Uno

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Los árboles de cerezo estaban comenzando a florecer, anunciando la llegada de la primavera, para muchos la estación del amor y para otros la de alergias; para mí: estación de soledad. De todas formas, amo ver el mundo vestirse de rosado, blanco, verde y otros colores en primavera. Me hace sentir nostálgica.

Durante las tardes, luego de llegar de la empresa donde hago mi práctica en el área de recursos humanos, me abandono a la soledad, a la calma, a la tranquilidad de la naturaleza de mi jardín. Pocas casas hoy en día tienen un jardín como este: lleno de árboles y plantas. 

Me siento en una banca junto al árbol de cerezo y en compañía de un buen libro, trato de olvidar lo que ha pasado hoy en mi trabajo.

Más tarde, miro el reloj y veo que he estado más de una hora sentada en el mismo lugar y no he avanzado más de dos páginas en mi lectura. Hoy resulta imposible poder concentrarme. Mi cabeza vuela y recuerda lo que ha ocurrido.

Hace un mes que llegué a Ryts, a realizar mi práctica profesional en el área de recursos humanos. Desde que llegué creí que era el lugar perfecto para trabajar en el futuro y me emocionaba la idea de que me contrataran, por lo que intentaba hacer todo bien. Mi jefa, Claudia, era genial y el ambiente ideal para aprender mucho.

Desde el primer día me llevé bien con mis compañeros y con mi jefa, pero luego me enteré, por ella misma, que  no era realmente la máxima autoridad en Ryts. Me contó que estaba al reemplazo del jefe, pues por problemas personales se había tomado algunos meses de descanso. No quise preguntar más al respecto, pese a que siempre oía hablar de él, el imponente Señor Hidalgo. Yo me lo imaginaba como un viejo gordo y gruñón, por lo que nunca me interesé en saber más de él. Lo que contaban no era tan bueno.

Hoy, por primera vez desde que trabajo en Ryts, me quedé dormida y llegué tarde 20 minutos. Estaba tranquila con eso, sabía que Claudia entendería y podría quedarme más tarde para compensar mi retraso. En vez de eso, al llegar a mi área de trabajo, me encuentro con una pequeña reunión en la oficina. Mis ojos se clavan en los ojos azules de un desconocido. Lo miro nerviosa, su mirada es intimidante, seria, fría.

Claudia me mira y me invita a entrar.

—Catalina, pasa. Te presento al señor Matías Hidalgo, nuestro jefe.

—Buenos días —saludo avergonzada y me siento—, lamento llegar tarde.

Me dedica una pequeña mirada, casi con desprecio y continúa la reunión. Inevitablemente la vergüenza comienza a reflejarse en mi rostro. Bajo la mirada para que no noten que estoy roja como tomate. 

Escucho atentamente cada palabra que dice mi nuevo jefe, o más bien el verdadero jefe y lo observo detenidamente. Acababa de regresar y venía con nuevas ideas para implementarlas en la empresa. Noto en sus palabras inteligencia y altanería. Presiento que es del tipo de jefes que llegas a odiar. Esperaba estar equivocada, pero no. Al terminar la reunión me pidió que fuera a su oficina y como era de esperarse me dio un sermón sobre lo que es la puntualidad y la importancia del trabajo en las horas que corresponden.

Yo no podía más que decir: "Sí, señor Hidalgo, lo siento mucho, no se volverá a repetir". Es el tipo de hombres con carácter fuerte, intolerable, trabajólico e incomprensible.

«De seguro debe ser un frustrado».

Mi trabajo había sido una maravilla el primer mes. Ahora, de seguro iba a cambiar con la presencia de aquel hombre tan hostil.

Durante el almuerzo, estuve conversando con Claudia y con Ximena, la otra practicante. Fue ahí donde supe la realidad de mi jefe: Se había tomado unos meses de descanso pues su esposa había fallecido producto de un cáncer que no se diagnosticó a tiempo para poder revertirlo. Sentí algo de lástima por él. Entendía por qué actuaba tan frío y distante aunque, según Claudia, él siempre había sido algo apático en el trabajo, para  denotar profesionalismo. Nunca demostraba sus sentimientos, jamás daba su brazo a torcer frente a ninguna situación. Trabajaba siempre con la puerta de su oficina abierta para ver que todo estuviera funcionando.

Cuando volvimos a la oficina, no pude evitar mirarlo de otra forma, con algo de lástima, pero también con desprecio por el mal rato que me había hecho pasar. Sin embargo, era evidente que no podría odiarlo, no me convenía odiar a mi jefe y hacer más difícil mi estadía como practicante en Ryts. Esperaba que tras terminar mi práctica valoraran mi trabajo y decidieran contratarme. Ahora me daba cuenta de que no sería algo tan sencillo, pues mi jefe me había conocido de la peor forma y estaba obligada a esforzarme el doble para que él me pudiera tener en cuenta en el futuro.

Hoy no había sido el mejor día, estaba segura de eso. Pero, ¿por qué pienso en él? ¿por qué dedico más de una hora a repasar cada momento con él en la oficina?

Hubo una sola vez, durante la tarde, cuando estaba a punto de retirarme de la oficina, donde me detuve a contemplar a aquel hombre. Debía tener unos 30 a 35 años. Su estatura debe estar cercana al metro ochenta, no se le veía sonreír, sus ojos expresaban tristeza y amargura. Era impactante ver el dolor de aquellos ojos azules tan deslumbrantes. Su cabello castaño claro, casi rubio y sus manos fuertes parecían armonizar a la perfección con aquel cuerpo evidentemente ejercitado. Un bombón de chocolate amargo, pensé en mi interior.

—¿Necesita algo señorita...? —se quedó pensando un rato —no recuerdo su nombre.

—Catalina Jiménez, señor. No necesito nada —respondí avergonzada porque había notado que lo estaba observando con detención.

—Entonces puede retirarse, espero que mañana llegue puntual al trabajo —ordenó con seriedad.  

—Sí señor, hasta pronto—. Tomé mi cartera y salí apresurada, como si quisiera evitar que notara que me incomodaba estar cerca de él.

¿Seguirá sufriendo por ella? La pregunta es estúpida, pero no deja de dar vueltas en mi cabeza. Las enfermedades no miran condiciones sociales, simplemente llegan y él, tan todopoderoso en su empresa, con tanto dinero, no pudo hacer nada para evitar que su esposa muriera. Debe ser difícil ver sufrir a quien amamos y no poder hacer nada para aliviar su dolor.

Decido volver a la casa, no hay caso que pueda concentrarme en la lectura. La tarde se vuele más helada y mi estómago me recuerda que debo dejar de pensar en aquel hombre y comer.

Hasta que te enamores de mí #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora