Veintidós

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Opté por colocarme un vestido para salir y unos zapatos negros de tacón, como solo beberíamos y conversaríamos, no importaba que llevara tacos, no me caería si estaba sentada toda la noche.

Sebastián llegó pasadas las diez de la noche, se veía particularmente atractivo, a pesar de su look casual. Llevaba unos jeans claros, camiseta blanca y una chaqueta de cuero negra. Era precisamente lo opuesto a mí, pero no me importaba.

Tomamos un taxi y nos fuimos a un club. Pedimos unos tragos y una tabla. Me contó sobre sus conquistas del último tiempo y de sus intenciones de irse de la ciudad. Luego vino mi turno para contarle lo que había pasado con Matías la noche del lunes.

Le hablé de nuestra cena, de las veces que me había ido a dejar a casa y de todo lo que yo había hecho por él.

―¿Cuándo piensas decirle lo que sientes?

―No lo sé.

―¿Cuándo lo vas a saber?

―Cuando él demuestre un poco de interés. Supongo que llegado el momento sabré que debo decirle mis sentimientos.

―Pero lo conoces hace cinco meses. ¿Cuánto más pretendes esperar? ¿No crees que ya has hecho demasiado por él y no has visto resultados?

―No lo sé, ya te lo dije―. Hablar con Sebastián, siempre me hacía pensar en cuál debía ser mi próximo paso a seguir.

―Bueno, tú sabrás cuánto más debes esperar.

Seguí contándole más detalles de nuestros encuentros y de las locuras que había hecho. Ambos nos reíamos, mientras pedíamos uno y otro trago. Al parecer teníamos demasiado qué hablar.

―¿Te puedo hacer una pregunta? ―dice Sebastián.

―Claro ―respondo.

―¿Cuánto tiempo llevas sola?

―Un poco más de dos años.

―¿y no sientes la necesidad de estar con alguien?

―Siento la necesidad de estar con Matías. Es obvio.

―No me refiero a eso, digo estás sola, yo no podría pasar tanto tiempo solo.

―Tú eres un libertino. Pero sé a qué te refieres. Hay ocasiones en que siento la necesidad de estar con alguien, de que me abracen, de que me besen, me acaricien, en fin. Ya sabes. Cosas de pareja. Pero si no estoy con quien quiero, no me interesa estar con nadie más. Supongo que, con mi mala suerte en el amor, todavía tengo mucho más que esperar.

Me quedé pensando en lo que Sebastián me dijo. Realmente dos años de soledad es mucho tiempo. Probablemente, jamás estaría con Matías, aunque eso no me haría desistir aún de conquistarlo.

Para los hombres es más sencillo, si no están con la persona que quieren tienen miles de aventuras y nadie los tacha de fáciles, liberales ni nada de eso. Yo he tratado de no ser comentario de nadie con mis relaciones amorosas, que no han sido muchas.

―Creo que te equivocas―. Sebastián interrumpe mis pensamientos.

―¿Cómo? ―pregunto confundida.

―Tienes buena suerte, pero eres tan pesimista que no la ves. Siempre esperas que todo resulte mal, no confías en lo que eres capaz de conseguir. Pero mira, cada una de las cosas que hiciste por Matías resultó, hasta el momento ni siquiera se ha enterado de que tú eres su enamorada secreta. Nunca nadie ha sabido que él sale con otra chica o la invita a cenar como a ti. Te ha ido a dejar dos veces a tu casa. ¿De qué mala suerte me hablas?

―Sí, tienes razón, pero a pesar de eso, no he conseguido nada aún.

―Tal vez lo estás haciendo de la forma incorrecta. El amor llega simplemente, no hay que forzarlo. Él se va a enamorar de ti, estoy seguro de eso, pues eres una mujer maravillosa, con una forma de ver la vida fuera de lo común. Tú deberías dejarte querer y que él te conquiste.

―Si espero eso me saldrán raíces ―digo, burlándome.

―Está bien darle un empujón a tu situación, pero si no sabe que eres tú, no va a ver lo hermosa que eres por dentro y por fuera.

―Si le dijera que soy perdería la magia y estoy segura de que mi mala suerte haría lo suyo.

―Sabes... tengo una idea. Vamos a ir a otro lado.

Eso me toma por sorpresa, pero lo sigo, confiando plenamente en él. En el fondo de mí, lo único que esperaba era que no me llevara a un motel. Ya le había dejado bien en claro que con la única persona que estaría en este momento es Matías.

Tomamos un taxi y cuando entramos en él, Sebastián le dijo al chofer que nos llevara al casino de la ciudad.

―¿Qué? ¿Al casino? ¿Te has vuelto loco? Ya te dije que tengo mala suerte ―increpo.

―Eso está por verse. Si te va mal en el juego, tienes altas probabilidades de que con Matías te vaya excelente.

―Y si me va bien en el casino, de seguro debo olvidarme de él según tu teoría.

―Muy bien, es un trato ―afirma Sebastián.

―Estás más loco que yo.

―Lo sé, por eso nos llevamos bien.

Llegamos al casino, decidimos jugar la misma cantidad de dinero. Yo en diez minutos había perdido más de lo que estaba dispuesta a apostar en el inicio, así que me retiré. Sebastián, en cambio, había triplicado lo que había apostado él y yo juntos. Cuando comenzó a perder decidió retirarse.

Nos acercamos a la barra y continuamos bebiendo por largo rato con lo que él había ganado jugando.

―Ves, tú y yo somos muy opuestos. Tienes suerte con las mujeres y mira lo que has ganado hoy. Yo, en cambio, esta noche he sido un desastre.

―Es solo cuestión de actitud, si tienes una actitud ganadora, las cosas te resultan bien. Debes confiar más en ti, en lo que puedes hacer ―afirmó.

―Puede ser, pero de momento, con Matías no puedo dejar nada al azar.

―Como quieras, veremos lo que pasa.

Después de varias horas bebiendo, comencé a sentirme algo mareada. Mi cuerpo me estaba avisando de que era hora de volver. Lo bueno era que en mi casa no habría nadie que me molestara en la mañana, podría dormir con toda tranquilidad y recuperarme.

Pagamos la cuenta y pedimos un taxi. Sebastián me iría a dejar a casa y luego se iría a la de él.

Al llegar nos bajamos del taxi y me percaté de lo mucho que me costaba mantenerme en pie. Sebastián me ayudó a buscar las llaves en mi cartera y a abrir la puerta, porque no hubo caso de que yo sola pudiese hacerlo.

―Ya, ahora anda a acostarte, la pasé muy bien contigo esta noche.

―Yo también ―aseguro.

Se acerca a mí y se despide con un beso en la mejilla. Me mira y sonríe.

―¿Qué pasa? ―pregunto.

―Nada. Solo...

Se acerca a mí y me toma de la cintura. Abro más los ojos y de pronto siento un cálido beso en los labios, que me dejó sin aliento. Fue un beso fugaz, pero que me encendió por completo. Lo jalé de la camiseta y lo atraje a mí. Lo besé nuevamente, de una forma tan intensa, que ya no recordaba cuándo había sido la última vez que había besado a alguien así.

Comencé a sentir que mi cuerpo ardía al contacto de sus manos, de sus labios. No me quería despegar de ellos. No sabía si era efecto del alcohol o del tiempo que había estado sola, pero lo deseaba, no quería detenerme y no lo hicimos.

Casi sin darnos cuenta, habíamos entrado a la casa y cerrado la puerta. Lo conduje hasta mi habitación, dejándonos llevar por el deseo del momento.

Hasta que te enamores de mí #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora