Treinta y Seis

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El sonido había penetrado profundo dentro de mi cabeza y no había nada más a lo que pudiera prestarle atención, aunque tampoco había mucho con lo que distraerse. Estaba apoyada casualmente en la barandilla del balcón, apenas moviéndome al ritmo de la música. No bailaba, sólo seguía el ritmo con los ojos cerrados y el rostro alzado.

Cuando abrí los ojos vi sobre mí el cielo nocturno. Estaba nublado, no habían estrellas ni luna, tampoco viento a pesar de la altura, pero sí se percibía la baja temperatura. Me volteé, dejando mi vaso de vodka sobre la barandilla, y miré hacia abajo. Estaba en una azotea, en un edificio del norte de la ciudad, y abajo aún transitaban automóviles a pesar de que eran más o menos las tres de la mañana.

Esta debía ser mi cuarta expedición de la semana a los lujosos clubes nocturnos que tenía la ciudad para ofrecer. Eran agradables, luces bajas y música interesante, buenos servicios y gente bonita, supongo. Las primeras dos noches me deshice los pies bailando, sobretodo el que tenía sensible luego de haberme caído, pero los analgésicos ayudaban.

Estas ultimas dos noches no me he movido, he estado quieta en una esquina con un vaso de alcohol que ni siquiera tocaba. No estaba pensando, no estaba haciendo nada. Pero debía verme distraída o melancólica porque la cantidad de tipos que se me habían acercado era ridícula, seguros y nerviosos, atractivos y decentes, jóvenes y mayores... Todos idiotas si creían que podían hacer algo por mi.

Volví a tomar mi vaso y miré el interior, agitándolo un poco y acercándomelo al rostro para olerlo. Era fuerte, de excelente calidad y debía de saber delicioso. Pero no podía probarlo, no quería asesinar al alien, a pesar de que ni sabía si estaba ahí o no. Me miré el estomago, frunciendo el ceño y luego soltando el vaso.

No quería ser madre, ya había suficiente gente rara en el mundo y definitivamente nadie quería tener más. Porque tenía que afrontarlo, si alguna vez tenía hijos iban a ser los más arrogantes, tercos y odiosos seres en la faz de la tierra. No había como evitarlo, era genética. Pero... si tenían algo de West quizás podrían salvarse.

Sacudí la cabeza, alejando las ideas tontas, luego tomé mi teléfono móvil y le marqué a Tyler. Sabía que debía estar durmiendo o qué se yo, pero estaba cansada y no quería salir en busca de un taxi, además de que el departamento de West estaba demasiado lejos como para caminar.

-¿Sí...?- preguntó al contestar, su voz suave y definitivamente adormilada.

-¿Puedes pasar por mí?- le pregunté.

Pasaron unos segundos, esperé paciente hasta que su cerebro despertó y pudo contestar como la gente. Le repetí la pregunta, esta vez agregándole unos cuantos "Por favor"

-No puedo ir por ti.- dijo.

-¿Qué? ¿Por qué?- me quejé.

-Estoy...-

-No estás solo.- lo interrumpí.-¿Dónde estás y con quién?- curioseé, emocionada por la posibilidad de un buen chisme.

-Hablaremos después.- dijo.-Lo siento, quizás West...-

-No lo voy a llamar.- me negué enseguida.

-¿Por qué no?-

-No quiero molestarlo, además mañana tiene que irse temprano porque tiene un examen y...- suspiré.-No importa, dormiré en una banca en el parque.- resolví.

-Llama a Eric.- sugirió

-¡¿Estás loco?!- grité, un poquito.

-Él iría, si se lo pides.- comentó, o más bien afirmó.

DesastreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora