Veintinueve

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Matías se quedó pensativo un momento. Era evidente que no esperaba una pregunta como esa. Yo estaba ansiosa por saber la respuesta, necesitaba oír de una vez por todas qué era lo que él pretendía. Cada segundo que pasaba a la espera de una respuesta, me sentía mortificada, pensando que después de esta conversación nada sería igual para nosotros en la empresa y en ningún lugar.

Luego de un instante, que pareció una eternidad, Matías se dignó a responder.

—Eso... eso no sería correcto —respondió titubeante, bajando la mirada.

Su respuesta no alimentó mis ilusiones, ni las quitó. Había dicho que no era correcto ¿es que acaso Matías cree que realmente es él lo que necesito en mi vida? Por supuesto que no, él solo hace esto porque está acostumbrado a mandar en todo.

—Claro que no, así que deje de preocuparse de mi vida íntima, supongo que sabe el significado de la palabra íntima, sino también puedo pedir que traigan un diccionario para que busque el significado.

—Catalina, contigo he hecho cosas que no hago con el resto de la gente en la oficina, pero es porque aprecio lo que tú has hecho por mí y me agrada tu forma de ser, no es necesario que ahora seas sarcástica conmigo —arguyó.

—Claro que tengo que serlo, para que no sepa lo que realmente me pasa —alego.

—Estás enojada, claro, es evidente—. Se alejó de mí.

—No —reclamo.

—Claro que sí —insiste.

—¿Ahora juega a saber lo que pienso?

Si quería descolocarme, realmente lo estaba consiguiendo. Su tono de voz era molesto en este momento, quería salir de ahí antes de decir algo más que me pudiera perjudicar. No sabía en qué momento nuestra conversación había dado este giro, se había centrado en nosotros, siendo que todo partió por lo del beso con Sebastián. ¿Acaso estaba celoso realmente?

—Solo es evidente, se ve en tus ojos que estás enojada—insistió.

—No, por supuesto que no estoy enojada. Porque lo que yo quisiera realmente en este momento es ser sincera, que mis palabras tuvieran la claridad del agua para que deje de joderme con tanta pregunta. Si mi vida personal no es de su incumbencia ¿Por qué quiere saber lo que pienso o lo que siento?

—Ya te dije, me preocupo por ti, por la gente que trabaja conmigo, pero en especial por ti, aunque no tengo claro por qué. Por favor, solo hazlo, respóndeme. Quiero saber lo que piensas, por favor.

—Es que no puedo decirle lo que siento. No debería decirle a nadie lo que siento. Es que cómo podría confesarle a usted, mi propio jefe que me estoy muriendo de ganas porque esta distancia que hay entre nosotros se reduzca a nada, poder acariciar aquella piel con la que tanto he soñado, besar su rostro, sus labios, su cuello, su espalda, su pecho, su abdomen, su... todo. No tener la necesidad de estar con un amigo sino con usted. Pero es mi jefe y yo soy menor por varios años, no está bien. No sabiendo que está interesado en otra. Y lo peor de todo, es que sé que después de esta conversación, de lo que acabo de confesar no podré volver a trabajar en este lugar. Ni modo. Así que adiós.

Parecía increíble, pero ¿acaso era yo la que había hecho semejante confesión? Ahora todo se pudriría para mí. No había vuelta atrás. Su mirada seguía tan intransigente, inconmovible, haciendo que me arrepintiera de cada una de las palabras que había pronunciado. ¿Cómo podía haberle hecho semejante confesión y que en su rostro no se moviera ni una pestaña? Era una locura, la peor locura de mi vida, siempre actuando como si alguna vez el destino se pusiera de mi parte, como si por una vez en mi insignificante vida fuera a tener suerte en algo.

—Nada de adiós, quédate tranquila, tú puedes seguir trabajando aquí, Catalina. Por algo te contraté, eres excelente y no por un desliz como este te voy a echar. Pero antes de que te vayas... —Se acercó a mí y me tomó de ambos brazos— mírame a los ojos y dime que esto que me dijiste no es mentira, dime que es verdad, por favor.

—¿Qué? ¿Quiere seguir humillándome, cierto? No le bastó con que lo dijera una vez. De seguro quiere demostrar que en todo es superior a mí, e inaccesible. Pero no se lo voy a permitir.

—Catalina, te equivocas conmigo.

—No, no me equivoco.

Me solté de sus manos, sintiendo que mi cuerpo ardía en llamas por haber estado tan cerca de él. No sabía si llorar o reír. En mi interior una pesada carga se había aliviado. Llevaba tanto tiempo guardando en mi corazón este amor secreto, que por un momento, solo por un momento soñé que al tenerme en sus brazos, podría desarmar aquella coraza estúpida de jefe que lleva puesta y sentir por primera vez aquellos labios que tanto he deseado besar.

Matías no dice nada más. Me alejo de él. Salgo de la oficina y me voy de la empresa. Camino por las calles sin un rumbo fijo. Siento que su aroma se ha impregnado en mi ropa, en mi piel, me rodea y exprime las pocas fuerzas que me quedan. Sueño, imagino que viene corriendo tras de mí y me dice que me ama, pero eso solo ocurre en las películas y esto no es una película, es mi cruda y estúpida realidad. Acabo de quedar como una idiota declarando mi amor a alguien que nunca me dará el suyo, coronándome como una estúpida fracasada en el amor. Ahora lo único que me queda es encerrarme en mi casa y llorar. 

Hasta que te enamores de mí #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora