13. De la tristeza en los ojos

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" Se suponía que los hombres no deberían guardar tristezas en el alma, en lo que a John respecta siempre ha tratado de buscar la forma de huir del dolor: Las pinturas, la música e inclusive las letras nos han salvado la vida tantas veces. Esa desesperación que se instala en el pecho queriendo asfixiar todo es sobrellevada por el arte.

Daniela era así, una chispa radiante en aquellos días en los que su corazón dolía a mares, una mezcla de añoranza de saber que hasta en ese triste internado aún había vida. Sin duda debía existir un lugar donde respirar no pesará tanto, debía de existir porque de algún lado ella había salido.

Cada vez que John evocaba su recuerdo la encontraba sonriéndole como si de una pequeña hada silvestre se tratará, su mente recordaba sobre todo su cabello tan rubio como el mismo sol, tan translucido cuando se quedaban horas y horas platicando en los patios traseros de tan gigantesca fortaleza, saltándose las clases y ocultándose de los perfectos y sus compañeros envidiosos de su felicidad. Siempre la recordaba así, a su lado. Tendida en el césped recién cortado, con la falda ligeramente alzada dejando ver un poquito de sus muslos y haciendo que su imaginación se echará a volar.

Cuánta falta le hacía esa chica de risa interminable, de esperanza sin control aunque John cada vez que recordaba a Daniela y su luz también recordaba con melancolía sus mentiras. Y entonces la pintura de su memoria se desvanecía por completo y lo único que quedaba de ella era el azul de sus ojos, unos ojos que siempre mentían a todos. Lo hacían, menos a él porque era el único que sabía de su tristeza. Claro que lo hacía, para alguien que siempre había vivido con la melancolía en los hombros era difícil que le engañarán. John, desde el primer momento en el que la conoció supo de Dani tenía una tristeza inagotable, una que trataba de ocultar con todas sus ganas pero que, cuando subían a la torre del reloj o cuando se quedaban tumbados en el patio dejaba salir, a veces en mitad de sus platicas se quedaban en silencio y John se dedicaba a observarla sin pudor alguno y entonces, la encontraba llorando en silencio.

Con una sonrisa, esa que siempre tenía bien puesta pero con los ojos encharcados y las lagrimas resbalándose en sus mejillas."

Sofi suspiró largamente mientras se levantaba de la cama del escritor., en sus manos sostenía el papel donde había dejado escrito la continuación de su obra. Sofi se quedó pensativa luego de leer ese fragmento, con la vista lejana en la ventana de ese ático.

De alguna extraña manera, se sentía triste, como si Max y sus letras le hubieran contagiado su melancolía y esque, todo podía verlo, a ese chico de anteojos mirando a su compañera del colegio, tumbados en el patio verde mientras ella llora en silencio, podía ver a ese tal John perdidamente enamorado de ella, adorándola en silencio y sin embargo...

Por como estaba escrito aquella historia Sofía ya sabía que no tendría final feliz, era como si te estuviese contando sus memorias de un amor a temporal e imposible. Sofi volvió a suspirar largamente.

Ella no se había enamorado nunca, una vez creyó hacerlo, cuando tenía trece y sus compañeras de colegio insistían en que los niños habían dejado de ser asquerosos y habían pasado a ser la cosa más espectacular de mundo. Sofí no las había comprendido en absoluto no, hasta que conocido a Juan José Dumas, un chico de octavo que a veces la miraba, ella se había emocionado pues siempre la estaba observando en el receso y por lo que su abuela decía, las miradas nunca mienten y por ende, creyente de esa verdad, creyó que ella y él tenían cierta conexión. Aquello duró muy poco, dos semanas para ser exactos, descubrió que no era la única chica que él miraba y que en efecto tenía más de cinco enamoradas en el colegio.

Desde entonces, Sofía nunca se había vuelto a emocionar tanto con un muchacho. A sus quince años ni siquiera había besado a nadie ¿Eso era malo, no es cierto? A los quince años debía tener novio o al menos un pretendiente. Quizá se debía a que no se parecía a esa Daniela que Max describía, ella no era rubia, ni tampoco reía mucho. Ella no era dulce, ella gritaba siempre y nunca se callaba cuando los maestros se equivocaban. Ella no era una heroína de novelas, ni se aguantaba las ganas de llorar, ella lloraba y hacía berrinches todo el tiempo.

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