Diecisiete

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Había una cantidad ridícula de dinero en mis manos, millones quizás, en realidad no los había contado bien. Pero eso no tenía importancia, lo único que era importante en estos momentos era que el banco había aprobado mi préstamo y que ahora podría comprarme dos propiedades en el barrio más exclusivo de la ciudad y así continuar amasando una fortuna.

-¡Tu turno!.- chilló Ryu con un acento terriblemente marcado.

-Lo sé.- le dije dejando el dinero sobre el piso.

Miré el tablero de Monopoly en busca del dado y al encontrarlo lo comencé a agitar entre mis manos, con la esperanza de que cayera donde había planeado. Lo lancé y enseguida sus vueltas me hipnotizaron, la espera fue una tortura y peor fue ver que caía en dos. Solté un gruñido de frustración y tome mi lujoso autito para hacerlo avanzar esos dos miserables lugares.

Ryu, el niñito japonés que me encontré en el hotel, rió al ver que había caído en uno de los lugares que él había comprado y se regocijó más cuando tuve que pagarle. Soltar el dinero me dolió tanto como si fuera verdadero, esto quizás demostraba lo mal que me estaba dejando todo este asunto de no poder gastar en lo que quisiera. Suspiré dejando que el aire dejara mis pulmones y me volví a acomodar en el piso.

Luego de la sesión terapéutica que tuve con Faulkner decidí darme unas vueltas por el hotel, recorrí el piso donde estaba la administración, entrando y saliendo de oficinas sólo para ver qué hacía la gente y cuando me aburrí decidí subir a la azotea. Allí, como en todo buen hotel de varias estrellas, había una linda zona de descanso con una piscina, sillas para tomar sol, un bar y... creo que eso era todo. En fin, ahí me encontré con unas cuantas personas en traje de baño y me sentí extraña al andar con jeans y zapatillas, luego me dio igual y fue en ese momento cuando me encontré al niñito armando el tablero junto a la piscina.

-¡Tu turno!.- volvió a gritar. Al parecer esa era su frase favorita y la única que se decidió aprender.

-Esta vez, te masacraré- murmuré a pesar de que él entendió la nada de lo que dije.

Estaba a punto de lanzar el dado una vez más cuando la voz de una mujer hizo que el niño comenzara a mirar a su alrededor. No tengo idea de qué le dijo, probablemente que fuera a comer.

-Oh.- murmuré.-Está bien, adiós.- le dije.-Me encantó jugar contigo, aunque odié que fueras mejor empresario que yo... digo, tienes como 10 años ¿no?.- solté.-Es una lástima que no nací con los dones necesarios para ser una empresaria, y ahora que lo pienso no tengo idea del don con que nací...- me pregunté frotando mi barbilla.

Nunca antes me había detenido a pensar para qué era buena, creo que nunca había necesitado esa información, y al parecer ahora era un buen momento en mi vida para comenzar a cuestionarme esas cosas. Sí, era una excelente idea.

-Ryu, creo que es hora de que me encuentre a mí misma...- comencé, realmente inmersa en mi nuevo cometido.-¿Ryu?.- pregunté, sólo entonces notando su ausencia.

Rodé los ojos fastidiada, un enano de diez años me había dejado hablando sola. Alcé un hombro con desinterés antes de levantarme del piso y avancé hasta la barandilla de metal y vidrio que impedía que alguien cayera directamente a su muerte, apoyé mis brazos en ella mirando hacia el paisaje urbano que se expandía frente a mí. La ciudad era grande, había una serie de lugares diferentes y sentía que ya los había visitado todos. Mi línea de pensamiento era que si estaba teniendo una crisis de identidad en este lugar era porque debía ir a buscar a mi yo interior en otra parte. O quizás debía darle más tiempo a la ciudad, después de todo llevaba tres miserables años viviendo en ella.

DesastreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora