Dieciséis

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Había algo muy interesante en el fondo de mi vaso. No estaba segura de qué era exactamente, pero llevaba unos tres minutos con la vista fija en el poco de licor rojizo que se acumulaba allí. No recordaba muy bien el nombre de fantasía que tenía este trago, pero fuera el que fuera tenía la palabra explosión o llamas en él. Lo único que sabía era que me tragaría esos últimos mililitros y buscaría otro.

-Creo que necesito una mascota.- dije de la nada luego de vaciar el vaso.

Mi espalda estaba cómodamente apoyada en la pared del club que visité esa noche. La entrada del club se hallaba a unos cuantos metros de distancia y podía ver cómo la gente iba entrando poco a poco, o saliendo a tomar algo de aire fresco, o a morir de borrachera en la calle.

Yo salí porque necesitaba que mi cuerpo se oxigenara y porque quería que el asqueroso sudor que acumulé bailando se secara, sin mencionar que si seguía dentro me desmayaría.

A mi lado, sentado en el piso, estaba Jimmy. Luego del malentendido que hubo acerca de su paga, no sé cómo, pero decidió que seguiría trabajando para mí. Dijo que sólo me pediría tener un horario fijo y de pocas horas al día y que, cuando llegara el momento, le escribiera unas buenas cartas de recomendación. Acepté por inercia y continuamos como antes.

Esta era la sexta vez que lo arrastraba a un club conmigo, bueno, a él y a Mona, y a estas alturas ya lo estaba considerando mi compañero de descanso. Él siempre me acompañaba afuera mientras Mona se quedaba en la barra hablando con algún tipo, porque sí, Mona tenía un don que la hacía interesante al ojo masculino y varios se le acercaban. Lo más gracioso era que siempre le hablaban tipos que eran decentes, hasta este momento nunca la vi con un idiota sin sesos.

-¿Una mascota?.- preguntó Jimmy de pronto.

-Sí, pero algo fácil.- dije.

No sé si era idea mía, pero sentía que la pared en la que me encontraba apoyada vibraba al ritmo de la música del interior. Era eso o quizá había bebido más de lo que creía, aunque en realidad no me sentía para nada ebria.

-¿Como un pez?.- sugirió.

-¡Qué aburrido!.- exclamé.-Necesito una mascota más cool, como un gato.- dije con una sonrisa.

-Mejor un perro.- comentó.

Bajé la mirada con una ceja alzada para decirle que prefería los gatos, pero antes de que pudiera abrir la boca vi cómo se deslizaba los dedos por el cabello para peinarlo hacia atrás y no fui capaz de evitar que un ápice de celos me atacara. El muy maldito tenía un cabello hermoso, era cien veces mejor que el mío, para empezar era brillante y con lindas ondas, probablemente sedoso y manejable. No me quejaba exactamente porque no estuviera feliz con mi cabello, en realidad me gustaba bastante, sólo que me molestaba de una extraña manera que el suyo fuera así de perfecto sin trabajo. Porque sí, ya le había preguntado si se echaba alguna clase de ungüento mágico para mantenerlo así.

-No entiendo.- dije acercando mi mano a su cabeza.-¿Por qué mierda eres tan... así?.- le pregunté enterrándole un dedo en el cráneo.

Me apartó la mano con una sacudida de la suya y luego procedió a levantarse, limpió sus jeans con cuidado y luego se irguió por completo, obligándome a tener que alzar la vista para poder mirarlo a la cara.

-¿Así cómo?.- preguntó.

-Tú sabes cómo.- bufé. La gente atractiva sabía que era atractiva, nadie se compraba el cuento de que eran completamente ignorantes del tema. Como yo, sabía que era estupenda y me aseguraba de que los demás lo notaran.

DesastreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora