. Los Daza lideraban siempre la temporada de Caza y aquel año no era la excepción.

- Anda pues muchacho y vete a dormir- le indicó aún con una sonrisa, Julián alegremente término el resto de su comida y se dirigió a la segunda planta en el cuarto que compartía con sus otros hermanos menores.

- Papá- dijo Sergio, el nene que tenía apenas cinco años-, yo también quiero ir...

- Algún día hijo.

Y aquello aterrorizó a Flor, algún día vería sus cuatro chicos partir lejos de ella, no estarían a salvo, estarían allá fuera cubiertos de nieve, a merced de los misterios del bosque y la crueldad del invierno.

- Tranquila- le leyó el pensamiento su esposo, quién le apretó ligeramente la mano, consolándola- nada malo va a pasarle, no mientras este junto a mí.

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