Cuarenta y Uno

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-Necesitas un automóvil.- comenté.

-No, lo que necesito es un abrigo impermeable.- me corrigió West.

-Sé que amas tu motocicleta, pero no es el mejor medio de transporte para esta época.- le expliqué y apunté hacia afuera.

Ambos miramos al frente, encontrándonos con un panorama bastante brumoso. Desde hacía dos días que no paraba de llover, incluso habíamos escuchado estruendos y visto las nubes iluminarse con rayos. Fue un espectáculo natural que observamos desde la seguridad de su departamento y que me distrajo unos minutos de mi crisis.

La noche anterior fue memorable. Luego de la densa conversación con Eric el día de su cumpleaños y la incomoda charla que tuve con Tyler y Kate, necesitaba relajarme o al menos desahogarme. No me fue muy difícil decidir qué quería hacer, simplemente tomé mis cosas y partí al departamento de West.

Tras nuestra ruptura definitiva había quedado implícito que no iba a contarle ninguno de mis problemas con Eric, más que nada por respeto a nuestra antigua relación. Obviamente nada resultó como esperaba y terminé confesándole absolutamente todo lo que sentía a través de un indigno discurso mientras comíamos galletitas. Le dije todo. Todo.

Él me escuchó con atención, como siempre, sin interrumpirme y comentándome algunas cosas de vez en cuando. Pero más que nada se dedicó a mirarme y a asentir, creo que algunas cosas iban tomando sentido en su cabeza. Principalmente porque concluyó que había sido una buena decisión separarnos, incluso me preguntó por qué no lo habíamos hecho antes. Era un asunto extraño, pero había miles de parejas que rompían y volvían, repitiendo el ciclo una y otra vez.

-Este invierno ha sido más agresivo que los anteriores.- admitió.-Pero eso no quiere decir que tenga que desecharla.-

-Yo no dije eso.- negué.-Mira, te prestaré el mío.-

-Gracias, pero no tienes que hacer eso.- dijo enseguida.-

-No te preocupes, el hotel... la empresa, tiene automóviles y chóferes.- le recordé.-Estuve a cargo de ellos por meses, no les va a molestar llevarme a todas partes de nuevo.-

-¿Estás segura?-

-¡Claro que estoy segura!- exclamé con el ceño fruncido.-Soy un amor de persona, todos me quieren en el trabajo.- le aseguré.

-¡Sí, sí, sí!- se apresuró a decir.-No sé qué estaba pensando.- sonrió.

-Además ese es su trabajo.- agregué de mala gana.

-Está bien, gracias.- dijo luego de una pausa.

El edificio donde se encontraban las oficinas de la administración estaba a apenas dos cuadras de distancia, a medida que nos acercábamos nos poníamos de acuerdo con los detalles. Le entregaría el vehículo ahora mismo, es decir, iba a bajarme en la entrada y él se iría a la universidad con el automóvil. Confiaba lo suficiente en West como para saber que no iba a cambiarlo por droga, así que todo estaba bien. Sin mencionar que tenía que compensarlo de alguna manera por haber escuchado mis lamentos sin quejarse.

-Llegamos.- anuncié deteniendo el motor justo frente al edificio.

-¿Estás segura de que hay chóferes disponibles?-

-Soy la jefa.- le dije.-Tiene que haber alguien disponible.- dije con obviedad.

-Ok.- asintió.

-Te veré pronto.- dije abriendo mi puerta, pero volví a cerrarla por un segundo.-Gracias por todo, en serio.-

-Cuando quieras.- sonrió poniendo una mano en mi hombro.

-Nos vemos.-

Tomé mi paraguas y salí del vehículo, lo abrí y fui lo más rápido que pude hacia la entrada. Cuando llegué alcancé a ver a West en el asiento del conductor, con una mano en el manubrio y la otra alzada a modo de despedida. Agité mi mano enérgicamente mientras se alejaba, cuando desapareció suspiré agotada y entré. No había sido una muy buena idea quedarme despierta hasta tarde, pude haber elegido una hora razonable del día para quejarme por mi mala suerte... pero no, elegí la noche.

DesastreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora