Trece

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Mientras comía en mi casa, comencé a pensar en que no sé prácticamente nada de Matías y existe la posibilidad de que no le guste el sushi que yo pedí. Tal vez sea de ese tipo de personas que nada les gusta. Si fuera así sería muy parecido a mí. De hecho ni siquiera sé por qué escogí sushi para él, si a mí no me gusta. Pero era una mejor opción que mandarle una pizza o un sándwich, aunque yo prefiera estas opciones para mí. Matías es alguien elegante, no me imagino mandándole otra cosa.

Al menos tengo un consuelo, si no se lo come, por lo menos tendrá que leer la tarjeta, sé que no se quedará con la curiosidad. Mis mensajes puede ignorarlos. Pero, ¿Cómo va a ignorar la comida que le mandé acompañada de la tarjeta?

Mi mensaje esta vez fue breve, a pesar de ello, ¡Cómo me encantaría ver su cara al recibir la comida y leer la nota! Mientras estaba en la empresa decidí imprimir una pequeña tarjeta diciendo:

"Espero que no te moleste que haya hecho esto. Y creo que puedes imaginar que soy la misma mujer de los mensajes y de la canción. Quiero estar para ti en cada detalle. Disfruta de la comida, así como yo disfruto verte día a día, que descanses.".

Pensé en escribirla a mano, pero sería fácil delatarme de esa forma.

Estuve pensando en qué sería lo próximo que haría y me di cuenta de que mis ideas se estaban agotando. Tal vez no sea necesario hacer todos los días algo distinto, pero me acostaría pensando en cuál sería el siguiente paso para enamorar a Matías.

Al llegar a la oficina nos avisaron que tendríamos una reunión con Matías. Otro momento para que yo disfrute de su imagen, de su forma de hablar, de desenvolverse frente a nosotros. Pese a ello, hoy no estaba de ánimo, solo tenía ganas de dormir, ha sido una semana algo agitada y creo que el frío de la noche anterior me hizo mal, pues me siento algo afiebrada.

Busqué entre mis cosas algún remedio que me pudiera ayudar y continúe con mi trabajo. Después de la hora del café sería la reunión.

—¿Te pasa algo? —preguntó Carlos.

—No me siento muy bien, estoy algo afiebrada.

—Si te sientes mal, deberías irte, no pasa nada con eso —dijo Carlos.

—Me tomé un paracetamol, creo que con eso estaré bien dentro de un rato.

—Bueno, pero si te sientes mal, habla con el señor Hidalgo y que te dé permiso para irte —agregó Ximena.

—Si no se me pasa, lo haré.

Caminamos a la cafetería, como todos los días a las 10 de la mañana. Esperaba ver a Matías, pero esta vez no llegó. De seguro estaba preparando su presentación para la reunión.

Tomamos nuestro café más rápido que de costumbre para no llegar atrasados y luego nos fuimos a la sala de reuniones. Matías se veía increíble esta mañana, con un traje azul marino, una camisa blanca y una corbata en un tono azul más claro. Todo en él combinaba armoniosamente, incluso con el hermoso color de sus ojos. Su semblante era el mismo de siempre, serio y algo preocupado.

Comenzó a hablar de unas nuevas inversiones para la empresa, la apertura de una sucursal en el sur del país y la necesidad de contratar nuevo personal. Mostró algunas estadísticas del crecimiento de Ryts y yo solo puedo verlo a él, escuchar su melodiosa voz endulzando mis oídos. Miro sus manos y las imagino tocando las mías, caminando por la calle tomada de su mano. Me detuve a observar sus labios ¿Cómo será un beso suyo?

De pronto entre mis ensoñaciones escucho una frase, algo que me deja perpleja:

"Con perseverancia se logran los objetivos".

Esa era la frase que yo le había escrito en mi segundo mensaje. Él se había adueñado de mi propia frase. Pero no era eso lo que importaba, ni siquiera importaba el significado con el que la estaba usando. No, nada de eso. Lo que importaba era que sí había leído mis mensajes y que había puesto atención a cada una de mis palabras.

Aquella frase me da una cuota de esperanza, pero también de angustia. ¿Por qué optó por decirla aquí? ¿Acaso sabe que es alguien de la empresa la que está haciendo todas estas locuras? O peor que eso ¿Sabrá que soy yo?

En ningún momento me miró al decir esa frase, por lo que lo último estaba descartado. Pero de seguro no sería tan difícil saber que es alguien de la empresa.

Salgo de la reunión con una sonrisa en el rostro. Mis amigos no entienden por qué después de haberme sentido mal, ahora no puedo dejar de sonreír.

Tomo mi teléfono, decidida a mandarle un correo electrónico, pues por ahora, no se me ha ocurrido nada mejor por hacer, tal vez producto de la fiebre que aún no pasa.

Abro el buzón desde mi celular, para evitar ser rastreada por algún servidor de la empresa y mi sorpresa es mayor aún al ver que tengo un nuevo mensaje. Mi corazón comienza a latir más fuerte, siento que en cualquier momento alguien se va a dar cuenta de lo que me pasa. Veo que uno de mis compañeros se acerca y guardo el celular.

Empiezo a sentir miedo de lo que puede decir el correo. Creo que tal vez me pedirá que no siga haciendo esto o peor aún, podría decirme que está con alguien, o no sé tratarme como si fuera una psicópata o algo parecido.

«¡No, no, no! Ya sabe quién soy».

Diga lo que diga el mensaje, solo tengo una cosa clara, no lo puedo leer ahora porque mi reacción puede afectar mi trabajo. Si leo algo malo no lo podré soportar. Lo mejor será que lo lea cuando salga del trabajo.

Sé que he hecho cosas muy valientes estos días, pero en este momento me siento la mujer más cobarde del mundo.

Camino a casa sin ser capaz de revisar el correo, simplemente lo veo en mensajes no leídos y no me atrevo a leer. Opto por hacerlo cuando esté sola en mi habitación, no me gustaría llegar llorando a casa o que mi madre me viera triste.

Como algo liviano y me voy a acostar. Ya no siento fiebre, pero tampoco me siento del todo bien. Doy un par de vueltas en mi habitación, postergando la lectura del mensaje. Siento que esto era más sencillo cuando él no respondía, cuando estaba inalcanzable.

Tomo mi celular y decido que ya es hora de leer lo que Matías tiene para decir.

Hasta que te enamores de mí #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora