Treinta y Tres

2.5K 208 53
                                    



No podía creer lo que estaba haciendo... Bueno, en realidad sí, a lo que me refiero es a que nunca pensé que recurriría a algo como esto siendo que ya era prácticamente una adulta. Se trataba de un recurso ridículo, desesperado y probablemente ilegal.

Era temprano y hacía un buen tiempo, no habían nubes en el cielo, pero el sol no calentaba demasiado y había una suave brisa helada que delataba la llegada de una nueva estación. A pesar de esto no salí demasiado abrigada, más que nada por el hecho de que llevaba al menos una hora trotando y caminando por el mismo sector.

Estaba sudando, mi respiración era agitada y mis mejillas estaban calientes. Aún no llegaba a mi limite y seguramente podía aguantar unos cuarenta minutos más en movimiento, si seguía tomando agua y deteniéndome cada tanto, obviamente.

Lo raro y casi ilegal de la situación era que había elegido correr en este lugar porque descubrí que Eric lo frecuentaba tres veces a la semana, hoy era sábado y según mis fuentes ya debería andar cerca. No me gustaba admitir que llevaba a una acosadora en mi interior y mucho menos admitir que me había levantado literalmente a las siete de la mañana para acosarlo... pero así era mi triste realidad.

En otros tiempos me habría sido fácil echarle la culpa a él por no dignarse a aparecerse en el hotel y por evitarme, como si se estuviera buscando que lo persiguiera, pero la verdad era que yo estaba un poco mal de la cabeza y que nadie me estaba obligando a estar aquí. ¿Esto me catalogaba como un peligro para la sociedad? Quizás, lo podíamos discutir.

Comencé a bajar mi velocidad a medida que me acercaba a una banca que se hallaba vacía, me estremecí levemente cuando la piel de mis piernas tocó el frío concreto y me arrepentí de estar usando unos pantaloncillos deportivos cortos. Miré la hora en el reloj que llevaba en la muñeca, maldiciendo internamente porque aún no había señales de que Eric se había levantado.

Tal vez justo hoy amaneció cansado de la vida y prefirió quedarse viendo televisión en su casa, o fue más sensato que yo y se dio cuenta de que el clima no era muy amigable. O Mona era una incompetente y la información que reunió con respecto a sus horarios no estaba actualizada, esperaba que ese fuera el caso para así quejarme con ella luego.

Me encontraba enfrascada en un diálogo interno en el cual me enfadaba con Mona, por lo que me llevó unos segundos percatarme de que alguien acababa de sentarse conmigo en la banca. Volví a la realidad y noté que se trataba de una chica, quizás de mi edad y de largo cabello castaño, lo llevaba en una coleta alta y era obvio que también había estado corriendo.

-Está helando.- comentó, tomándome por sorpresa.

-Oh, sí.- concordé.

Me miró y sonrió como toda una modelo de comercial de pasta dental, luego volvió su vista hacia la costa y se relajó sobre la banca. La observé por unos buenos segundos mientras abría mi botella de agua, preguntándome por qué la gente siempre pensaba que era buena idea hablarme. ¿Esta chica estaba a punto de contarme sus penas de amor y a llorar en mi hombro? ¿Me veía como alguien que daba buenos consejos o qué?

-¿Puedo preguntar tu nombre?- dijo luego.

-Eh... sí.- contesté luego de beber.-Soy Laila, ¿y tú?-

-Nina.- me estiró su mano y estrechó la mía con suavidad.

-¿Eres de por aquí?- le pregunté, la conversación ya había comenzado y no había forma de detenerla. Iba a escucharla llorar por su amado eventualmente.

-Sí, vivo a pocos minutos.- asintió, haciendo un ademán hacia nuestras espaldas.-Siempre vengo a correr aquí por la cercanía, pero no recuerdo haberte visto antes.- comentó alzando levemente una perfecta ceja.

DesastreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora