Treinta (final)

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Pasé gran parte de la tarde llorando en mi habitación. Ahora me arrepentía de cada una de las palabras que había dicho. Me preguntaba cómo había tenido la valentía de decirle a mi jefe que estaba enamorada de él y peor aún, haberle dicho todas las cosas que quería hacerle. Era una soberana locura, más que todas las otras que había hecho siendo Chica Enamorada.

Esperaba que al menos me enviara un correo, un mensaje, una llamada, lo que fuera con tal de tranquilizarme. Pero no, nada de eso. Había hecho el soberano ridículo enfrentándome a él y ya no tenía ninguna otra carta que jugar. Como si eso no fuese suficiente, estoy segura de que las cosas pueden ser peor. No le costará nada atar todos los cabos sueltos y darse cuenta de que yo era la misteriosa enamorada que le enviaba chocolates, que le escribía notitas de amor y las pegaba en su computador. La que le dejó el globo con forma de corazón y las infinidades de correos anónimos que le he escrito.

He estado realmente loca de amor y loca por creer que alguien como él podía ser seducido con detalles tan infantiles. Y aunque hubiese calado solo un poco en su frívolo corazón, del cual a veces dudo si existe, después de haberme visto con Sebastián, jamás podría perdonarlo. Le he dicho a la cara que hago el amor con él, no es algo que enamoraría a un hombre como Matías. Lo malo es que con Sebastián fue solo una vez.

Era tan lindo soñar con que un día pudiese ser mío, mío para siempre. Por lo visto, los recuerdos de su difunta esposa siempre serán más potentes que lo que yo hice por él. 

Solo espero, en el fondo de mi corazón, que no sepa que soy yo. Tal vez debería continuar con los mensajes, para que no sospeche de mí, enviarle un par de regalos más, para que no logre asociarme con quien soy realmente. Pero no sé si ahora logre conseguir expresarme igual que en los mensajes anteriores, no sabiendo que jamás me podrá corresponder.


Me levanto sin ganas. Ya no tengo la misma motivación para trabajar en Ryts, de seguro hoy me estará esperando mi carta de despido. Aunque espero, que si es tan firme en sus palabras, haga valer lo que me dijo ayer: poder seguir trabajando en la empresa y ser yo la que tome la decisión de irme o quedarme.

Al llegar, la mirada de mis compañeros se posa en mí. Me siento observada, como si supieran algo que yo no sé. Tal vez me estoy volviendo algo paranoica.

«¿Será que ya se extendió el rumor de mi despido?»

Saludo a Ximena y ella me mira no con muy buena cara. Realmente me empiezo a preocupar. Acá ya todos saben lo que pasará conmigo, menos yo. Al menos no tengo la certeza.

—Cata, el señor Hidalgo dijo que apenas llegaras fueras a su oficina. No tenía muy buena cara.

—¿Qué? ¿Otra vez?

—Sí ¿Pasó algo?

—No, nada. Todo bien —miento.

Una parte de mí quiso darle verdaderas razones para que me despidiera, así terminaba pronto con esta estúpida agonía de tener que soportarlo siempre, torturándome con su sola presencia, recordándome a cada instante que jamás lo podré tener. Pero luego pensé un poco mejor en mi situación. Necesitaba el trabajo, más ahora que me habían contratado. En mi currículum no quedaría muy bien eso de durar menos de un mes como contratada en Ryts.

«En el peor de los casos puedo omitir que me hayan contratado».

Mi voz interior comenzó a regañarme: "Catalina, deja de pensar estupideces y anda a ver qué es lo que tiene que decir tu jodido jefe".

Colgué mi chaqueta y mi cartera, no sin antes mirarme al espejo: "antes muerta que sencilla". Caminé hasta su oficina a paso lento. Si quería verme, debía esperarme.

Hasta que te enamores de mí #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora