Tres

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Como todos los días en la mañana, voy a la cafetería de la empresa a las diez en punto. El horario preciso para hacer un alto y desconectarme un poco del trabajo. Claudia, Ximena y Carlos siempre me acompañan y a veces otros chicos del área de finanzas. Pero esta vez, ellos estaban ocupados y no pudieron acompañarme. De seguro hoy no sería un gran día, los veía a todos con bastante estrés.

Pensé en quedarme en la oficina, al igual que ellos trabajando. Pero tenía sueño, puesto que estuve gran parte de la noche sin poder dormir.

Nunca había tenido problemas para conciliar el sueño, de hecho mi madre decía que dormía más de lo adecuado, que la cama casi era una extensión de mi cuerpo. Es extraño que ahora me esté pasando esto, pero lo atribuyo al exceso de trabajo, sumada a la preparación de mi tesis. Era más sencillo cuando era pequeña y no tenía obligaciones.

Absorta en estos pensamientos, me dirigí a la cafetería. Pedí un café expreso, que de seguro me ayudaría a mantenerme despierta, y unas medialunas para acompañarlo. Solitaria como estaba en ese momento, me dediqué a mirar la ciudad por los ventanales, todo era igual que siempre, gente apresurada iba y venía, sin detenerse a ver el bello día soleado que había.

«¡Qué ganas de estar en la playa!»

De pronto escucho unos pasos acercándose a mí. Doy vuelta mi cabeza deseando que sea uno de mis compañeros para no estar sola. No soy muy dada a la soledad, además soy una mujer a la que le cuesta quedarse callada, siempre tengo algo que decir. Mi cara cambia repentinamente al ver a mi jefe, el señor Hidalgo, aparecer cerca de mí.

Matías camina con paso firme, imposible no notarlo, más aún cuando ese traje azul oscuro contrasta a la perfección con su piel pálida y sus bellos ojos azules. Su aroma llega hasta mí, haciéndome recordar que todo en él es cuidado, hasta el más mínimo detalle.

Siento que un suspiro quiere arrancar de mi boca, pero lo contengo. Está solo como siempre, yo también. Una extraña idea pasa por mi mente.

«Debería sentarse conmigo, acompañarme».

Lo miro de reojo, luego con algo de descaro. Pero no me ve. Lo miro nuevamente, para saludarlo, pero pasa por mi lado como si no existiera. Era una estúpida idea creer que él, el magnífico señor Hidalgo podría sentarse conmigo, con la practicante.

Tal vez aún no me conoce bien. Probablemente no sea buen fisonomista y no recuerde mi cara. Al fin y al cabo, es el jefe, tiene demasiadas caras que recordar. Decido idear un plan para saber si de verdad no me recuerda. Espero que tome su café y cuando se levanta para retirarse de la cafetería, decido hacer lo mismo, pero con una sola intención.

Espero pacientemente que pase cerca de mí y me apuro, obligándolo a chocar conmigo.

—Lo siento, señor Hidalgo —digo al chocar con él —estaba algo distraída.

—No se preocupe, Catalina. No fue nada —dice con toda calma y se aleja.

«¡Maldición, maldición!»

No sé qué era lo que esperara que ocurriera. No sé tampoco si sentirme bien porque sabe quién soy, o mal porque sabe quién soy y no le importa compartir conmigo ni un simple e inofensivo café. Lo peor es que ahora además de llegar atrasada, de conversar en la reunión, sumo el genial encuentro en la cafetería. Si sigo de esta forma jamás va a querer que forme parte de la empresa.

Durante el día pasa varias veces frente de mí, altivo, impasible, como si para él solo existiera el trabajo y nada más. Solo sabe acercarse a otros para dar órdenes. Me pregunto si antes de la muerte de su esposa era igual.

Siempre creí que los hombres como él eran lo peor, que jamás podría mirar a alguien así. Pero me doy cuenta de que mis palabras me caen encima. Mientras más me ignora, mientras más indiferente se muestra ante mí, necesito imperiosamente estar más cerca de él. Dicen que lo prohibido es tentador. Yo no sé si él esté prohibido para mí, simplemente sé que es alguien inalcanzable, que nunca se fijaría en mí. Por eso mismo, debería olvidarme de él, sin embargo, es fácil decirlo, pero cuando lo tienes frente a ti todos los días, desbordando superioridad, colmando el ambiente de su aroma, cada documento recordándote su presencia y esa puerta abierta en su oficina que no puedo dejar de mirar, así no suena nada de sencillo.

Ximena se acerca a mí, me recuerda que es viernes y que nos merecemos un momento de relajo. Sin mayor cuestionamiento, accedo a que nos juntemos después del trabajo con algunos chicos de la empresa para ir a un club. Es justo lo que necesito en este momento: unas copas, música, buena compañía y dejar de pensar en mi guapísimo jefe.

A las siete en punto, todos estábamos fuera de Ryts esperando por un rato de diversión. Nuestro grupo de amigos en la empresa es bastante pequeño, esta tarde solo saldrían Ximena, Carlos, Claudia, Andrea, Jhon y otro chico que no conocía. En realidad no me importaba mucho quienes fueran, solo necesitaba distraerme y olvidarme un rato del trabajo, aunque salir con compañeros de la empresa, implicaba, de seguro, hablar en algún momento sobre eso.

Hasta que te enamores de mí #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora