27. Del reloj que lo vigila todo

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Victor miraba desde su asiento cómo los ojos viajaban sin disimulo alguno sobre él, al principio le pusieron nervioso pero después de una hora, comenzaban a irritarlo. Nadie parecía tener las intenciones de decirle que estaba pasando y por el reloj de la pared de aquel cuarto, había estado ahí más de dos horas y media.

No es que le molestará el silencio, pero este le ponía los pelos de punta ante la expectativa... Quizá, después de todo, no había sido una buena idea hablarle a la policía, pero... ¿Qué más iba a hacer? ¿Qué se suponía que haga uno cuando encuentra una arma perdida? ¿Pasar de largo y hacer como si no hubiese visto nada?... bueno, ahora parecía buena idea. Victor pensó que probablemente debió haber hecho caso omiso a su conciencia pero, por otra parte podía haber ignorado el arma, las balas enterradas en la nieve pero ¿Y la sangre? La nieve manchada de rojo que vino a su mente, le hizo tener náuseas... No, definitivamente pudo haber olvidado todo eso, menos la sangre y quizá fue por eso que habló con los oficiales. Aunque mirando su estado ahora, en el que lo tienen apartado en un cuarto blanco con un café en mano... le parecía que había cometido un error.

¿Y si creían que él había tenido algo que ver con todo esto?

Debió haberlo pensado mejor antes de actuar impulsivamente, quizá por eso lo tenían ahí tanto tiempo, quizá pensaban que era sospechoso que un foráneo, al que no conocían de nada de repente llegara a la comisaría pidiendo ayuda por haber encontrado lo que parecía la escena de un crimen espantoso.

Víctor se llevó las manos a su cabello oscuro y lo despeinó incontables veces, sintiéndose frustrado por no haber pensado mejor lo que debía hacer y el hecho de qué, claramente todo esto parecía una escena en la que podían inculparlo de algo que era totalmente inocente. Presa de la desesperación se levantó de la silla de metal donde un oficial lo había sentado hace unas horas atrás y con determinación se dirigió a la puerta para preguntar qué estaba sucediendo pero en ese momento, un hombre que él conocía apareció delante de él.

- Tío- dijo soltando el aliento, que no sabía estaba reteniendo. Por un momento, le alivió tanto ver a alguien conocido. Inclusive si era un párroco que apenas días atrás había conocido.

Felipe Altamirano miró al chico con compasión antes de adentrarse más a la habitación, Víctor lo miró con cautela cuando se dio cuenta de que se mordía los labios, como si algo le preocupara.

- ¿Estoy en problemas?- preguntó sin pensar, casi con urgencia. Su tío lo miró y chasqueo la lengua. -¡Pero si yo no hice nada!

El hombre delante de él quiso decir algo pero un hombre con traje gris entró por la puerta y detrás de él lo acompañaba el mismo oficial qué había encerrado a Víctor ahí, hace ya unas horas. El chico frunció el ceño con disgusto casi con cierto rencor al oficial pero estos hombres lo ignoraron por completo y se dirigieron a su tío, para que firmara unos papeles.

El párroco lo hizo de inmediato, ignorando la preguntas insistentes de su sobrino detrás de él, levantó la mirada al oficial después de darle las hojas firmadas.

- ¿Ya puedo llevármelo?- preguntó tras un suspiro.

- Espera, ¿Qué?- El oficial le dio el folder negro al hombre del traje. Luego de una breve inspección, asintió al oficial dándole luz verde para dejarlos salir.

El párroco tomó fuertemente el brazo de su sobrino, que aún formulaba preguntas sobre lo que sucedía consternado. Sin embargo su tío no le dijo ni una palabra hasta que salieron de la comisaría y estuvieron dentro del auto pequeño de su tío.

-¿Qué demonios fue eso? - Preguntó a un perplejo. Víctor no tenía experiencia con policías y mucho menos con casos de investigación pero sabía muy bien que haber encontrado un rastro de sangre y una arma, no era un asunto de fianza o de papeleo y mucho menos tan fácil de de resolver. -¿Qué va a pasar con...

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